jueves, 26 de noviembre de 2009

Monserrat Cultural Nº 28

Imagen de tapa "De rojo", de Oscar Fortuna
www.grabadosyexlibris.blogspot.com

Editorial Diciembre 2009

De ella se dicen tantas cosas y en su nombre se hacen otras tantas, que a veces da vergüenza confesar que el corazón late con fuerza de solo pensarla, nombrarla… Sin embargo, ella no tiene la culpa, es solo una palabra más en la mandíbula feroz de esta enorme picadora de carne y sueños.
Etimológicamente, parece provenir de diversas raíces, de hecho tal vez no sea posible establecer quienes fueron los primeros en nombrarla. Pero existe en innumerables lenguas y habita en todos los cuerpos.
Aparece en la danza cotidiana de todas las cosas. Se percibe en el genio de los artistas y se contagia y expande como una plaga, como un hermoso secreto echado a rodar en miles de oídos.
Tras ella viajaron y viajan infinidad de navegantes, quienes han podido tocarla dicen que esa palabra tiene un sonido universal porque habla su propio idioma, ese que viene del corazón, el mismo que estalla de solo pensarla.
De la libertad, de ella hablamos.

Pájaros prohibidos

Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido, ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros. Didoskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso "por tener ideas ideológicas", recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel. Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos y el dibujo pasa. Didoskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:

¿Son naranjas? ¿qué frutos son?

La niña lo hace callar:

Ssshhhhh

Y en secreto le explica:

Bobo ¿no ves que son los ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.

Eduardo Galeano (1976) del libro "Días y noches de amor y de guerra"

El editor

Otra forma de festejar la na(vida)d

Compilado de textos de Hakim Bey y textos libres de www.argentina.indymedia.org

El Potlatch
El propósito principal del potlatch es por supuesto dar regalos. Cada jugador debería llegar con uno o más regalos y marcharse con uno o más regalos diferentes." "Los regalos deben ser hechos por los jugadores, no prefabricados.""Los regalos no tienen por qué ser objetos físicos. El regalo de un jugador podría ser música en vivo durante la cena, el de otro podría ser una actuación. Sin embargo, habría que recordar que en los potlatches amerindios se esperaba que los regalos fueran soberbios y aún ruinosos para quienes los daban." "Nuestro potlatch, sin embargo, es no-tradicional en el sentido de que, teóricamente, todos los jugadores ganan –todo el mundo da y recibe por igual. No se niega sin embargo que un jugador aburrido o tacaño perderá prestigio mientras que un jugador imaginativo y/o generoso ganará “nombre”. En un potlatch verdaderamente exitoso cada jugador será igualmente generoso de forma que todos los jugadores quedarán igualmente satisfechos. La incertidumbre del resultado añade un gusto de aleatoriedad al evento.
P otlach, una práctica antes que un concepto, un lenguaje perdido en la Historia, pero aun vivo en nuestros más bellos ritos: el sexo, el banquete y la embriaguez de la danza, "donde se ve que la dispersión no va hacia el sin sentido, sino que es una modalidad de encuentro con el sentido que pasa a través de la pérdida de centralidad del sujeto". Una economía ya no basada en la acumulación sino en el derroche, en el goce de lo producido. Las sociedades como la nuestra viven de la acumulación de lo que producen, vigilan este excedente de forma celosa. En cambio, cuando hablamos de Potlach nos referimos a los experimentos históricos basados en el gasto improductivo, donde el disfrute deviene general, en ellos nadie puede apropiarse de él, o para decirlo de otra manera, nadie puede privarnos de este goce.
Buscamos otras formas de pensar/hacer prácticas culturales que se diferencien del espectáculo de masas, y de las miradas reduccionistas y elitistas que piensan que la experiencia cultural es signo de la profesionalización de la propia vida en saberes específicos, aislados unos del otro. Pretendemos romper con una cultura separada de nuestra vida cotidiana, una cultura agotada, cosificada y mercantilizada en la cual no podemos reconocernos ni en sus movimientos más triviales.
El festival, este banquete llamado Potlach, es una forma de crear zonas autónomas, donde el exceso, la intensificación y el derroche generan una vida consumida en vivir en lugar de sobrevivir. Un espacio de ruptura en un contexto regido por la mercantilización de la cultura que no deja lugar al deseo y el don. Un espacio de intercambio de experiencias, saberes y prácticas comunes, entre personas y colectivos, resistiendo a la dispersión atomizante a la que estamos expuestos. Queremos encontrar una forma de producción diferente, colectiva, creativa, basada en el apoyo mutuo, entrelazada en una red difusa y diversa de grupos, organizaciones, colectivos e individuos.
Dar para ser. Sólo desde esta perspectiva podría explicar como una maestra, jaqueada por las dudas sobre la pertinencia de los contenidos que trasmite, constreñida a un presupuesto que la paraliza, frente a un aula famélica, cada mañana retoma su puesto y su porfía. Y así, da para ser, el que sostiene una olla popular, el que cura, el que consuela, el que calla en la tortura o el que lucha. Casi todos, cuanto más los despropiados, solidarios, impropios para la propiedad, dan para ser.
Proponemos un intercambio ligado a la pasión, fundamentado en la presencia de otras conciencias y en el placer de dar(nos), simultáneo a la satisfacción de recibir. Vivimos en un período de taquicardia, de discontinuidades rítmicas (trabajo-ocio, producción-consumo, etc.) que crean un sin sentido del cual nos apropiamos individualmente y reproducimos en forma incesante, necesitamos un sentido que haga saltar por el aire a todas las garantías que poseemos en busca de una subjetividad que permita reconocernos.
Este espacio es un simple laboratorio, un don que se da sin percibir sus límites, una práctica que derrochamos y que esperamos que se esparza como un virus, sin limitarse a espacios y tiempos de excepción. Solo en el dar podemos encontrarnos.

Sredni Vashtar

De: Saki
De: Saki

Conradín tenía diez años y, según la opinión profesional del médico, el niño no viviría cinco años más. Era un médico afable, ineficaz, poco se le tomaba en cuenta, pero su opinión estaba respaldada por la señora De Ropp, a quien debía tomarse en cuenta. La señora De Ropp, prima de Conradín, era su tutora, y representaba para él esos tres quintos del mundo que son necesarios, desagradables y reales; los otros dos quintos, en perpetuo antagonismo con aquéllos, estaban representados por él mismo y su imaginación. Conradín pensaba que no estaba lejos el día en que habría de sucumbir a la dominante presión de las cosas necesarias y cansadoras: las enfermedades, los cuidados excesivos y el interminable aburrimiento. Su imaginación, estimulada por la soledad, le impedía sucumbir.
La señora De Ropp, aun en los momentos de mayor franqueza, no hubiera admitido que no quería a Conradín, aunque tal vez habría podido darse cuenta de que al contrariarlo por su bien cumplía con un deber que no era particularmente penoso. Conradín la odiaba con desesperada sinceridad, que sabía disimular a la perfección. Los escasos placeres que podía procurarse acrecían con la perspectiva de disgustar a su parienta, que estaba excluida del reino de su imaginación por ser un objeto sucio, inadecuado.
En el triste jardín, vigilado por tantas ventanas prontas a abrirse para indicarle que no hiciera esto o aquello, o recordarle que era la hora de ingerir un remedio, Conradín hallaba pocos atractivos. Los escasos árboles frutales le estaban celosamente vedados, como si hubieran sido raros ejemplares de su especie crecidos en el desierto. Sin embargo, hubiera resultado difícil encontrar quien pagara diez chelines por su producción de todo el año. En un rincón, casi oculta por un arbusto, había una casilla de herramientas abandonada, y en su interior Conradín halló un refugio, algo que participaba de las diversas cualidades de un cuarto de juguetes y de una catedral. La había poblado de fantasmas familiares, algunos provenientes de la historia y otros de su imaginación; estaba también orgulloso de alojar dos huéspedes de carne y hueso. En un rincón vivía una gallina del Houdán, de ralo plumaje, a la que el niño prodigaba un cariño que casi no tenía otra salida. Más atrás, en la penumbra, había un cajón, dividido en dos compartimentos, uno de ellos con barrotes colocados uno muy cerca del otro. Allí se encontraba un gran hurón de los pantanos, que un amigo, dependiente de carnicería, introdujo de contrabando, con jaula y todo, a cambio de unas monedas de plata que guardó durante mucho tiempo. Conradín tenía mucho miedo de ese animal flexible, de afilados colmillos, que era, sin embargo, su tesoro más preciado. Su presencia en la casilla era motivo de una secreta y terrible felicidad, que debía ocultársele escrupulosamente a la Mujer, como solía llamar a su prima. Y un día, quién sabe cómo, imaginó para la bestia un nombre maravilloso, y a partir de entonces el hurón de los pantanos fue para Conradín un dios y una religión.
La Mujer se entregaba a la religión una vez por semana, en una iglesia de los alrededores, y obligaba a Conradín a que la acompañara, pero el servicio religioso significaba para el niño una traición a sus propias creencias. Pero todos los jueves, en el musgoso y oscuro silencio de la casilla, Conradín oficiaba un místico y elaborado rito ante el cajón de madera, santuario de Sredni Vashtar, el gran hurón. Ponía en el altar flores rojas cuando era la estación y moras escarlatas cuando era invierno, pues era un dios interesado especialmente en el aspecto impulsivo y feroz de las cosas; en cambio, la religión de la Mujer, por lo que podía observar Conradín, manifestaba la tendencia contraria.
En las grandes fiestas espolvoreaba el cajón con nuez moscada, pero era condición importante del rito que las nueces fueran robadas. Las fiestas eran variables y tenían por finalidad celebrar algún acontecimiento pasajero. En ocasión de un agudo dolor de muelas que padeció por tres días la señora De Ropp, Conradín prolongó los festivales durante todo ese tiempo, y llegó incluso a convencerse de que Sredni Vashtar era personalmente responsable del dolor. Si el malestar hubiera durado un día más, la nuez moscada se habría agotado.
La gallina del Houdán no participaba del culto de Sredni Vashtar. Conradín había dado por sentado que era anabaptista. No pretendía tener ni la más remota idea de lo que era ser anabaptista, pero tenía una íntima esperanza de que fuera algo audaz y no muy respetable. La señora De Ropp encarnaba para Conradín la odiosa imagen de la respetabilidad.
Al cabo de un tiempo, las permanencias de Conradín en la casilla despertaron la atención de su tutora.
-No le hará bien pasarse el día allí, con lo variable que es el tiempo -decidió repentinamente, y una mañana, a la hora del desayuno, anunció que había vendido la gallina del Houdán la noche anterior. Con sus ojos miopes atisbó a Conradín, esperando que manifestara odio y tristeza, que estaba ya preparada para contrarrestar con una retahíla de excelentes preceptos y razonamientos. Pero Conradín no dijo nada: no había nada que decir. Algo en esa cara impávida y blanca la tranquilizó momentáneamente. Esa tarde, a la hora del té, había tostadas: manjar que por lo general excluía con el pretexto de que haría daño a Conradín, y también porque hacerlas daba trabajo, mortal ofensa para la mujer de la clase media.
-Creí que te gustaban las tostadas -exclamó con aire ofendido al ver que no las había tocado.
-A veces -dijo Conradín.
Esa noche, en la casilla, hubo un cambio en el culto al dios cajón. Hasta entonces, Conradín no había hecho más que cantar sus oraciones: ahora pidió un favor.
-Una sola cosa te pido, Sredni Vashtar.
No especificó su pedido. Sredni Vashtar era un dios, y un dios nada lo ignora. Y ahogando un sollozo, mientras echaba una mirada al otro rincón vacío, Conradín regresó a ese otro mundo que detestaba.
Y todas las noches, en la acogedora oscuridad de su dormitorio, y todas las tardes, en la penumbra de la casilla, se elevó la amarga letanía de Conradín:
-Una sola cosa te pido, Sredni Vashtar.
La señora De Ropp notó que las visitas a la casilla no habían cesado, y un día llevó a cabo una inspección más completa.
-¿Qué guardas en ese cajón cerrado con llave? -le preguntó-. Supongo que son conejitos de la India. Haré que se los lleven a todos.
Conradín apretó los labios, pero la mujer registró su dormitorio hasta descubrir la llave, y luego se dirigió a la casilla para completar su descubrimiento. Era una tarde fría y Conradín había sido obligado a permanecer dentro de la casa. Desde la última ventana del comedor se divisaba entre los arbustos la casilla; detrás de esa ventana se instaló Conradín. Vio entrar a la mujer, y la imaginó después abriendo la puerta del cajón sagrado y examinando con sus ojos miopes el lecho de paja donde yacía su dios. Quizá tantearía la paja movida por su torpe impaciencia. Conradín articuló con fervor su plegaria por última vez. Pero sabía al rezar que no creía. La mujer aparecería de un momento a otro con esa sonrisa fruncida que él tanto detestaba, y dentro de una o dos horas el jardinero se llevaría a su dios prodigioso, no ya un dios, sino un simple hurón de color pardo, en un cajón. Y sabía que la Mujer terminaría como siempre por triunfar, y que sus persecuciones, su tiranía y su sabiduría superior irían venciéndolo poco a poco, hasta que a él ya nada le importara, y la opinión del médico se vería confirmada. Y como un desafío, comenzó a cantar en alta voz el himno de su ídolo amenazado:

Sredni Vashtar avanzó: Sus pensamientos eran pensamientos rojos y sus dientes eran blancos. Sus enemigos pidieron paz, pero él le trajo muerte. Sredni Vashtar el hermoso.

De pronto dejó de cantar y se acercó a la ventana.
La puerta de la casilla seguía entreabierta. Los minutos pasaban. Los minutos eran largos, pero pasaban. Miró a los estorninos que volaban y corrían por el césped; los contó una y otra vez, sin perder de vista la puerta. Una criada de expresión agria entró para preparar la mesa para el té. Conradín seguía esperando y vigilando. La esperanza gradualmente se deslizaba en su corazón, y ahora empezó a brillar una mirada de triunfo en sus ojos que antes sólo habían conocido la melancólica paciencia de la derrota. Con una exultación furtiva, volvió a gritar el peán de victoria y devastación. Sus ojos fueron recompensados: por la puerta salió un animal largo, bajo, amarillo y castaño, con ojos deslumbrados por la luz del crepúsculo y oscuras manchas mojadas en la piel de las mandíbulas y del cuello. Conradín se hincó de rodillas. El Gran Hurón de los Pantanos se dirigió al arroyuelo que estaba al extremo del jardín, bebió, cruzó un puentecito de madera y se perdió entre los arbustos. Ese fue el tránsito de Sredni Vashtar.
-Está servido el té -anunció la criada de expresión agria-. ¿Dónde está la señora?
-Fue hace un rato a la casilla -dijo Conradín.
Y mientras la criada salió en busca de la señora, Conradín sacó de un cajón del aparador el tenedor de las tostadas y se puso a tostar un pedazo de pan. Y mientras lo tostaba y lo untaba con mucha mantequilla, y mientras duraba el lento placer de comérselo, Conradín estuvo atento a los ruidos y silencios que llegaban en rápidos espasmos desde más allá de la puerta del comedor. El estúpido chillido de la criada, el coro de interrogantes clamores de los integrantes de la cocina que la acompañaba, los escurridizos pasos y las apresuradas embajadas en busca de ayuda exterior, y luego, después de una pausa, los asustados sollozos y los pasos arrastrados de quienes llevaban una carga pesada.
-¿Quién se lo dirá al pobre chico? ¡Yo no podría! -exclamó una voz chillona.
Y mientras discutían entre sí el asunto, Conradín se preparó otra tostada.

Entorno del Mito: El miedo al mar

Por: Clara Gorostiaga

Un antiguo proverbio latino decía: Alaba al mar pero quédate en la orilla. Eneas, Simbad y Odiseo fueron tres héroes antiguos que desafiaron las tormentas en busca de aventuras y nuevas tierras. Pero sus proezas eran consideradas por encima de toda normalidad.
En la Edad Media Dante coloca a Ulises en el Infierno por haberse atrevido a cruzar el Estrecho de Gibraltar: una acción que implicaba la soberbia de ir más allá del mundo conocido. Porque el mar siempre fue “lo otro” y “lo distinto”.
Por medio de las travesías marítimas llagaban las novedades, las noticias de modos de vivir diferentes. El mar fue durante milenios el símbolo del caos primordial; una masa informe que contenía fuerzas malignas, dragones y demonios. El mar era el adiós a la estabilidad cotidiana, a la conservación de las costumbres familiares, a la seguridad conocida. Simbolizaba la modificación del propio mundo.
Muchas veces el miedo al cambio fue causa de guerras y de ensañamiento. Las Guerras de Religión que asolaron el s.XVI en Europa tuvieron esa base; los protestantes denunciaban a la Iglesia Católica de haber trastocado la tradición antigua del cristianismo; los católicos salían en defensa de las instituciones inmutables de la Iglesia.
En un momento la conquista de los mares posibilitó a Europa el dominio del mundo; sin embargo sigue aferrada a su territorio y expulsa a los inmigrantes que llegan de las mismas tierras que un día sometió; ellos continúan simbolizando algo distinto.
Desde cierto punto de vista en el s.XXI los océanos ya no tienen más misterios; pero sigue vigente el miedo de lo que alguna vez fueron símbolo: la indefinición fluctuante del límite entre “lo mío” y “lo tuyo”; el temor “al otro”.

De Cronopios y de Famas

Por: Julio Cortázar (¡Gracias Julio!)

Viajes

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.

El Rincón de la poesía

Selección de poema de: Cintio Vitier

Cola

Detrás de él va un niño
que lleva un suéter rojo
que va detrás de un viejo
que tiene un sombrerito,
detrás de una señora
con una saya azul,
que va detrás de un perro
que va detrás de un coro
de marineros rusos,
detrás de una muchacha
públicamente hermosa,
que va detrás de un ciego
detrás de su bastón,
que va detrás de un día
color de cornetín,
que va detrás de un ciervo
que se perdió en el bosque,
detrás de las Cabrillas
y de la Cruz del Sur,
que va detrás de un beso
detrás de una postal,
que va detrás de un manco,
de un cojo y de un ciempiés,
detrás de un apagón,
detrás de dos paraguas
que van detrás de Arthur
detrás de sus camellos
que van detrás de todo
con todas las banderas
las herramientas todas
y con soldados mil.
Yo voy detrás de usted.

Preguntas

(De Juan Gelman)

Ya que navegas por mi sangre
y conoces mis límites,
y me despiertas en la mitad del día
para acostarme en tu recuerdo
y eres furia de mi paciencia para mí,
dime qué diablos hago,
por qué te necesito,
quien eres, muda, sola, recorriéndome,
razón de mi pasión,
por qué quiero llenarte solamente de mí,
y abarcarte, acabarte,
mezclarme en tus cabellos
y eres única patria
contra las bestias del olvido.