lunes, 28 de junio de 2010

Monserrat Cultural N° 32


Imagen de tapa: Billy, de Lora Height

Editorial

Nos sentamos alrededor del fuego y vamos escuchando las voces del corazón, pasamos los sentidos por el corazón. Recordamos. Le preguntamos a la memoria que arde en el fuego… quién lo inventó, quién lo fue entregando de generación en generación, quien lo cuida, quien lo renueva, quien lo lee, quien lo enfría. Brindamos por el inicio de los tiempos. Brindamos por las fiestas que supieron resistir.
Celebramos y brindamos con el Inti Tataj, nuestro hermano sol.
Mapuches, collas, quechuas, aymaras, guaraníes, wichis, tobas, comechingones, quilmes, diaguitas, quom... distintos pueblos que, con sus diferentes creencias habitan este mismo territorio que pisamos. Así vamos conociendo en qué distintos tiempos brindará la rosa su flor. Así vamos sabiendo de otros calendarios y otros años nuevos inscriptos en la tierra y en los sueños de los pueblos que habitaron y habitan este país, y este continente, antes que todo el frío fuera desparramado por la conquista europea.
El solsticio de invierno, del 21 al 24 de junio según las regiones, señala la iniciación de un nuevo ciclo, que controla la naturaleza, el tiempo, las lluvias, la vida animal, vegetal y humana, de acuerdo con las creencias de los pueblos originarios del sur de nuestro continente. Por eso en esos días, se celebra el Año Nuevo. El Inti Raymi, para los pueblos andinos, el We Tripantu, para el pueblo mapuche, Ro’y Pyahu para los guaraníes.
Un nuevo ciclo significa sobre todo la posibilidad del encuentro, de la recuperación de energías, del compartir esperanzas.
Es también una manera de reconocernos en nuestra identidad. Los cambios que observamos en la naturaleza y en la vida, no están determinados por un calendario impuesto por los conquistadores y colonizadores, sino que son los cambios que podemos interpretar, si nos comunicamos con la naturaleza, si observamos el sol, si miramos la luna, si pisamos la tierra, si nos acercamos a las raíces de nuestra cultura rebelde.
De diversas maneras, se celebra en el continente la llegada del nuevo ciclo. No se trata de una mística arcaica, regresiva. Es el desafío de pensarnos como pueblos en relación con la naturaleza y con la vida, y sabernos pueblos vencidos, pero no derrotados.
Vencidos, por la prepotencia del poder, que incluso nos impuso un calendario, que nada tiene que ver con nuestra relación con la tierra, con la luna y con el sol. Vencidos, pero rebeldes. Porque nuestro corazón sí late en tiempo libertario. Porque nuestras raíces arrancadas buscan la tierra para volver a ser.
Descolonizarnos, es descubrir América, dice un grafitti en las paredes de nuestra ciudad. Por nuestra libertad.

Texto de Liliana Daunes

Microrelatos

Los Nadies
Eduardo Galeano

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobre, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadie la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: Los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies; los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, re jodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen caras, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.


Crónica de la ciudad de La Habana
Eduardo Galeano

Los padres habían huido al norte. En aquel tiempo, la revolución y él estaban recién nacidos. Un cuarto de siglo después, Nelson Valdés viajó de Los Ángeles a La Habana, para conocer su país. Cada mediodía, Nelson tomaba el ómnibus, la guagua 68, en la puerta del hotel, y se iba a leer libros sobre Cuba. Leyendo pasaba las tardes en la biblioteca José Martí, hasta que caía la noche. Aquel mediodía, la guagua 68 pegó un frenazo en una bocacalle. Hubo gritos de protesta, por el tremendo sacudón, hasta que los
pasajeros vieron el motivo del frenazo: una mujer muy rumbosa, que había cruzado la calle.
- Me disculpan, caballeros --dijo el conductor de la guagua 68, y se bajó. Entonces todos los pasajeros aplaudieron y le desearon buena suerte.
El conductor caminó balanceándose, sin apuro, y los pasajeros lo vieron acercarse a la muy salsosa, que estaba en la esquina, recostada a la pared, lamiendo un helado. Desde la guagua 68, los pasajeros seguían el ir y venir de aquella lengüita que besaba el helado mientras el conductor hablaba y hablaba sin respuesta, hasta que de pronto ella se rió, y le regaló una mirada. El conductor alzó el pulgar y todos los pasajeros le dedicaron una cerrada ovación.
Pero cuando el conductor entró en la heladería, produjo cierta inquietud general. Y cuando al rato salió con un helado en cada mano, cundió el pánico en las masas. Le tocaron bocina. Alguien se afirmó en la bocina con alma y vida, y sonó la bocina como alarma de robos o sirena de incendios; pero el conductor, sordo, como si nada, seguía pegado a la muy sabrosa.
Entonces avanzó, desde los asientos de atrás de la guagua 68, una mujer que parecía una gran bala de cañón y tenía cara de mandar. Sin decir palabra, se sentó en el asiento del conductor y puso el motor en marcha. La guagua 68 continuó su recorrido, parando en sus paradas habituales, hasta que la mujer llegó a su propia parada y se bajó. Otro pasajero ocupó su lugar, durante un buen tramo, de parada en parada, y después otro, y otro, y así siguió la guagua 68 hasta el final.
Nelson Valdés fue el último en bajar. Se había olvidado de la biblioteca.

Al infinito ida y vuelta

Por: Ernesto Alaimo (www.ernestoalaimo.blogspot.com)

Escenas de un día cualquiera en la ferretería de los poetas

Entra una dama púrpura que parece la resurrección del abismo prenatal en el deseo de quienquiera la contemple. Su color entre purpúreo y azul sombrío late, oscureciéndose hasta negro y volviendo, con su respirar.
–Hola. ¿Está el encargado? –pregunta con una voz del mismo color.
–Sí, soy yo. ¿Qué necesita, prodigiosa dama?
–Vendo el placer de mi secreto. No sé si le andan faltando voluptuosidades…
–Mmm… a ver, me voy a fijar en el depósito.
Cuando el encargado, único personal presente, se va, la mujer se apaga absolutamente como un cerrar los ojos de tristeza.
Al volver y no encontrarla, el encargado se pone a rabiar:
–¿Cómo la dejé pasar? Seguramente vivíamos un mes de lo que estaba ofreciendo. ¿O no sería de esas chistosas…?
Pero antes de que acabe de sospechar, la dama resurge de su ausencia o su silencio, no queda claro, y lo interroga paciente con ojos de los que desatan guerras.
–Eeeeh –trastabilla la cabeza del encargado–. ¿Cuánto está pidiendo por cada pliego?
–No mucho, algo para comer nada más. Algunas esperanzas, algo de paz. Si usted quiere le doy todo por un puñado de perseverancias, para pasar la semana.
Al oír el “le doy todo” el corazón del encargado sufrió un no pequeño estrangulamiento al nivel de la garganta, pero luego volvió en sí (o en otro, en esos casos ya no se puede saber), y ahora decide no aprovecharse de la incandescente desdicha de la dama que sin saberlo tiene una mercadería muy preciada y buscada, y anda regalándola por ahí. Carraspea.
–Mire, mi estimada dama. Primeramente permítame decirle que es un honor para mí y para esta institución que usted esté presente aquí. Segundo: lo que usted tiene vale mucho, pero mucho… como mínimo yo tendría que darle todo el amor del que nos escribe, ¿me entiende? Y yo, la verdad es que me salvaría tener esa cantidad, pero no la merezco aún, nunca la he tenido. Pero yo le pido encarecidamente que me espere, así yo puedo reunirla. Por favor, espéreme, tal vez en sólo un par de años puedo conseguir lo que vale. Deme ese honor; considere que yo soy el primero que le dice la verdad, y usted podría estar ahora derrochando todo su océano nocturno sin saberlo. Déjeme que le dé como seña toda la paciencia, la entrega, el coraje que tenemos aquí; serán unos veinte kilos de cada uno, y ante todo lo que guardo con más celo desde siempre: una plantita de ternura que sembré hace ya veinte años y de la que jamás he cortado una flor.
Escuchando todo esto, la incandescencia bruna se fue deteniendo en un tono de púrpura que se iba incendiando cada vez más con infusiones carmesí y rojo, y hasta atisbaban destellos blancos, envueltos siempre en cápsulas de callado trueno azul. Hacia el final de la oferta, el propio rostro de la dama empezaba a mutarse, impredecible pero inminentemente, hasta que el color de su detenimiento hizo evidente que se aproximaba una sonrisa, y probablemente, lluvia de estrellas oculares. Advirtiendo esto, el encargado empalideció de horror y suplicó:
–Dama mía, por favor, tenga la piedad… estamos en un lugar cerrado, hay cosas frágiles, hay combustibles, podemos sucumbir si la mercadería se entera…
Ya el rostro de la dama empezaba a ser una aurora insoportable para las cosas de este mundo cuando los sensores del cielorraso detectaron el crepúsculo y se activó la alarma contra paroxismos, descargando una tibia lluvia de escepticismo en todo el local, cubriendo a los presentes con sus tropos.
La lluvia, que no mojaba a la dama, fue apagándola en un contracrepúsculo desgarrador que se llevaba al peligroso sol otra vez bajo su horizonte, y se llevaba a la dama otra vez hacia su ausencia absoluta, pero esta vez se leía en lo que quedaba de sus ojos sin sol atardeciente que se iba para no volver. La lluvia no pudo apaciguar la desesperación que hizo presa del encargado al ver la promesa convertirse en puro espejismo; empezó a temblar contraído, incrementando el volumen de su cuerpo; la lluvia recrudeció aún más pero no había forma de controlarlo. Al fin, se fue del mostrador hacia el depósito y la alarma, cuando la vibración acabó de acabarse minutos después, se desactivó.
A los diez minutos, un empleado lo rescató. Había tratado de suicidarse ingiriendo un bidón entero de resignación, cuando la dosis máxima soportable para la vida humana es medio litro. Lo llevaron de inmediato al Hospital del Desesperado, todavía con signos vitales. Evidentemente, tenía más de lo que creía para ofrecerle a la dama.

Poesía porque sí

Hoy: Susana Thenon

ORACIÓN

Cuándo dejará la luna
de preferir a esos pocos
que tanto a media noche
como al alba
gritan su ardor sin freno.
Cuándo será definitivo
el derecho a soñarse
sin verificar números,
papeles rotos, sexos,
velocidad sin prisa de la sangre.
Cuándo morirá el cielo
-sus castigos-
y el rayo será un niño
entre las hojas.
Cuándo arderán los vientos
sepultados.

MEDIATOR DEI

El contrabandista de los miedos antiguos,
el malabarista delirante en su balcón rojo
(con pequeños pies oxidados),
baña las manos en el pecho de las nubes
y se cubre de azul para no ver sangre.

MUNDO

Este es el mundo en que vivimos
los mendigos buenos aires siglo veinte
junto al humo descalzo
flotando sin alas sobre los techos
efímeros como pastillas de chocolate
inútiles como pájaros huecos.
Estos son nuestros rostros que se caen a pedazos
mientras el sol emigra cansado de mirarnos
y el frío nos celebra con su fiesta de muerte.
Pero yo no quiero este sino de espantapájaros:
mi olfato busca afanoso el olor de la alegría
y mi piel se agranda cuando digo amor.

Hablando de la Libertad

Extractos de conferencias de J. Krishnamurti

El hombre ha vivido biológicamente, por cerca de dos millones de años. Ha acumulado muchísimas experiencias, muchos conocimientos y ha vivido a través de muchas civilizaciones, pasando por innumerables presiones y esfuerzos. Cada uno de ustedes, lo sepa o no, reconozca o no, es ese hombre, es el resultado de millones de años. O bien continúa evolucionando lentamente, interminablemente, a través del dolor, del sufrimiento, de la ansiedad, de toda clase de conflictos, o se sale por completo de esa corriente cuando quiera, como bajándose de un bote a la orilla de un río; puede hacerlo en cualquier momento. Y es sólo la mente libre la que puede hacerlo.
¿No es un error creer que, como individuos nada podemos hacer? Si tenemos esa actitud mental, no pensamos por nosotros mismos: respondemos como autómatas.
Después de todo, la masa es una entidad formada por gente que se ve atrapada, hipnotizada, por palabras e ideas. En el momento en que las palabras no nos hipnotizan, nos hallamos fuera de esa corriente, cosa que a ningún político le agrada. ¿No deberíamos mantenernos fuera de la corriente y sumar fuera de ella cada vez más y más para afectar la corriente? ¿No es importante que hay primero una transformación fundamental en el individuo, que ustedes y yo cambiemos radicalmente primero, sin esperar que el mundo entero cambie?
¿No es un criterio “escapista”, una forma de pereza, un medio de eludir el problema, eso de creer que ustedes y yo, al menos en pequeño grado, no podemos alterar la sociedad en su conjunto?
¿Es el miedo lo que nos contiene y no nos deja correr el riesgo? ¿Qué es el miedo? El miedo sólo puede existir en relación a algo, no aisladamente. Cuando digo que la muerte me da miedo ¿temo realmente a lo desconocido o sea la muerte- o tengo miedo de perder lo que he conocido? Mi miedo no es a la muerte, sino a perder mi asociación con las cosas que me pertenecen.
El miedo surge cuando deseo estar en determinado molde. Mi dificultad es mi deseo de vivir en un marco determinado ¿No puedo romper el marco? Sólo puedo hacer tal cosa cuando veo la verdad: que el marco causa temor y que ese temor fortalece el marco.

Hablando de la Libertad

Extractos de conferencias de J. Krishnamurti

El hombre ha vivido biológicamente, por cerca de dos millones de años. Ha acumulado muchísimas experiencias, muchos conocimientos y ha vivido a través de muchas civilizaciones, pasando por innumerables presiones y esfuerzos. Cada uno de ustedes, lo sepa o no, reconozca o no, es ese hombre, es el resultado de millones de años. O bien continúa evolucionando lentamente, interminablemente, a través del dolor, del sufrimiento, de la ansiedad, de toda clase de conflictos, o se sale por completo de esa corriente cuando quiera, como bajándose de un bote a la orilla de un río; puede hacerlo en cualquier momento. Y es sólo la mente libre la que puede hacerlo.
¿No es un error creer que, como individuos nada podemos hacer? Si tenemos esa actitud mental, no pensamos por nosotros mismos: respondemos como autómatas.
Después de todo, la masa es una entidad formada por gente que se ve atrapada, hipnotizada, por palabras e ideas. En el momento en que las palabras no nos hipnotizan, nos hallamos fuera de esa corriente, cosa que a ningún político le agrada. ¿No deberíamos mantenernos fuera de la corriente y sumar fuera de ella cada vez más y más para afectar la corriente? ¿No es importante que hay primero una transformación fundamental en el individuo, que ustedes y yo cambiemos radicalmente primero, sin esperar que el mundo entero cambie?
¿No es un criterio “escapista”, una forma de pereza, un medio de eludir el problema, eso de creer que ustedes y yo, al menos en pequeño grado, no podemos alterar la sociedad en su conjunto?
¿Es el miedo lo que nos contiene y no nos deja correr el riesgo? ¿Qué es el miedo? El miedo sólo puede existir en relación a algo, no aisladamente. Cuando digo que la muerte me da miedo ¿temo realmente a lo desconocido o sea la muerte- o tengo miedo de perder lo que he conocido? Mi miedo no es a la muerte, sino a perder mi asociación con las cosas que me pertenecen.
El miedo surge cuando deseo estar en determinado molde. Mi dificultad es mi deseo de vivir en un marco determinado ¿No puedo romper el marco? Sólo puedo hacer tal cosa cuando veo la verdad: que el marco causa temor y que ese temor fortalece el marco.

Hablando de la Libertad

Extractos de conferencias de J. Krishnamurti

El hombre ha vivido biológicamente, por cerca de dos millones de años. Ha acumulado muchísimas experiencias, muchos conocimientos y ha vivido a través de muchas civilizaciones, pasando por innumerables presiones y esfuerzos. Cada uno de ustedes, lo sepa o no, reconozca o no, es ese hombre, es el resultado de millones de años. O bien continúa evolucionando lentamente, interminablemente, a través del dolor, del sufrimiento, de la ansiedad, de toda clase de conflictos, o se sale por completo de esa corriente cuando quiera, como bajándose de un bote a la orilla de un río; puede hacerlo en cualquier momento. Y es sólo la mente libre la que puede hacerlo.
¿No es un error creer que, como individuos nada podemos hacer? Si tenemos esa actitud mental, no pensamos por nosotros mismos: respondemos como autómatas.
Después de todo, la masa es una entidad formada por gente que se ve atrapada, hipnotizada, por palabras e ideas. En el momento en que las palabras no nos hipnotizan, nos hallamos fuera de esa corriente, cosa que a ningún político le agrada. ¿No deberíamos mantenernos fuera de la corriente y sumar fuera de ella cada vez más y más para afectar la corriente? ¿No es importante que hay primero una transformación fundamental en el individuo, que ustedes y yo cambiemos radicalmente primero, sin esperar que el mundo entero cambie?
¿No es un criterio “escapista”, una forma de pereza, un medio de eludir el problema, eso de creer que ustedes y yo, al menos en pequeño grado, no podemos alterar la sociedad en su conjunto?
¿Es el miedo lo que nos contiene y no nos deja correr el riesgo? ¿Qué es el miedo? El miedo sólo puede existir en relación a algo, no aisladamente. Cuando digo que la muerte me da miedo ¿temo realmente a lo desconocido o sea la muerte- o tengo miedo de perder lo que he conocido? Mi miedo no es a la muerte, sino a perder mi asociación con las cosas que me pertenecen.
El miedo surge cuando deseo estar en determinado molde. Mi dificultad es mi deseo de vivir en un marco determinado ¿No puedo romper el marco? Sólo puedo hacer tal cosa cuando veo la verdad: que el marco causa temor y que ese temor fortalece el marco.

Ecología y Salud

Por: Antonella Perasso y Lidia Perrazo
Una maniobra fácil que salva vidas

Cuando comemos, el alimento es masticado y se mezcla con la saliva formando una pasta semisólida llamada bolo alimenticio. Este es empujado por la lengua hacia la faringe. Si no sigue el camino correcto y en lugar de dirigirse a la vía digestiva se dirige a la tráquea, provoca una obstrucción respiratoria, que puede causar asfixia y la muerte en un lapso de 5 minutos.
La única forma de salvar a la persona es practicar la maniobra de Heimlich.
Pasos a seguir:
1-Colocarse detrás de la víctima y rodearle la cintura con los brazos.
2-Se pone una mano empuñada y la otra sobre ella en el abdomen de la víctima a nivel del ombligo.
3- Se presiona con ambas manos fuertemente hacia arriba.
4- Se repite este paso hasta que la vía respiratoria quede despejada.
La maniobra también puede realizarse con la víctima sentada o acostada de espalda sobre el suelo.
Practique la maniobra de Heimlich, pues puede salvar a quien este en situación de riesgo de muerte.



Fuente y consultas: lidiarosaperasso@yahoo.com.ar