lunes, 31 de mayo de 2010

Monserrat Cultural N° 31


Imagen: raíces al sol, de Ryan Wian

Editorial

Es de todos. Eso dicen. Desde los habitantes nativos que estaban aquí antes de que nadie plantara cruces y diera nombres santos a las inabarcables llanuras, hasta el cómodo señor que administra hoy esas llanuras cubiertas de cereales regados con el mortal glifosato. Y sí, debe ser así; la Argentina, país con todos los climas y paisajes, tierra de gente solidaria, de otros que se mueren de hambre, unos poquísimos hartados en la abundancia, y muchos campeones de la queja: no hay día que no escuche arriba del colectivo o subte o tren -repartir la revista implica grandes caminatas y grandes viajes, estimado lector- a alguna señora quejándose porque cuando sube todos se hacen los dormidos para no ceder el asiento, o peor aún, ver alguna embarazada esperando a que alguno de los que miran para afuera en la ventana se levante y se lo ceda.
Y sí, es una vergüenza, pero si pasa todos los días, es un síntoma. La queja desahoga, pero no cambia nada. Es un gasto de energía que no implica mejoras para nadie, ni siquiera para el que se queja. ¿No sería mejor hacer, en vez de quejarse? Si por cada cosa que nos molesta hiciéramos algo para cambiarlo, involucrándonos, las cosas mejorarían, y la queja desaparece. Tomando parte en acciones cotidianas esa queja puede transformarse en algo positivo.
Los pensamientos y los discursos que los materializan dan forma a la vida, y por lo tanto influyen en nuestra vida cotidiana, se expresan en la sociedad y en consecuencia determinan políticas. Si los medios dicen que “está todo mal” y nosotros lo repetimos, instalamos el malestar. Toda persona es una célula del organismo social, y cada uno aporta con sus acciones para que ese organismo crezca sano y evolucione o se enferme y desaparezca.
Y volvemos al comienzo: todos somos parte de este todo, en la misma tierra. Más allá de bicentenarios, fronteras políticas y/o culturales, si el espíritu de integración y las ganas de ayudar(nos) y mejorar cada día en las pequeñas cosas no se queda en el discurso vacuo de la queja, sino que activamos nuestras energías haciéndonos cargo de todo las causas que asumimos como propias, estaremos viviendo una realidad más amable, más justa, más bella.

Siempre he creído que lo bueno no era sino lo bello puesto en acción.
Jean Jacques Rousseau

El editor

Ecología y Salud

Por: Antonella Perasso y Lidia Perrazo

Los cambios en el color de la piel

Blanco, negro, amarillo, pardo, nuestra piel tiene esos diferentes matices después de millones de años de adaptación a un lugar determinado y donde el clima jugó un papel importante.
El color de nuestra piel es el resultado de la producción de melanina, pigmento que nos protege de los efectos nocivos de la radiación ultravioleta. La exposición frecuente a los rayos solares provoca especialmente en las personas de piel blanca un envejecimiento prematuro ya que aparecen arrugas y manchas en la piel y también aumenta la posibilidad de cáncer.
La melanina es producida por los melanocitos y siempre que este pigmento se produzca en forma constante la pigmentación será pareja.
A medida que pasan los años, el número de células que contienen pigmento disminuyen pero las que quedan aumentan de tamaño de modo que la piel envejecida se muestra como más delgada, más pálida y traslúcida.
Es común observar que a partir de los 40 años de edad aparecen manchas cutáneas especialmente en áreas más expuestas al sol como dorso de manos, cara, antebrazos, hombros y escote. Estas manchas planas grises o marrones son llamadas léntigo y se oscurecen más por la acción de la luz solar. Si bien estas lesiones son benignas e indoloras suelen representar un problema cosmético.

Un consejo, utilice:
_ Para manos: cremas preparadas con cantidades iguales de crema nutritiva y crema blanqueadora.
_ Para rostro: crema facial aclaradora de manchas.


Fuente y consultas: lidiarosaperasso@yahoo.com.ar

Poesía porque sí

Hoy: Susana Thenon

CÍRCULO

Digo que ninguna palabra
detiene los puños del tiempo,
que ninguna canción
ahoga los estampidos de la pena,
que ningún silencio
abarca los gritos que se callan.
Digo que el mundo es un inmenso tembladeral
donde nos sumergimos lentamente,
que no nos conocemos ni nos amamos
como creen los que aún pueden remontar sueños.
Digo que los puentes se rompen
al más leve sonido,
que las puertas se cierran
al murmullo más débil,
que los ojos se apagan
cuando algo gime cerca.

Digo que el círculo se estrecha cada vez más
Y todo lo que existe
Cabrá en un punto.

AQUÍ, AHORA

Sé que en algún lugar
la alegría se desparrama
como el polen
y que hace tiempo
los hombres se yerguen
como jardines definitivos.
Pero yo vivo aquí y ahora,
donde todo es horrible
y tiene dientes
y viejas uñas petrificadas.
Aquí, ahora,
donde el aire
se asfixia
y el miedo es impune.

Microrelatos

La función del Arte/2
Eduardo Galeano

El pastor Miguel Brun me contó que hace algunos años estuvo con los indios del Chaco paraguayo. Él formaba parte de una misión evangelizadora. Los misioneros visitaron a un cacique que tenía prestigio de muy sabio. El cacique, un gordo quieto y callado, escuchó sin pestañear la propaganda religiosa que le leyeron en lengua de los indios. Cuando la lectura terminó, los misioneros se quedaron esperando.
El cacique se tomó su tiempo. Después, opinó:
—Eso rasca. Y rasca mucho, y rasca muy bien.
Y sentenció:
—Pero rasca donde no pica.
a

El inmediatismo
Por: Hakim Bey

Toda experiencia es mediada -por los mecanismos de la percepción sensorial, la mentalización, el lenguaje, etc. –y, ciertamente, todo el arte consiste en una mediación adicional de la experiencia." ASI PUES "La tarea de la organización inmediatista... Cuanto mayor sea la porción de mi vida que pueda ser arrancada del ciclo Trabaja/Consume/Muere, y (de)vuelta a la economía del “encuentro”, mayores serán mis oportunidades de placer. Uno corre cierto riesgo al frustrar así las vampíricas energías de las instituciones. Pero el propio riesgo forma parte de la experiencia directa del placer, un hecho conocido en todos los momentos insurreccionales –todos los momentos de despertar– de intensos disfrutes arriesgados: el aspecto festivo del Levantamiento, la naturaleza insurreccional del Festival.

Una explicación a tanta epidemia

¿Y por qué hay tanta gente enferma?
—Porque es más fácil enfermarse que decidirse a buscar el lugar que a uno le corresponde en el mundo.
—¿Cómo, cómo?
—Sí —dijo el médico—. Nos vamos agregando cosas postizas e innecesarias y nos perdemos de vista y nos olvidamos de cuál es nuestra verdadera forma. Y si no nos acordamos de la forma que tenemos, ¿cómo podemos encontrar el lugar adecuado? ¿Y quién se atreve a arrancarse los postizos que tiene pegados a los párpados, a las uñas y a los talones? Entonces algo anda mal en la casa y en el mundo, y nos enfermamos.
—Ah —dijo ella—, como el fruto del caloco que está adentro de cinco cáscaras.
—Sí.
—¿Y todos tenemos cosas postizas?
—Casi todos.
Se quedaron en silencio.
—Lo grave no es tener cosas postizas —dijo el médico—, lo grave es amarlas.

Extracto de El estanque, del libro Kalpa Imperial, De Angélica Gorodischer

Al infinito ida y vuelta

Por: Ernesto Alaimo (www.ernestoalaimo.blogspot.com)

Escenas de un día cualquiera en la ferretería de los poetas

Entra un hombre que aparenta más edad de la que aparenta, con grandes ojeras y el cabello corto negro ceniciento.
–Hola. Necesito un litro de pintura.
–¿De qué color?
–Y… un silencio… algo así como jazmín hecho trizas en la sombra, pero algo marmolazo; como que se cagó de frío.
–No se diga más. Aquí tiene.
–¡Ah, genial! ¿Cuánto le debo?
–Serían tres soles de mimbre caucásico, de ése que ya no lastima si los ojos se desprevienen.
–Uh… subió bastante esto, ¿no?
–Sí: todo lo que es pintura se fue por las nubes.
–Bueno ¿Sabés? Ahora ando algo corto… pero esta misma noche te los sueño. ¿Dale?
–Listo. Hasta luego. Después traeme la imagen.
–¡Seguro! Chau.
*
Una señora mayor entra ayudada por un bastón y espera su turno. A un costado hay un niño de grandes ojos y grande boca, que mira hacia la calle, como atento a algo que por supuesto no es la calle.
Un empleado se acerca, saluda e inquiere.
–Está el chico antes que yo –contestan sus setenta años.
–No, no se preocupe. Es un fantasma.
La señora abre los ojos hasta tenerlos como los del chico, cosa que en general significa bastante asombro, y mira a ambos varones alternativamente.
–Sí –insiste sonriendo el empleado–. Vea. Tóquelo.
La señora, que no se detuvo en sospechas ni miedos, extendió (eso sí, lentamente) su brazo y en su brazo su mano y en su mano su dedo índice hacia el niño, que seguía exactamente en la misma posición que al principio. Al llegar el dedo de la señora a la cara del chico, se topó con el frío.
–Ande, meta sin miedo.
El dedo avanzó tras la superficie del rostro, sumergiéndose en un líquido parecido al agua, pero un poco más denso, y que tenía la curiosa propiedad de incitar a quedarse a lo que estuviera dentro.
–Está de oferta. Acaba de llegar, importado. Inspiración de primera calidad.
La señora lo miró con los ojos del doble de tamaño y el aliento cortado. De pronto, su ceño se frunció: había reaccionado.
–Pero, ¿qué ferretería es ésta?
–La ferretería de los poetas.
–¡Ah! ¡Disculpe! –ostentando todo lo posible su enfado para contrarrestar su humillación–. Me confundí. Yo buscaba una de las normalitas.
–Qué se le va a hacer –condescendió el ferretero–. Hasta luego.

Escenas de un día cualquiera en la ferretería de los poetas
*
–Buenas… ¿Tiene clavos? –pregunta el hombre algo pelado, canoso, con cierto aire a Galeano.
–¿Clavos para qué?
–Tengo que clavar unas mariposas en mi espalda, bah, yo no, yo no llego con los brazos, ¿vio? –y empieza a reírse buscando complicidad–. Pero también quería clavar unas sobre una tabla de terciopelo caliente, ¿vio?, que va sobre una viga, abigarrada está a la viga que la abriga.
–¡No me diga! –y el empleado rió también–. Mire –dice, mientras hurga agachado en los cajones bajo el mostrador–: tengo unos clavos especiales para superficies candorosas, ¿ve? –le extiende en la mano unas cuantas espinas de cactus con ojos como cabezas para remachar–. Usted martille el ojo sin miedo, que al romperse derrama un pegamento. No sufre.
–Deme quince mil.
*
Entra un joven de aire ausente, realmente sin presencia, aunque el empleado que lo saluda adivina un fondo, o una superficie, muy deshecho.
–Hola, emmm… yo necesito un alma.
–Uhh… –suspira el empleado, conmovido, y chista–. Th! Mirá: nosotros no vendemos; tenemos accesorios para alma, viste, cuando se rompen, se vacían, sangran, pero almas almas… –Se acerca al joven desconsoladamente blanco y le dice por lo bajo– en realidad no se permite entrar a las personas sin alma, es una regla del patrón, pero andá tranquilo (igual, no te va a doler); yo creo que podés encontrar en algún bar o alguna sala de teatro chiquito, ahí a veces se pierden las almas, qué sé yo… Buscá, y por ahí encontrás, en algún rincón. Si no, lo que te queda es esperar en alguna plaza al sol, a que se les caiga alguna a los tórtolos y ruede lejos sin que se den cuenta, pero eso ya es criminal.
–No, deje, deje, gracias –y empezó a irse sin pasos, deslizándose por las irregulares baldosas de piedra.
–¡Suerte, che!
*
Entra un hombre. Es alto.
–Lamparitasss.
–¿Comunes?
–Sí, eh, de ideas, sí sí, comunes.
–¿Qué potencia?
–Y… estoy fundido, totalmente fundido. Como para cuarenta sonetos.
–75 watts.
–Bárbaro. ¿Qué salen?
–Quince bocados.
–Regio. ¿La probás?
–Cómo no –y enroscó el foco en un portalámparas de prueba; al presionar la tecla para encenderla, la lámpara estalló en una ola voraz de colores, texturas, sonidos, imprecaciones, vocablos exóticos e insinuantes, miradas, llantos, timbres de voz, lugares. Todo en un relámpago que dejó a todos los presentes aturdidos, abrumados.
–Estaba… estaba fallada –dijo al fin el empleado, recuperándose de la emoción.
–No importa. Yo ya tengo lo que necesitaba. ¡Adiósss!
–¡Atorrante! –masculló iracundo el pequeñoburgués que observaba.
*
Asoma una mujer de anteojos al pelo con cuadernos entre los brazos, que al ver la gran cantidad de gente en el local, encuentra a un empleado desprevenido al otro lado del mostrador y pregunta:
–Disculpame, una preguntita así no espero: ¿tenés entre luces?
–¿De mañana o de tarde?
–De tarde.
–No, atardeceres me parece que no me quedaron. Pero ahora, en dos horas, tenés uno en la plaza. Nosotros, cuando se agotan, los sacamos de ahí.
–Gracias. ¡Ah! ¿Y máquina de inventar nombres?
–¿Castellano?
–Sí.
–Sí, tenemos.
–Ah, bueno. Entonces espero.