martes, 27 de abril de 2010

Monserrat Cultural N° 30

Editorial

Este mes el editorial está dedicado a la persona que amplió y ensanchó mis ojos y mis brazos: bienvenido al mundo, Amaru.
El editor

La llegada
El Hijo de Pilar y Daniel Weinberg fue bautizado en la costanera. Y en el bautismo le enseñaron lo sagrado.
Recibió una caracola:
-Para que aprendas a amar el agua.
Abrieron la jaula de un pájaro preso,:
-Para que aprendas a amar el aire.
Le dieron una flor de malvón:
-Para que aprendas a amar la tierra.
Y también le dieron una botellita cerrada:
-No la abras nunca, nunca. Para que aprendas a amar el misterio.

El Mundo
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló- Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

La uva y el vino
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto:
-La uva -le susurró- está hecha de vino-
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

Textos de Eduardo Galeano

Ecología y Salud

Por: Antonella Perasso y Lidia Perrazo
También hay bacterias buenas

Hay un conjunto de bacterias que viven en nuestro intestino, la mayoría no son dañinas, muchas son beneficiosas y otras pueden llegar a ser perjudiciales. Incluso muchas especies animales dependen muy estrechamente de su flora intestinal, ya que sin esos microorganismos las vacas no serían capaces de digerir la celulosa, ni las termitas alimentarse de madera. En el ser humano ayudan a la absorción de nutrientes, son imprescindibles para la síntesis de la vitamina K y B, fortalecen el sistema inmune, inhiben la proliferación de bacterias nocivas, eliminan sustancias tóxicas y presentan efectos anticancerígenos.
El intestino de los fetos no posee bacterias pero es colonizado por ellas rápidamente al nacer. Primeramente a partir de la flora vaginal y gastrointestinal de la madre, posteriormente, aparecen las bifidobacterias favorecidas por la leche materna. Luego la flora va cambiando durante el crecimiento hasta que el individuo se convierte en adulto.
Esta flora es influenciada por diversos factores que la afectan negativamente como el envejecimiento, dieta, estrés, antibióticos y tipo de alimentos.
Los géneros de bacterias más investigados son el Lactobacillus y el Bifidobacterium. A comienzos del siglo XIX, el microbiólogo francés Tissier reconoció el efecto beneficioso del Bifidobacterium.
El género Bifidobacterium es típico de la microbiota que predomina en el tracto digestivo humano y su población es muy estable. Los Lactobacillus son fluctuantes por tal motivo deben ser ingeridos diariamente para obtener sus beneficios.
Los Probióticos son bacterias que al ser administradas en dosis adecuadas ejercen funciones benéficas, por eso es necesario consumirlos diariamente. Su capacidad de resistir las secreciones digestivas les permiten llegar al intestino donde se desarrollan, lo colonizan transitoriamente y se pierden por materia fecal.
Los lácteos enriquecidos con lactobacilos equilibran la flora intestinal, mejoran el estado inmunológico y reducen el riesgo de contraer cáncer de colon.
Estas bacterias se utilizan en Japón desde hace más de 70 años y el Dr. Minoru Shirota fue el primero en incorporarlas a un alimento.
Por tal motivo busque en la etiqueta de los lácteos, los Lactobacilos casei, defensas y shirota e ingiéralos todos los días. Así tendrá una mejor calidad de vida.

Fuente y consultas: lidiarosaperasso@yahoo.com.ar

Felices los normales

Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.
Roberto Fernández Retamar

ORACIÓN

Por: Juan Gelman

Habítame, penétrame.
Sea tu sangre una como mi sangre.
Tu boca entre a mi boca.
Tu corazón agrande el mío hasta estallar.
Desgárrame.
Caigas entera en mis entrañas.
Anden tus manos en mis manos.
Tus pies caminen en mis pies, tus pies.
Árdeme, árdeme.
Cólmeme tu dulzura.
Báñeme tu saliva el paladar.
Estés en mí como está la madera en el palito.
Que ya no puedo así, con esta sed
quemándome.

Con esta sed quemándome.
La soledad, sus cuervos, sus perros, sus pedazos.

El bautismo

Por: Eduardo Galeano

El agua más fría del cielo bombardeó Buenos Aires aquella tarde del invierno.
A las cinco en punto, en pleno diluvio, lluviazón, helazón, nació un niño en la calle Centro. El padre arrancó al niño de los brazos de la madre, se lo llevó a la azotea y lo alzó, desnudito, ante la lluvia feroz. Y a la luz de los relámpagos lo ofreció a la lluvia, gritando a pleno pulmón, voz de trueno entre los truenos:
—¡Hijo mío, que las aguas del cielo te bendigan!
El recién nacido se pescó tremenda pulmonía. Pasó cuatro meses de mal en peor. Y cuando ya lo daban por muerto, se salvó.
También se salvó de llamarse Descanso Dominical. El padre, un anarquista pobre y poeta, siempre perseguido por la policía y por los acreedores, quiso llamarlo así en homenaje a esa reciente conquista obrera, pero el Registro Civil no le aceptó el nombre. Entonces se reunieron los amigos, anarquistas pobres y poetas, siempre perseguidos por la policía y por los acreedores, y discutieron el asunto. Y fueron ellos quienes decidieron que se llamaría Cátulo, Cátulo Castillo, el niño que unos cuantos años después fue capaz de inventar La última curda y otros tangos de esos que son para escuchar de pie, sombrero en mano.

Entorno del mito

El río de barro
Por: Clara Gorostiaga

Su descubrimiento se debe a una casualidad, su nombre a una leyenda y su exploración a un acto de rebeldía.

Tres expediciones mandó el rey de España al sur del continente americano. La primera, capitaneada por Solís, fue sorprendida por el descubrimiento del Mar Dulce, como él lo llamó. Le hizo suponer que estaba en la entrada del ansiado paso entre el Atlántico y el Pacífico. Pero en el curso de la navegación del río lo atacó un grupo de indígenas quienes lo devoraron a la vista de su tripulación.
La segunda la dirigió Magallanes, que pasó de largo y continuó hasta el estrecho que lleva su nombre. Desde allí los barcos siguieron hacia el oeste concretando la primer vuelta al mundo.
El tercer navegante fue Gaboto. Mal informado por náufragos y desertores, creyó estar a las puertas del camino que llevaba a la legendaria Ciudad de la Plata, rica en este metal. Tomó la decisión de desoír el mandato real y pronunció una frase con cierta resonancia fundacional para nuestro modo de ser:
“Diga Su Majestad lo que le den sus reales ganas, que yo haré las mías”.
Remontó el Paraná y fundó el poblado de Sancti Spiritu, cerca de donde hoy está la ciudad de Rosario. Desde allí, uno de sus lugartenientes marchó en busca de una ciudad inexistente por esos parajes. Se dice que llegó hasta las sierras de San Luis y no se supo más de él.
Ciertamente hemos heredado ese carácter individualista que pasa por encima de cualquier autoridad para realizar su parecer. También poseemos una abundante imaginación, que bordea a veces la fantasía, pero con capacidad de empresa para alcanzar los objetivos. Entusiasmados con un proyecto, quimérico o pragmático, insensato o serio, legal o fuera de toda norma, somos capaces de abocarnos a él con todas nuestras fuerzas.
Los resultados son variados, y tanto pueden llenarnos de orgullo como sumirnos en la nube negra del resentimiento y la frustración. En este último caso, las consecuencias llegan hasta el dramatismo, representado sobre todo por la inercia y la inmovilidad.
Pulsar las teclas que nos unan en un emprendimiento común, conlleva la necesidad de un convencimiento individual. Cuando cada uno siente que vale la pena poner su ingenio y su generosidad en algo que le parece que vale la pena, salimos adelante.
Esto está demostrado por la historia. Sólo es posible por un medio que es la base de nuestra energía: tener una educación en común, que aúne y respete al mismo tiempo las diferencias; que nos ayude a coincidir en qué queremos y que esté al alcance de todos.