domingo, 3 de marzo de 2013

Monserrat Cultural Nº 58


Editorial


Contando y cantando pasa mejor el tiempo, y esta vez, que hay más espacio, aprovecho para compartir historias, voces que cuentan de voluntad y descanso:

El editor

Voces*
 “Todos los días tienen alguna historia que contar, que vale la pena escuchar. Yo creo, como los mayas, que somos hijos de los días, y por lo tanto estamos hechos de átomos pero también de historias. Me costó elegirlas. Tuve que sacrificar muchas para que quedaran las poquitas que quedaron. Es tan vasto el mapa del tiempo, es tan enorme el mapa del mundo. Y todos tenemos algo que contar, algo que vale la pena ser escuchado y celebrado o perdonado. Y dicho sea de paso, creo que mis hermanos de la teología de la liberación se equivocan cuando dicen que son, o quieren ser, la voz de quienes no tienen voz. Todos tenemos voz, todos, todos, pero ocurre que son muy pocos los que pueden ser escuchados”.

*En referencia a su último libro Los hijos de los días.

Eduardo Galeano

El talón de Aquiles


Por: Marcelo Birmajer

Aquiles fue el más elogiado entre los héroes griegos que pelearon en la guerra de Troya. Era hijo de Tetis y Peleo.
Su padre era un poderoso rey, jefe de grandes ejércitos. Su madre, Tetis, una diosa marina que intercedió ante el principal de los dioses, Zeus, para que le permitiera hacer invulnerable a su hijo.
Aquiles fue alimentado con médula de leones y tigres. A poco de nacer, su madre lo sumergió en la laguna Estigia, cuyas aguas volvían al cuerpo humano invencible.
Pero, tal vez con el excesivo cuidado de las madres, lo sostuvo por un talón mientras lo sumergía; y ese talón quedó seco. Por tanto Aquiles era todo invulnerable salvo el talón de uno de sus dos pies, no sabemos si el izquierdo o el derecho. En el resto del cuerpo, ni las flechas, ni el fuego, ni las piedras, podían ocasionarle el menor daño.
Pero como los dioses participaban de esta guerra jugando con los humanos, cierta vez que Paris —el príncipe troyano que por raptar a la griega Helena originó esta sangrienta guerra— disparó una flecha envenenada contra Aquiles, el dios Apolo dirigió la punta hacia el talón vulnerable de nuestro personaje. Y así murió Aquiles.

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Sentado bajo la ventana del aula de mi colegio primario, yo me preguntaba: ¿por qué lo consideraban tan valiente, si era invulnerable?
¿En qué consiste la valentía de una persona que sabe que nada le puede hacer daño? Es sólo una pregunta.
¿Y los que estábamos allí sentados, podíamos llegar a tener algún remoto parecido con Aquiles?
Pues a primera vista no: nuestro cuerpo es totalmente vulnerable. Todo nuestro cuerpo es vulnerable. El fuego nos quema, el frío nos hiela, las flechas nos hieren. Nuestro cuello es tan frágil como nuestro talón.
Sin embargo, uno de los chicos sentados en aquel aula, basante lejos de la ventana, más bien cerca del pizarrón, a la izquierda, me sugirió lo contrario.
Se llamaba Gastón, era muy petiso y algo tímido. El grandote del aula, un repetidor llamado Zurlo, se burlaba de él continuamente. Feas burlas. Y además —esto era lo peor— le pegaba en la cabeza o le tiraba de una manera muy fea de las orejas.
Una mañana, Gastón se le tiró al cuello a Zurlo y comenzó una pelea.
Por supuesto, Zurlo ganó. Le pegó en la cara y en el estómago; y Gastón quedó tirado en el piso, pero sin llorar.
—Si me volvés a tocar —le dijo Gastón a Zurlo desde el piso—. Te voy a volver a pegar.
Zurlo no volvió a tocarlo, ni a burlarse de él.
Viendo al malherido Gastón tendido en el piso, pero con su actitud intacta, lo comparé con Aquiles y pensé: "Los seres humanos somos al revés que Aquiles: todo nuestro cuerpo es vulnerable salvo un talón invencible. Ese talón es nuestra voluntad".

Texto extraído del libro Mitos y recuerdos. Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999.

Poesía porque sí


Exvoto (de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía Buenos Aires. Octubre, 1920.)
De: Oliverio Girondo

A las chicas de Flores

Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de seda que les liban las nalgas en un aleteo de mariposa. 

Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda. 

Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje de hierro de los balcones, para  que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas, y de noche, a remolque de sus mamás –empavesadas como fragatas– van a pasearse por la plaza, para que los hombres les eyaculen palabras al oído, y sus pezones fosforescentes se enciendan y se apaguen como luciérnagas. 

Las chicas de Flores, viven en la angustia de que las nalgas se les pudran, como manzanas que se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse de él como de un corsé, ya que no tienen el coraje de cortarse el cuerpo a pedacitos y arrojárselo, a todos los que les pasan la vereda. 

La inspiración


Por Pablo De Santis

El poeta Siao, que vivía desde el otoño en el palacio imperial, fue encontrado muerto en su habitación. El médico de la corte decretó que la muerte había sido provocada por alguna substancia que le había manchado los labios de azul. Pero ni en las bebidas ni en los alimentos hallados en su habitación había huellas de veneno.
El consejero literario del emperador estaba tan conmovido por la muerte de Siao, que ordenó llamar al sabio Feng. A pesar de la fama que le había dado la resolución de varios enigmas —entre ellos la muerte del mandarín Chou y los llamados "crímenes del dragón"— Feng vestía como un campesino pobre. Los guardias imperiales se negaron a dejarlo pasar, y el consejero literario tuvo que ir a buscarlo a las puertas del palacio para conducirlo a la habitación del muerto.
Sobre una mesa baja se encontraban los instrumentos de caligrafía del poeta Siao: el pincel de pelo de mono, el papel de bambú, la tinta negra, el lacre con que acostumbraba a sellar sus composiciones.
—Mis conocimientos literarios son muy escasos y un poco anticuados. Pero sé que Siao era un famoso poeta, y que sus poemas se contaban por miles —dijo Feng—. ¿Por qué todo esto está casi sin usar?
—Sabio Feng: hacía largo tiempo que Siao no escribía. Como verá, comenzó a trazar un ideograma y cayó fulminado de inmediato. Siao luchaba para que volviera la inspiración, y en el momento de conseguirla, algo lo mató.
Feng pidió al consejero quedarse solo en la habitación. Durante un largo rato se sentó en silencio, sin tocar nada, inmóvil frente al papel de bambú, como un poeta que no encuentra su inspiración. Cuando el consejero, aburrido de esperar, entró, Feng se había quedado dormido sobre el papel.
—Sé que nadie, ni siquiera un poeta, es indiferente a los favores del emperador —dijo Feng apenas despertó—. ¿Tenía Siao enemigos?
El consejero imperial demoró en contestar.
—La vanidad de los poetas es un lugar común de la poesía, y no quisiera caer en él. Pero en el pasado, Siao tuvo cierta rencilla con Tseng, el anciano poeta, porque ambos coincidieron en la comparación de la luna con un espejo. Y un poema dirigido contra Ding, quien se llama a sí mismo "el poeta celestial", le ganó su odio. Pero ni Tseng ni Ding se acercaron a la habitación de Siao en los últimos días.
—¿Y se sabe qué estaban haciendo la noche en que Siao murió?
—La policía imperial hizo esas averiguaciones. Tseng estaba enfermo, y el emperador le envió a uno de sus médicos para que se ocupara de él. En cuanto a Ding, está fuera de toda sospecha: levantaba una cometa en el campo. Había varios jóvenes discípulos con él. Ding había escrito uno de sus poemas en la cometa.
—¿Y dónde levantó Ding esa cometa? ¿Acaso se veía desde esa ventana?
Si, justamente allí, detrás del bosque. Honorable Feng: los oscuros poemas de Ding tal vez no respeten ninguna de nuestras antiguas reglas, pero no creo que alcancen a matar a la distancia. ¡Además, la cometa estaba en llamas!
—¿Un rayo?
—Caprichos de Ding. Elevar sus poemas e incendiarlos. Yo, como usted, Feng, tengo un gusto anticuado, y no puedo juzgar las nuevas costumbres literarias del palacio.
Feng destinó la tarde siguiente a leer los poemas de Siao. A la noche anunció que tenía una respuesta. El consejero imperial se reunió con él en las habitaciones del poeta asesinado. Feng se sentó frente a la hoja de bambú y completó el ideograma que había comenzado a trazar Siao.
—"Cometa en llamas" —leyó el consejero—. ¿La visión de la cometa le hizo a Siao recuperar la inspiración?
—Siao trabajaba a partir de aquello que lo sorprendía. El momento en que se detiene el rumor de las cigarras, la visión de una estatua dorada entre la niebla, una mariposa atrapada por la llama. De estas cosas se alimentaba su poesía. Aquí en el palacio, ya nada lo invitaba a escribir: por eso su pincel nuevo estaba sin usar desde hacía meses. Ding puso allí el veneno, y con la suficiente anticipación como para que nadie sospechara de él. Sabía que Siao, como todos los que usan pinceles de pelo de mono, se lo llevaría a la boca al usarlo por primera vez, para ablandarlo. Los restos del veneno se disolvieron en la tinta. Esa fue una de las armas de Ding.
—Imagino que la otra fue la cometa —dijo el consejero.
—Ding sabía que al ver algo tan extraño como una cometa en llamas, la inspiración volvería al viejo Siao.
Feng tomó el pincel de pelo de mono y escribió:
Una cometa en llamas sube al cielo negro.
Brilla un momento y se apaga.
Así la injusta fama del mediocre Ding.
—Mis dotes como poeta son pobres, pero acaso no esté tan alejado del tema que hubiera elegido Siao —Feng limpió con cuidado el pincel—. Como poeta Ding rechaza toda regla, pero como asesino acepta las simetrías. Para matar a un poeta eligió la poesía.

Poesía porque sí



esta sordera que no es
tal
no me deja escuchar sino
a mí misma
mi misma yo sorda
sorda de mí
sobre mí
esta sordera ahueca los instantes
son los demás un río caudaloso pura imagen
abrencierran las bocas
abroycierro la boca y me retumbo
y me doy miedo
digo luego pienso y luego
como unn trompito loco entre dos trompas
en soledad
-que no es lo mismo que en silencio-
existo

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luz que nos pares a todos
despierta esta mañana
así como las venideras
despierta e ilumina
radiante clara y afirmativa
todas nuestras opciones
las diestras y las siniestras
los versos y anversos
de este nuestro cuerpo en llamas
de esta nuestra mente en aguas
lava y bautiza al que corrompe el mandato
pero no lo hagas triste oscuro y sentimental
hazlo fuerte valiente seguro
risueño optimista generoso
honesto sexual verdadero
luz blanca madre de todos los colores
danos un tono entre otros tonos
que trine
que opine
que hable

poemas de Sofía Arroñade
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