lunes, 30 de julio de 2012

Monserrat Cultural Nº 53


Imagen de Tapa: “Pajarito”, de Eric Cañete.

Editorial


Comparto una cita y una poesía para despertar los brotes, para que las semillas bajo tierra recuerden el camino hacia el sol y crucen el laberinto, creyendo en el camino, sabiéndose semillas.

“Aquí, en esta barca, por ejemplo, mi antecesor fue un hombre, un santo que durante muchos años creyó simplemente en el río, en nada más. Notó él que la voz del río le hablaba; de ella aprendió. Ella lo educó y lo enseñó. El río parecía un dios. Durante muchos años ignoró que todo viento, nube, pájaro o escarabajo es igualmente divino y sabe y puede enseñar tanto como el río. A pesar de esto, cuando ese santo se marchó hacia los bosques, lo sabía todo, más que tú y yo, sin maestros, sin libros, sólo por medio de su fe en el río.”

 Del libro Siddhartha, de Herman Hesse

Yo en el laberinto 
(De Liliana Bodoc) 
        Como la vida, el laberinto
        se envuelve sobre un eje misterioso.
        Termina donde dobla.
        Se quiebra, zigzaguea,
        desanda en espiral y avanza en círculo.
        Gira sin avisar que la línea se enrieda
        en un nudo ovillado que no empieza.
        Continúa y se junta en el centro de un lazo que intersecta un camino bifurcado.
        Se mete en la madeja de curvas paralelas cortadas por un eje
        de trayectoria recta.
        Propone cinco ángulos
        en diagonal trazados
        para encontrar el centro
        del paralelogramo.
        Parecido a la vida, el laberinto
        no está señalizado.
        Por eso es conveniente recordar
        que no siempre el atajo es el atajo.
        Y caminarlo lento,
        sin correr tras la prisa
        porque al final de día, comprendemos:
        fue mejor el andar que la salida.
El editor

Miniensayos


Dos reflexiones de Zygmunt Bauman

Ignorancia y poder

La ignorancia causa la parálisis de la voluntad. Cuando no sabes lo que te espera, no tienes manera de prever los peligros. Para las autoridades a las que les inquietan las dificultades que les impone una democracia sólida y consistente, la ignorancia del electorado y la desconfianza que casi todo el mundo tiene hacia el valor de la discrepancia, añadidas a la poca inclinación a participar en la política, son un capital político más que bienvenido. La dominación por medio de la ignorancia y de la incertidumbre cultivadas deliberadamente es más efectiva, y más barata, que el ejercicio del poder basado en la confianza del debate, en el análisis de los hechos y en el esfuerzo sostenido para ponerse de acuerdo sobre las cuestiones que se puedan plantear, y es la manera menos arriesgada de actuar. La ignorancia política se reproduce sin parar, y la cuerda trenzada con la ignorancia y la pasividad tiene la medida justa que necesita el poder cada vez que debe hacer callar la voz de la democracia o atarle las manos. 

Información, impotencia y certeza

Quizá el mensaje más seminal, aunque apenas articulado de modo explícito, de la extensión planetaria de la televisión sea el complejo desfase entre lo que sabemos y lo que podemos hacer; entre lo que desafía a nuestra conciencia y lo que clama por alguna acción, lo que nosotros, testigos pasivos, podemos modificar mínimamente. Tenemos todos los instrumentos para la tele-visión, pero apenas ninguno para la tele-acción: vemos más allá de lo que nuestras manos pueden alcanzar. Diariamente contemplamos cómo se hace el mal, cómo se sufre el dolor, pero el desafío que ello representa para nuestros sentimientos morales queda en gran medida sin respuesta. No hay duda de que algunas de nuestras acciones y reacciones están inspiradas moralmente, pero sus efectos no llegan a compensar la enormidad de cuestiones que los inspiraron. Somos demasiado conscientes de ello pero no sabemos cómo superar esa brecha. Habiendo sido colocados en la posición de "espectadores" (de testigos que ven cómo se hace el mal, pero que aun así no hacen nada por evitarlo, ni siquiera prevenirlo) se nos ha privado de la excusa más común para la conciencia culpable: el "yo no lo sabía". La única excusa que queda es la que se apoya en la impotencia: "Haga lo que haga no servirá de nada". Es una débil excusa, poco convincente incluso para nosotros mismos. Sospechamos -y con buenas razones- que más bien se trata de lo contrario: de que lo que hagamos o dejemos de hacer sí importa... Después de todo, en nuestro abarrotado intercomunicado planeta dependemos todos unos de otros, y lo que se hace en una parte del globo tiene un alcance muy superior a la visión e imaginación de sus actores. Somos, en un grado difícil de medir, responsables de la situación de los demás. Lo que ocurre es que no sabemos qué significa asumir esa responsabilidad y qué es lo que ello requiere. Y carecemos de los instrumentos que podrían lograr que nuestras preocupaciones e intuiciones morales reviertan en unas condiciones más decentes para la humanidad, haciendo al mundo más inhóspito para la indignidad humana y la humillación, y más acogedor para la atención mutua y la solidaridad.

lunes, 2 de julio de 2012

La piedra


Monserrat Cultural Nº 52

Imagen de Tapa: “Humos”, de Devilpig.

Editorial



El frío ataca de vuelta. Un tibio sol apenas alivia, mientras cruzamos calles con montañas de ropa encima. Somos ropas andantes, apenas una cara que lucha por emerger y ganarle una bocanada al invierno. Comparto algunas frases e ideas que espero ayuden a que el invierno pase más rápido:

“Flores en primavera, la luna en otoño, una brisa fresca en verano, nieve en invierno. Si tu mente no está ocupada de cosas innecesarias, ésta es la mejor estación de tu vida.”
Wu Men Kuan - Maestro Zen - Siglo XIII

“A veces nuestro destino semeja un árbol frutal en invierno. ¿Quién pensaría que esas ramas reverdecerán y florecerán? Mas esperamos que así sea, y sabemos que así será.”
Johann Wolfgang Goethe - Poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán 

El diagnótico y la terapéutica
"El amor es una enfermedad de las más jodidas y contagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce. Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, o por la ausencia de los abrazos, y padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir estupideces.
El amor se puede provocar, dejando caer un puñadito de polvo de quereme, como al descuido, en el café o en la sopa o el trago. Se puede provocar, pero no se puede impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide el polvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada. El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las brujas. No hay decreto de gobierno que pueda con él, ni pócima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas pregonen, en lo mercados, infalibles brebajes con garantía y todo. "
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos


El editor