martes, 30 de julio de 2013

Monserrat Cultural Nº 63

Imagen de Tapa: “Relato sinfin” de Mag Catso.

Editorial

Una corbata. Un símbolo claro y directo de cómo funciona el mundo. Ojalá sirva para reflexionar sobre lo que importa y lo que no. Que lo disfruten.
El editor

- Crear una realidad sólo para él - repitió Verónika - ¿Qué es la realidad?
- Es lo que la mayoría de la gente consideró lo que debía ser. No necesariamente lo mejor, ni lo más lógico, sino lo que se adaptó al deseo colectivo. ¿Ud. ve lo que llevo alrededor del cuello?
- Una corbata.
- Muy bien, su respuesta es lógica y coherente, propia de una persona absolutamente normal "Una corbata".
"Un loco sin embargo diría, que yo tengo alrededor del cuello una tela de colores, ridícula, inútil, atada de una manera complicada, que termina dificultando los movimientos de la cabeza y exigiendo un esfuerzo mayor para que el aire pueda penetrar en los pulmones. Si yo me distrajera estando cerca de un ventilador, podría morir estrangulado por esta tela".
"Si un loco me preguntara para qué sirve una corbata yo tendría que responderle: Para absolutamente nada. Ni siquiera para adornar, porque hoy en día se ha tornado en un símbolo de la esclavitud, del poder, del distanciamiento. La única utilidad de la corbata consiste en llegar a la casa y podernosla quitar, dándonos la sensación de que estamos libres de algo que no sabemos lo que es".
"¿Pero la sensación de alivio justifica la existencia de la corbata? No. Aún así si yo pregunto a un loco y a una persona normal qué es eso, será considerado cuerdo aquel que responda: "una corbata". No importa quien dice la verdad, importa quien tiene razón".
Extraído de “Verónika decide morir”
Paulo Coelho

Microrelatos




Terapias
De Julio Cortázar

Un cronopio se recibe de médico y abre un consultorio en la calle Santiago del Estero. En seguida viene un enfermo y le cuenta cómo hay cosas que le duelen y cómo de noche no duerme y de día no come.
-Compre un gran ramo de rosas- dice el cronopio.
El enfermo se retira sorprendido, pero compra el ramo y se cura instantáneamente. Lleno de gratitud acude al cronopio, y además de pagarle le obsequia, fino testimonio, un hermoso ramo de rosas. Apenas se ha ido el cronopio cae enfermo, le duele por todos lados, de noche no duerme y de día no come.

Una vuelta
Extracto del cuento “Sur” de Jorge Luis Borges

"A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amable del nuevo día, todas las cosas regresaban a él."

Cuento



La embajada de los cronopios cronopios.
De Julio Cortázar.

Los cronopios viven en diversos países, rodeados de una gran cantidad de famas y de esperanzas, pero desde hace un tiempo hay un país donde los cronopios han sacado las tizas de colores que siempre llevan consigo y han dibujado un enorme SE ACABÓ en las paredes de los famas, y con letra más pequeña y compasiva la palabra DECÍDETE en las paredes de las esperanzas, y como consecuencia de la conmoción que han provocado estas inscripciones, no cabe la menor duda de que cualquier cronopio tiene que hacer todo lo posible para ir inmediatamente a conocer ese país. Cuando se ha decidido ir inmediatamente a conocer ese país, lo primero que sucede es que la embajada del país de los cronopios comisiona a varios de sus empleados para que faciliten el viaje del cronopio explorador, y por lo regular este cronopio se presenta a la embajada donde tiene lugar el diálogo siguiente, a saber: ­Buenas salenas cronopio cronopio. ­Buenas salenas, usted saldrá en el avión del jueves. Favor llenar estos cinco formularios, favor cinco fotos de frente. El cronopio viajero agradece, y de vuelta en su casa llena fervorosamente los cinco formularios que le resultan complicadísimos, aunque por suerte una vez llenado el primero no hay más que copiar las mismas equivocaciones en los cuatro restantes. Después este cronopio va a un Fotomatón y se hace retratar en la forma siguiente: las cinco primeras fotos muy serio, y la última sacando la lengua. Esta última el cronopio se la guarda para él y está contentísimo con esa foto. El jueves el cronopio prepara las valijas desde temprano, es decir que pone dos cepillos de dientes y un calidoscopio, y se sienta a mirar mientras su mujer llena las valijas con las cosas necesarias, pero como su mujer es tan cronopio como él, olvida siempre lo más importante a pesar de lo cual tienen que sentarse encima para poder cerrarlas, y en ese momento suena el teléfono y la embajada avisa que ha habido una equivocación y que deberían haber tomado el avión del domingo anterior, con lo cual se suscita un diálogo lleno de cortaplumas entre el cronopio y la embajada, se oye el estallido de las valijas que al abrirse dejan escapar osos de felpa y estrellas de mar disecadas, y al final el avión saldrá el próximo domingo y favor cinco fotos de frente. Sumamente perturbado por el cariz que toman los acontecimientos, el cronopio concurre a la embajada y apenas le han abierto la puerta grita con todas las amígdalas que él ya ha entregado las cinco fotos junto con los cinco formularios. Los empleados no le hacen mayor caso y le dicen que no se inquiete puesto que en realidad las fotos no son tan necesarias, pero que en cambio hay que conseguir en seguida un visado checoslovaco, novedad que sobresalta violentamente al cronopio viajero. Como es sabido, los cronopios son propensos a desanimarse por cualquier cosa, de manera que grandes lágrimas ruedan por sus mejillas mientras suspira: ­¡Cruel embajada! Viaje malogrado, preparativos inútiles, favor devolverme las fotos. Pero no es así, y dieciocho días más tarde el cronopio y su mujer despegan en Orly y se posan en Praga después de un viaje donde lo más sensacional es como de costumbre la bandeja de plástico recubierta de maravillas que se comen y se beben, sin contar el tubito de mostaza que el cronopio guarda en el bolsillo del chaleco como recuerdo. En Praga cunde una modesta temperatura de quince bajo cero, por lo cual el cronopio y su mujer casi ni se mueven del hotel de tránsito donde personas incomprensibles circulan por pasillos alfombrados. De tarde se animan y toman un tranvía que los lleva hasta el puente de Carlos, y todo está tan nevado y hay tantos niños y patos jugando en el hielo que el cronopio y su mujer se toman de las manos y bailan tregua y bailan catala diciendo así: ­¡Praga, ciudad legendaria, orgullo del centro de Europa! Después vuelven al hotel y esperan ansiosamente que vengan a buscarlos para seguir el viaje, cosa que por milagro no sucede dos meses más tarde sino al otro día.

Poesía porque sí

Poemas del libro “Ova Completa
de Susana Thénon

HABITANTE

Eres habitante
de mis deseos prohibidos.
Tu ritmo se levanta
cerca de mi latido más tenue.
Tu credencial
es un gemido.


NO

Me niego a ser poseída
por palabras, por jaulas,
por geometrías abyectas.
Me niego a ser
encasillada,
rota,
absorbida.
Sólo yo sé como destruirme,
cómo golpear mi cabeza
contra la cabeza del cielo,
cómo cortar mis manos y sentirlas de noche
creciéndome hacia adentro.
Me niego a recibir esta muerte,
este dolor,
estos planes tramados, inconmovibles.
Sólo yo conozco el dolor
que lleva mi nombre
y sólo yo conozco la casa de mi muerte.


CAMINOS

Ceguera del gesto
cuando en vano se aferra
al muro espeso de los hechos consumados.

Densa guitarra de la sangre
acompañando la canción
nocturna y subterránea.

Deambular entre gritos
anónimos,
entre multitudes de hambre,
bajo cielos ajenos.

Entre mansos,
Desesperanzados ecos.

Monserrat Cultural Nº 62

Imagen de Tapa: “Presión”, de Rattur.

Editorial

Compartimos esta vez textos para ampliar sensaciones, sentimientos, ilusiones. Que los disfruten.
El editor

Secretos de Caracoles
"Contemplando un caracol -uno solo- pensaba Esteban en la presencia de la Espiral durante milenios y milenios, ante la cotidiana mirada de pueblos pescadores, aún incapaces de entenderla ni de percibir siquiera la realidad de su presencia. Meditaba acerca de la poma del erizo, la hélice del muergo, las estrías de la venera jacobita, asombrándose ante aquella Ciencia de las Formas desplegada durante tantísimo tiempo frente a una humanidad aún sin ojos para pensarla. ¿Qué habrá en torno mio que esté ya definido, inscrito, presente, y que aún no pueda entender? ¿Qué signo, qué mensaje, qué advertencia, en los rizos de la achicoria, el alfabeto de los musgos, la geometría de la pomarrosa? Mirar un caracol. Uno solo. Tedéum."
Alejo Carpentier / El siglo de las luces.-

Golpes de dados
El mundo somete toda empresa a una alternativa, la del éxito o el fracaso, la de la victoria o la derrota.Protesto desde otra lógica-soy a la vez y contradictoriamente feliz e infeliz-triunfar o fracasar no tienen para mí más que sentidos contingentes, pasajeros-lo que no impide que mis penas y mis deseos sean violentos-, lo que me anima, sorda y obstinadamente, no es táctico-acepto y afirmo, desde afuera de lo verdadero y de lo falso, desde fuera de lo exitoso y de lo fracasado, estoy exento de toda finalidad, vivo de acuerdo con el azar,lo prueba que las figuras de mi discurso me vienen como golpes de dados-.
Roland Barthes.

Poesía porque sí


Mapola pierde la A
Por: Andrea Bermúdez

Mapola perdió la A entre las piedras
en un altar comechingón dejó los miedos
y se olvidó  en las sierras toda complicación
cuando el reloj de sol marco las cuatro, batió las alas
y no fue el vino
ni un premio en el casino
que la ayudó a soñar
fue saber escalar, con o sin piernas
hasta ese cielo santo, hasta esa agüita buena
que sin haber sirenas, ella escuchó cantar
¡y que cantar tan lindo y saludable!
¡y que augurio de amable porvenir!
por eso al regresar se olvidó ella
en aguas cristalinas esa letra …
perfecta garantía de volver
porque volver es ser ,cuando quedaste exento de tener
y con la idea fija de vivir
¡Que meta tan escueta! dirá alguno
Mapola con la A , o con la Z
desierta de complejos... boquiabierta
se reirá feliz.

Érase una vez
Por Andrea Bermúdez

...Érase una vez un tambor
Un chamán
Una flor.
Érase un agüita hexagonal
una alquimia,
un metal.
Érase la magia de un sabor
manantial
un amor.
Érase en el mundo menos mal
más verdad
luz del sol.
Érase el oxígeno mejor
armonioso
el hablar.
Érase el venir tan dulzón
como el ser,
como el dar.
Érase un Waslala en un limón
en la tierra,
en el mar.
Érase una vez resucitar.

Entorno del mito

Silencio
Por Noé Jitrik

Uno de los primeros libros de José Saramago, Levantado del suelo, empieza con una sentencia más o menos como ésta: “Lo que más abunda en la tierra es el paisaje”. Gran verdad: el paisaje es tan eterno como la visión: mientras haya ojos y mirada y distancia habrá paisaje, o sea una distribución de objetos terrestres en un espacio, no importa cuán destruidos estén: Hiroshima devastada es, a los ojos de los que se salvaron, tan paisaje como el apacible, a veces, Popocatepetl, visto desde Nepantla. De modo que, quitándole a la palabra paisaje el prestigio que le ha dado la pintura, se podría decir que es eterno, que está en todas partes y perdurará mientras haya un hombre sobre la tierra y algo que ver a la distancia. Casi todo el mundo posee la noción del paisaje, aunque hay algunos que la ignoran o son indiferentes a ella: llevado a la cima del Mont Blanc, desde donde se divisa una extensión enorme y profunda, el poeta Paul Valery exclamó “¡Qué es lo que hay que ver!”.
Suponiendo que no quede ningún ser humano sobre la Tierra –lo que no es del todo delirante, como nos lo enseñó la ciencia ficción–, habría que preguntar qué pasa con los átomos: ¿seguirán existiendo o será necesario, para que perezcan, que todo el planeta estalle y, hecho polvo inerte, se pierda en el infinito –vaya uno a saber– cósmico?
Otras cosas terrestres gozan de parecida situación, el agua por ejemplo, sólo que, como se sabe, recibe la designación de “recurso natural”, probablemente agotable: ¿puede uno imaginar, siquiera, un mundo sin agua, mares resecos, ríos de pura piedra, ausencia de lluvia, extinción de las napas? Si el agua se termina, y si no se inventa algún sustituto, se termina la vida y con ella la mirada, de modo que la eternidad que admitíamos en el paisaje en este caso sería sólo duración, aunque, sería una rareza, por ahí queda algún sobreviviente que jamás tiene sed. El viejo enfrentamiento entre espacio y tiempo, mediado, desde luego, por el hombre. Es, guardando las proporciones, como si fuera a extinguirse el aire: eso es casi impensable pese a los esfuerzos que hacen los seres humanos para lograrlo.
Hay otros elementos que suscitan parecidas reflexiones, de la eternidad a la catástrofe, como ocurre con el petróleo: Arabia Saudita vive como si las reservas de petróleo que posee no se fueran a agotar jamás. Craso error, según quienes entienden de estas cosas aun sin ser filósofos. Se podría afirmar, por lo tanto, que es posible y aun practicable una clasificación de elementos terráqueos, incluido Dios, que gozan de eternidad, otros sólo de duración y la duración puede ser corta, mediana o larga, pero siempre será duración y siempre será previsible o calculable. Es más, existe también la esperanza de recuperar estos elementos, cuando se extingan o un poco antes, hallándolos en otros planetas y sacándolos de ahí para aprovecharlos aquí. Ocurrirá o no pero es innegable que esa alternativa está en la cabeza de muchos, sabios o practicones: es un alivio, qué duda cabe.
Esos elementos, a su vez, pueden ser de dos tipos: unos muy materiales (agua, petróleo, minerales), otros virtuales, como lo es el paisaje, que sólo existen si media una mirada humana. Los primeros están ahí, antes y después de ser descubiertos, suelen ser objeto de uso o de explotación; los otros no están en ninguna parte y están en todas, pero como el paisaje es también tierra y algo sobre ella se constituye, ese carácter virtual es menor que el del silencio, que nos rodea y envuelve, en el cual navegamos sin movernos, producido por una falta, no por algo que lo produzca.
Pero tanto está que sin el silencio no podríamos entender casi nada; si no hubiera silencios en la música o en la poesía no podríamos comprender nada menos que el ritmo que es lo que marca el acuerdo que hay entre nuestras palpitaciones y lo que está en el exterior. Es cierto que en ocasiones, el silencio se busca y en otros se impone, pero también lo es que la mayor parte de los humanos lo rehúye, no lo quiere, e inventa mil maneras de conjurarlo o de reducirlo lo más posible. Esto no es ninguna novedad: la sociedad ama el ruido o, en el mejor de los casos, el sonido, pero hay diferencia entre ambas argucias para reducirlo: el ruido lo expulsa, el sonido lo contiene y absorbe, porque el sonido implica pausas, lo hace comprensible e identificable, el sonido nos dice, el ruido nos tapa.
Al atardecer, en la montaña, el silencio asalta y el ser humano se sobrecoge; sobreviene una suerte de angustia que se quiere conjurar rápidamente, pero eso también se produce en las casas de las ciudades cuando alguien se queda solo: el miedo al silencio es, entonces, universal, así como lo es el silencio mismo, e inexplicable porque en principio podría ser gratificante, muchos dicen querer buscarlo o lo piden con irritación cuando hay demasiados rumores, pero son los primeros en clausurarlo cuando, por ejemplo, aplauden demasiado pronto, creyendo que lo gratifican, a un ejecutante o cuando sufren porque, de pronto, la conversación entra en un instante de reflexión y todos callan.
¿De dónde procede esa angustia? Yo tiendo a creer que brota porque en el preciso instante en que se produce regresa algo así como la noche prehistórica, vuelve el terror que conmovió al primer hombre cuando la inmensidad lo inundaba y su refugio era insuficiente para protegerse y, sobre todo, cuando llegaba la noche y los rugidos, mugidos, aleteos, vibraciones, declinaban y lo ponían a merced de todo lo que no comprendía de un universo cuya imponencia podía aplastarlo. De ahí, creo, de esa memoria perdida que tiene su residencia en cada ser humano surge, por un lado, el sentimiento de lo sagrado y, por el otro, el más elemental del terror. Ignoro si la necesidad de anularlo que parece ser el signo de nuestras sociedades es una cosa o la otra; sólo me atrevo a pensar que ahí están sus raíces como, por otra parte, la mayor parte de nuestros miedos.

Cuento

El Camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse
Augusto Monterroso

En un país muy remoto, en plena Selva, se presentó hace muchos años un tiempo malo en el que el Camaleón, a quien le había dado por la política, entró en un estado de total desconcierto, pues los otros animales, asesorados por la Zorra, se habían enterado de sus artimañas y empezaron a contrarrestarlas llevando día y noche en los bolsillos juegos de diversos vidrios de colores para combatir su ambigüedad e hipocresía, de manera que cuando él estaba morado y por cualquier circunstancia del momento necesitaba volverse, digamos, azul, sacaban rápidamente un cristal rojo a través del cual lo veían, y para ellos continuaba siendo el mismo Camaleón morado, aunque se condujera como Camaleón azul; y cuando estaba rojo y por motivaciones especiales se volvía anaranjado, usaban el cristal correspondiente y lo seguían viendo tal cual.
Esto sólo en cuanto a los colores primarios, pues el método se generalizó tanto que con el tiempo no había ya quien no llevara consigo un equipo completo de cristales para aquellos casos en que el mañoso se tornaba simplemente grisáceo, o verdiazul, o de cualquier color más o menos indefinido, para dar el cual eran necesarias tres, cuatro o cinco superposiciones de cristales.
Pero lo bueno fue que el Camaleón, considerando que todos eran de su condición, adoptó también el sistema.
Entonces era cosa de verlos a todos en las calles sacando y alternando cristales a medida que cambiaban de colores, según el clima político o las opiniones políticas prevalecientes ese día de la semana o a esa hora del día o de la noche.
Como es fácil comprender, esto se convirtió en una especie de peligrosa confusión de las lenguas; pero pronto los más listos se dieron cuenta de que aquello sería la ruina general si no se reglamentaba de alguna manera, a menos de que todos estuvieran dispuestos a ser cegados y perdidos definitivamente por los dioses, y restablecieron el orden.
Además de lo estatuido por el Reglamento que se redactó con ese fin, el derecho consuetudinario fijó por su parte reglas de refinada urbanidad, según las cuales, si alguno carecía de un vidrio de determinado color urgente para disfrazarse o para descubrir el verdadero color de alguien, podía recurrir inclusive a sus propios enemigos para que se lo prestaran, de acuerdo con su necesidad del momento, como sucedía entre las naciones más civilizadas.
Sólo el León que por entonces era el Presidente de la Selva se reía de unos y de otros, aunque a veces socarronamente jugaba también un poco a lo suyo, por divertirse.
De esa época viene el dicho de que

todo Camaleón es según el color
del cristal con que se mira.

Microrelatos

Terapias, de Julio Cortázar.

Un cronopio se recibe de médico y abre un consultorio en la calle Santiago del Estero. En seguida viene un enfermo y le cuenta cómo hay cosas que le duelen y cómo de noche no duerme y de día no come.
-Compre un gran ramo de rosas- dice el cronopio.
El enfermo se retira sorprendido, pero compra el ramo y se cura instantáneamente. Lleno de gratitud acude al cronopio, y además de pagarle le obsequia, fino testimonio, un hermoso ramo de rosas. Apenas se ha ido el cronopio cae enfermo, le duele por todos lados, de noche no duerme y de día no come.

La oveja negra, de Augusto Monterroso

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

Tristeza del Cronopio
De Julio Cortázar

A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj. Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto. Meditación del cronopio: "Es tarde, pero menos tarde para mi que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde. Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo". Mientras toma café en el Richmond de Florida, moja el cronopio una tostada con sus lágrimas naturales.

Alegría del Cronopio
Por Julio Cortázar

Encuentro de un cronopio y un fama en la liquidación de la tienda La Mondiale.
-Buenas tardes, fama. Tregua catala espera. -Cronopio cronopio? -Cronopio cronopio. -Hilo? -Dos, pero uno azul.
El fama considera al cronopio. Nunca hablará hasta no saber que sus palabras son las que convienen, temeroso de que las esperanzas siempre alertas no se deslicen en el aire, esos microbios relucientes, y por una palabra equivocada invadan el corazón bondadoso del cronopio.
-Afuera llueve- dice el cronopio. Todo el cielo. -No te preocupes- dice el fama. Iremos en mi automóvil. Para proteger los hilos.
Y mira el aire, pero no ve ninguna esperanza, y suspira satisfecho. Además le gusta observar la conmovedora alegría del cronopio, que sostiene contra su pecho los hilos -uno azul- y espera ansioso que el fama lo invite a subir a su automóvil.