sábado, 28 de septiembre de 2013

Monserrat Cultural Nº 65

Imagen de Tapa: “Mariposa” de Shichinin Tai.

Editorial

Abrimos este espacio para reflexiones. Hoy citamos a Charles Chaplin. Que lo disfruten.

El editor
A medida que aprendí a tener amor propio,
pude comprender lo ofensivo que puede ser
forzar mis deseos sobre sobre alguien,
sin importarme que no sea el momento adecuado,
ni que esté preparado para ello...
aunque yo mismo sea esa persona sobre la que me imponga.
Hoy sé que de lo que se trata eso es de…
respeto.

Charles Chaplin, poema reflexión
A medida que aprendí a tener amor propio,
dejé de desear una vida diferente,
y me di cuenta de que todo cuanto nos rodea
es una invitación a crecer.
Hoy sé que de lo que se trata eso es de…
madurez.

el amor propio, por chalie chaplin
A medida que aprendí a tener amor propio,
comprendí que siempre, sin importar la circunstancia,
estoy en el lugar y el momento correcto,
y sólo debo relajarme.
Hoy sé que de lo que se trata eso es de…
autoconfianza.

A medida que aprendí a tener amor propio,
dejé de idear proyectos demasiado ambiciosos,
y a robarme mi propio tiempo...
Hoy, a mi propia manera, y mi propio ritmo,
sólo hago aquello que me hace feliz,
aquello que amo y alegra mi ser.
Hoy sé que de lo que se trata eso es de…
sencillez.

Microrelatos


Microrelatos

Obsesiones
Por: Hernán Rosker

Todos los escritores tienen una eminente obsesión por la clasificación. Borges, por ejemplo, catalogaba sus libros de acuerdo a la nacionalidad de los personajes. Connan Doyle por el peso y la altura del autor. Víctor Hugo por el bello facial de los protagonistas.
Quizás el más resonante caso sea el de Polisemio Antojo. Polisemio catalogaba sus libros de acuerdo a la cantidad de palabras. Las aventuras del Ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha: 1.753.281 palabras; La Ilíada: 87.637,402: Historia de dos ciudades: 157.364,521; Los miserables: 168.438.926; etc.  
Una vez, su colega Ramón Del Todo Perdido, le trajo una inquietud. Qué sucedía con los libros traducidos. La longitud de una frase varía porque las reglas gramaticales no son las mismas en cada lengua. Polisemio pareció despertarse de un profundo letargo. Se quedó pensando de lleno en el asunto.
Desde entonces, Polisemio se dedicó a encontrar en su idioma original todos los libros extranjeros que había leído, para reclasificar sus libros. Tal obsesión por la búsqueda de libros en su idioma original lo mantuvo en vilo toda la vida.
En el final, llegó a decirle a Ramón: “Todo cuanto he leído era mentira”.

Relámpagos
Por: Hernán Rosker

Dichosos los que imaginan.
Los que crean el mundo y rechazan lo heredado.
Un solo mandamiento debemos cumplir: adelantarse a lo que viene.
Descubrir lo que aún no fue descubierto.

***
Todo empezó con una gran explosión, a la que llamaron big bang.
Pero, ¿qué originó el big bang?
Y ¿qué había antes del big bang?
¿Nada?
Nada sale de la nada.

El Lento Deambular de las Estrellas entre sus Piernas


Álvaro Barragán García

Ablandaba el tedio criando tortugas a las que pintaba constelaciones en los caparazones, luego las dejaba deambular por el piso y miraba atenta el lento movimiento del universo sobre el suelo. En las tardes de lluvia pasaba horas con la nariz pegada en los cristales viendo pasar el tiempo distorsionado por las cortinas de agua que descendían por el vidrio de las ventanas. Las noches, como las tortugas, pasaban lentas y cansinas a su lado y apenas la rozaban, porque, sentada sobre un sillón Voltaire, leía libros de relatos en los que subrayaba los nombres de los personajes que, de una forma u otra, habían compartido con ella alguna vivencia, algún pensamiento o con los que, sencillamente, le daba por identificarse. Se había llamado Elisa, la del cartero, había sido Rebeca, maltratada por el paso ineludible de los años e incluso La Flaca, porque ayer quiso mirarse en el espejo de un cuento de una tal Clotilde Rodríguez y se vio reflejada en la pequeña perrita a la que sus hermanos de camada hurtaban el pezón de su madre. Era autocompasión, ella lo sabía, pero dejaba que el sufrimiento que le producía la conciencia de su soledad y la certidumbre de que envejecía entre estrellas ambulantes, le provocara la caricia del placer que proporciona el dolor autoinfligido.

Sólo las esporádicas visitas de Tomaso conseguían arrancarla durante unos minutos de esa especie de depresión inducida en la que se había acomodado como quien se habitúa al frío. Tomaso llegaba subiendo los escalones de dos en dos; nunca cogía el ascensor, en parte porque su estatura le impedía llegar al botón del sexto piso, en parte porque, a la carrera, liberaba el exceso de energía que acumulaba en su cuerpo de ocho años. Aporreaba la puerta con los puños (al timbre sí llegaba, pero no le gustaba su sonido, siempre tenía la impresión de estar aplastando una chicharra con el dedo) esperaba a que Elisa, Rebeca, La Flaca o quien quiera que esa tarde fuera, le abriera y sin mirarla a los ojos siempre posados sobre dos bolsas grises, abría la tapa de una pequeña caja de cartón en cuyo interior se revolvía excitado un ecosistema vivo de moscas, saltamontes y lombrices, perdido entre manojos de césped arrancados de cuajo y hojas de morera. Para las tortugas, decía, y no más dejaba el micromundo en las manos de ella iniciaba una loca carrera por el pasillo y las habitaciones recolectando constelaciones de debajo de armarios, camas y sillones. ¡Falta Orión! gritaba desde detrás de una cómoda. Ella sonreía, alisaba su cabello como si ese fugaz rastro de luz en su rostro le hubiera inducido de repente la necesidad de sentirse guapa y le contestaba: está aquí, junto a Casiopea. Merendaban pan con chocolate mientras miraban al universo engullir insectos como un agujero negro, luego, saciados unos, saciados otros, soltaban a las tortugas y comenzaba de nuevo la lenta expansión estelar sobre el parqué. Tomaso se iba prometiendo volver otro día y ella se hundía de nuevo entre las orejas de su sillón Voltaire para buscarse en las páginas de cualquier libro de relatos.

Los golpes seguidos de los pequeños nudillos sobre la puerta la rescataron del fondo del pozo de su melancolía. Volvió a alisarse el pelo y se dirigió a abrirle a Tomaso mientras con su mirada localizaba el emplazamiento de las estrellas nómadas. Asió el picaporte y con un leve giro le abrió. Volvió a sonreír. Venía con las manos vacías y la cara sucia, había llorado. Mi madre no quiere que vuelva, le dijo, dice que sólo a una loca se le ocurre pintarle el caparazón a las tortugas. Adela (hoy se llamaba así) acercó la mano a su cara y retiró de su párpado una última lágrima perdida. ¿Tú crees que yo estoy loca?, le preguntó. Tomaso la miró a los ojos y descubrió el desamparo en sus pupilas, luego buscó con su mirada y localizó a Pegaso junto al paragüero. Volvió a mirarla y le contestó: no te preocupes, puedes darle mi chocolate. Dio media vuelta y bajó a saltos la escalera dejándola vacía como una caracola sobre la arena de la playa. Llovía, pegó la nariz al cristal y suavizó el paso del tiempo mirando sin ver el reflejo distorsionado sobre la acera empapada de las primeras farolas de la noche. Luego volvería a sus cuentos, esta noche se buscaría en Lucía, la que pintaba tortugas para ver las estrellas deambular entre sus piernas.
Fuente: www.ficticia.com

Microrelato


El Vuelo del Pájaro Elefante
Ángel Olgoso

Avanzo a través del túnel que excavé durante meses en la toba blanda. Me arrastro por este nauseabundo arroyo con la desesperación de los que se saben imantados por fuerzas fatales, de los que han infligido dolor, de los que han sido martillos inclementes para numerosos clavos. Después de dos horas de angustia, mi cuerpo asoma fuera de la boca del túnel. El zumbido de los oídos desaparece. Logro esquivar los reflectores en el mortal damero del patio de la prisión. Me muevo como un veneno recién inoculado. Acometo sin respiro los vastos y resbaladizos muros de cantería. Tras ocultar las sábanas encordadas, atento a los paseos de los guardianes, me interno en las sombras reconocibles de la tercera galería. Puedo escuchar el roce de mis pisadas y el frotecillo asombrado del mecanismo de la suerte. Por fin estoy ante los barrotes. Inspiro profundamente, adelgazándome, y me deslizo entre ellos. Con infinito alivio regreso a las dulzuras de mi celda, a salvo de la aturdidora, extenuante y espantosa libertad.

Poesía porque sí

Versos extraídos de “El Libro de las Dos Versiones”
De Edith Vera


Versión Primera
Ríe esta niña
y su corazón
es todo una fruta de seda colorada.

Versión Segunda
Salvaje fruta,
esa sonrisa que viene desde la tierra
y se calza en el pecho
de la niña.


Versión Primera
El sol viaja en el cielo
y es puro oro.
Nacen bajo su luz
enormes girasoles, retamas
y el corazón de las manzanillas.

Versión Segunda
¿A qué penumbra hay que acudir
para leer
a Xul Solar, sus enigmas,
los mensajes de otros soles?
¿Entrecerrado los ojos,
guardando los asombros?


Versión Primera
A mis pies
deteniendo el paso,
la mariposa muerta.
¡El viaje interrumpido
entre la flor y el aire,
cerrando
una vida tan breve!

Versión Segunda
Desde la mariposa muerta
parten alas y alas.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Monserrat Cultural Nº 64

Imagen de Tapa: “Vuelo Floreciente” de Kerby Rosane.

Editorial

Una historia para entender lo que es la fortaleza. Que lo disfruten.

El editor


"El atleta más fuerte no es el que llega antes ante la meta. Ése es el más rápido. El más fuerte es el que cada ves que se cae se levanta. El que cuando siente el dolor en el costado no se para. El que cuando ve la meta lejos no abandona. Cuando ese corredor llega a la meta, aunque llegue último, es un ganador. A veces, aunque quieras, no está en tu mano ser el más rápido, porque tus piernas no son tan largas o tus pulmones son más estrechos. Pero siempre puedes elegir ser el más fuerte. Sólo depende de ti, de tu voluntad y de tu esfuerzo. No os voy a pedir que seáis los más rápidos, pero os voy a exigir que seáis los más fuertes."


La Bibliotecaria de Auschwitz (Framento)
Antonio G Iturbe.

Microrelatos





"Piensa en esto.. -dijo-. Si el día presente quiere parecerse al día pasado, el tiempo pasa lento y duele. Si el día presente quiere parecerse al día futuro, el tiempo pasa lento y duele. Si el día presente se parece al día presente, el tiempo transcurre en su justa música y acompaña."

Fragmento de Los días del fuego (Saga de los Confines, 3era parte), Liliana Bodoc


Sorpresa
Por:Felipe Garrido

Boca arriba en la cama abrió los ojos y vio en el techo una franja de luz que dejaban entrar las cortinas. “Es tarde”, pensó y tuvo el impulso de levantarse. Pero no sabía por qué o a qué tenía que levantarse, así que se cobijó hasta la barbilla con el gusto de quedarse acostado un rato más. Aunque, en realidad, no estaba muy seguro de que eso debiera alegrarlo porque, al final de cuentas, tampoco sabía por qué estaba allí, en esa habitación desconocida, donde nada le era familiar. El papel tapiz, ni lo muebles de mimbre, ni el crucifijo de plata, ni la cama demasiado blanda, ni esas manos con que tomaba las sábanas. Intentó recordar qué había sucedido el día anterior, qué esperaba hacer ese día, dónde estaba, con quién vivía.
Después de un rato de estupor se puso de pie con un cuerpo que nunca había visto, se asomó al espejo del tocador, contempló asustado a un extraño que lo veía con miedo. Quiso decir algo, pero lo aterró la idea de pronunciar una voz que no hubiera escuchado antes jamás.

Microrelatos



El otro él
Por: Juan Ramón Jiménez
Bajando mi amigo la escalera, al llegar a cierto sitio, aparecía de pronto, en él, el otro él. Jamás faltó. Ignoro si él lo sabía, si se daba cuenta de que se le veía algo que él quizás ignoraba que llevaba en sí.
Yo le veía el otro él desde arriba, abierta aún la puerta de mi casa en su despedida, en un raro escorzo feo, antipático, molesto.
No se le parecía en nada. Era como un escamoteo rápido de algún él extrahumano. Se componía de todo él, sin él, o con él deformado, abollado, ennegrecido, pasado por sacristía, horno y ataúd, en triple negrura desagradable y fantástica. Como un él posible e imposible.
Venía a casa. Hablábamos, reíamos, pensábamos; él escandaloso y aparatoso, yo exaltador y llameante. Jamás se me ocurría pensar en el otro. Pero al irse, llegando al sitio aquel de la escalera, el escorzo claudicante, oscuro y enigmático aparecía un instante y se iba con él.


El otro yo
Por: Mario Benedetti

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

Poesía porque sí

Hoy:
ALEJANDRA PIZARNIK



DIARIOS (fragmento)

Fe en ti sola, Alejandra. Fe en ti sola.
Imposible la plena comunicación humana. Los otros, siempre nos aceptan mutilados, jamás con la totalidad de nuestros vicios y virtudes. O nos detestan por algún aspecto nuestro que les mortifica o nos aceptan por algo que es ángel en nuestra carne. También solemos tener días en los que nos permiten comunicarnos y días en que nos amurallan. Estos últimos coinciden con los días en que más necesidad de contacto humano tenemos. Seguramente nos rechazan por ese aspecto de mendigos repelentes que proporcionan la angustia y la soledad.
Todo esto, dicho de un modo confuso. Porque no entiendo casi nada del asunto. Pero hoy y mañana y siempre repito que sólo es posible vivir si en la casa del corazón arde un buen fuego.


Estar

Vigilas desde este cuarto
donde la sombra temible es la tuya.

No hay silencio aquí
sino frases que evitas oír.

Signos en los muros
narran la bella lejanía.

(Haz que no muera
sin volver a verte)


Despedida

Mata su luz un fuego abandonado.
Sube su canto un pájaro enamorado.
Tantas criaturas ávidas en mi silencio
y esta pequeña lluvia que me acompaña.