sábado, 26 de abril de 2014

Monserrat Cultural Nº 70

Imagen de Tapa: “Mantra dinámico” de Zithzam.

Gobernantes y gobernados


Por las noches el Gran Tamerlán se disfrazaba de mercader y recorría los barrios bajos de la ciudad para oír la voz del pueblo. Él mismo les tiraba de la lengua.
—¿Y el Gran Tamerlán? —preguntaba—. ¿Qué opináis del Gran Tamerlán?
Invariablemente se levantaba a su alrededor un coro de maldiciones y de rabiosas quejas. El mercader sentía que la cólera del pueblo se le contagiaba. Arrebatado por la indignación, añadía sus propios denuestos, revelaba un odio feroz contra el gobierno.
A la mañana siguiente, en su palacio, el Gran Tamerlán se enfurecía. ¿Sabe toda esa chusma —pensaba— qué es manejar las riendas de un imperio? ¿Creen esos granujas que no tengo otra cosa que hacer sino ocuparme de sus minúsculos intereses, de sus chismes de comadres? Y se dedicaba a los intrincados problemas oficiales.
Pero a la noche siguiente el mercader volvía a oír las pequeñas historias de atropellos, arbitrariedades, abusos de la soldadesca, prevaricatos de los funcionarios, deshonestidades de los cobradores de impuestos, y de nuevo hacía causa común con el pueblo.
Al cabo de un tiempo el mercader organizó una conspiración contra el Gran Tamerlán. Su astucia, su valor, su conocimiento del arte de la guerra lo convirtieron en el jefe de la conjura y en el líder del pueblo. Pero el Gran Tamerlán le desbarataba, desde su palacio, todos los planes revolucionarios, a menudo a duras penas y con gran sacrificio de soldados.
Este duelo se prolongó durante varios años. Hasta que el pueblo, harto de fracasos, sospechó que el mercader en realidad era un agente provocador a sueldo del Gran Taberlán y lo mató en una oscura taberna, a la misma hora en que los dignatarios de la corte, sospechando que el Gran Tamerlán ya no tenía agallas para vencer a sus enemigos, lo asesinaban en su vasto lecho.

Marco Denevi, Falsificaciones, Thule ediciones, 2006.


"La política es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres
con el pretexto de proteger a los unos de los otros."

Microrelatos

Hermanos

En la aldea de F. la vida era muy dura. No había tiempo para juegos y, cuando nació mi hermano, aún hubo más bocas que alimentar. Siempre me molestó su alegría innata, aquella mirada soñadora que parecía elevarle por encima de nuestras míseras vidas, así que de vez en cuando le daba una paliza para devolverle a la realidad. Le rompí la flauta con la que hacía bailar a los ratones del sótano y otro día quemé el muñeco que había tallado en un trozo de madera. Una tarde le sorprendí en el huerto, con un puñado de judías en la mano. Quería plantarlas y hacerlas crecer hasta el cielo. Le pateé hasta que las soltó y aquella noche las cenamos estofadas. Él no quiso probar bocado, pero me pareció que sonreía con disimulo. Por la mañana su cama estaba vacía y a nosotros se nos había cubierto el cuerpo de pelo. No está tan mal. Papá sigue durmiendo en su cama dura y mamá en su cama blanda. Yo no he perdonado a mi hermano y aún sigo esperando que regrese para hacerle probar mis nuevas zarpas. Anoche, cuando volvimos de explorar las vías del tren, vi un bulto acostado en mi cama y, convencido de que era él, le salté encima. No hubo suerte. Mamá me ha consolado y después ha limpiado los rizos rubios que quedaban en el suelo. Al menos hoy no cenaremos sopa.


La excitación de los muertos

La muchacha más joven del pueblo se encarga de adecentar a los muertos. Una vez al mes, con una falda mínima y un escote travieso, recorre el camposanto y, paño en mano, se arrodilla en las tumbas. Mientras frota la piedra sus caderas se agitan a ritmo de bolero. Saca brillo a las lápidas y sus pechos bailan. Los dedos se confunden, se alborotan, se marean, danzan con la bayeta, puliendo el mármol. La tierra late. Revienta de flores fucsias. Y la necrópolis rezuma un aire pegajoso. Un olor dulzón que cubre la aldea, sumiéndola en un amarillento letargo.


Enamorados

     Los enamorados caminan, en la noche silenciosa, por la arena de la playa. Cada tanto, las olas llegan a mojarles los pies.
     -¿Me bajarías la luna? -pregunta ella.
     -Si pudiera, sabés que sí -responde él.
     Ambos quedan en silencio. Ella no parece convencida.
     -Y bueno -reflexiona el enamorado-, "si la montaña no viene a Mahoma..."
     Y el paso siguiente de los enamorados se prolonga una veintena de metros en el espacio, hasta posarse ambos, livianamente, en el polvo blanco.

Juan Romagnoli, Universos ínfimos.

Carta abierta del Sindicato de Obreros Portuarios a la poetisa Emily Dickinson




Señora Dickinson, porque sabemos ser corteses, en ocasión de que la hija del compañero García le comentara unos versos suyos que oyó en la escuela:

Multiplicar los muelles
no disminuye el mar.

El compañero los trajo a la asamblea. Por un lado estamos con elecciones en el sindicato y, por otro, en plena negociación con la patronal, ¿me entiende?
- ¿A qué se mete ésta? alzó la voz más de uno.
En este país, señora Dickinson, hay treinta mil obreros portuarios, treinta mil familias… no es que los puertos dan lo mismo, ¿me entiende?
- ¡Si la Dickinson quiere decir que el misterio es irreductible que lo diga así y listo!
- ¡Si la pena no se alivia con palabras ni poemas… que lo diga así! ¡¿Para qué nos empioja a nosotros?!
Apoyaron otros compañeros.
- Si ella estuviera en un algo de poesía y le caemos a decir: “Bla bla bla bla bla…” , mientras leen, no les gustaría.
Ahí hubo que calmar a los compañeros, no sé si me explico. Algunos ya se estaban parando, nos llevó un rato.
- Además el mar seguirá igual de grande, pero de los puertos salen embarcaciones para navegarlo (aplausos)… gracias a los puertos hay dónde lanzarse a la mar (más aplausos)… y tener un lugar de regreso,(más y más aplausos)… gracias a los puertos el mar… el mar sigue igual de grande… pero es un mar amigo.
Ahí los compañeros se pusieron de pie con los ojos envueltos en lágrimas… porque todos tenemos algún compañero que murió en una tempestad, ¿me entiende? Ahí uno siente que ni los barcos, ni los puertos, ni nada ayuda nada.
Pero, entonces, un compañero preguntó si eso no venía a ser lo que usted dice de las palabras y la vida o del misterio. Se produjo como un murmullo. Se leyó de nuevo, y se hizo un silencio que ni le digo.
Y mire que los compañeros son gente acostumbrada al trabajo rudo, no sé si me explico. Y ahí los tenía, Emily, con la cabeza baja, las manos cruzadas al frente. En ese mar de silencio,perdón si me meto en lo suyo, todos nos incorporamos, y un compañero, con un puño en la garganta, que en nuestro medio podría ser otra cosa, pero me refiero a que con la voz emocionada pronunció:
- No… aumentar los puertos no disminuye el mar.
Como diciendo que uno busca una seguridad que es imposible, y uno se engaña, Emily, nos la jugamos igual todos los días.
- ¡Viva la compañera Dickinson!
Gritó otro, y la asamblea le dedicó un aplauso de brazos alzados. Y es por lo que se le extiende la presente, Emily, como testimonio a su sensibilidad hacia la lucha cotidiana y la vida de un trabajo como el nuestro, que nunca se reconoce. Y por resolución F233/12 se la incorpora en las firmas documentales.
Con respeto la saluda
Faustino Gasso
Prosecretario Adjunto del Sindicato Nacional de Obreros Portuarios
Multiplicar los muelles
no disminuye el mar.

Luis Pescetti

La terrible sinceridad. Roberto Arlt.



Me escribe un lector: "Le ruego me conteste, muy seriamente, de qué forma debe uno vivir para ser feliz".

Estimado señor: Si yo pudiera contestarle, seria o humorísticamente, de qué modo debe vivirse para ser feliz, en vez de estar pergeñando notas, sería, quizá, el hombre más rico de la tierra, vendiendo, únicamente a diez centavos, la fórmula para vivir dichoso. Ya ve qué disparate me pregunta.

Creo que hay una forma de vivir en relación con los semejantes y consigo mismo, que si no concede la felicidad, le proporciona al individuo que la practica una especie de poder mágico de dominio sobre sus semejantes: es la sinceridad.

Ser sincero con todos, y más todavía consigo mismo, aunque se perjudique. Aunque se rompa el alma contra el obstáculo. Aunque se quede sólo, aislado y sangrando. Esta no es una fórmula para vivir feliz; creo que no pero sí lo es para tener fuerzas y examinar el contenido de la vida, cuyas apariencias nos marean y engañan de continuo.

No mire lo que hacen los demás. No le importe un pepino de lo que opine el prójimo. Sea usted, usted mismo sobre todas las cosas, sobre el bien y el mal, sobre el placer y sobre el dolor, sobre la vida y la muerte. Usted y usted. Nada más. Y será fuerte como un demonio entonces. Fuerte a pesar de todos y contra todos. No importe que la pena lo haga dar de cabeza contra la pared. Interróguese siempre, en el peor minuto de su vida, lo siguiente:

-¿Soy sincero conmigo mismo?

Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza. Siendo sincero no se va a matar. Esté segurísimo de eso. No se va a matar, porque no se puede matar. La vida, la misteriosa vida que rige nuestra existencia, impedirá que usted se mate tirándose al pozo. La vida, providencialmente, colocará, un metro antes de que usted llegue al fondo, un clavo donde se engancharán sus ropas, y... usted se salvará.

Me dirá usted: "¿Y si los otros no comprenden que soy sincero?" ¡Qué le importa a usted de los otros! La tierra y la vida tienen tantos caminos con alturas distintas, que nadie puede ver a más distancia de la que dan sus ojos. Aunque se suba a una montaña, no verá un centímetro más lejos de lo que le permita su vista. Pero, escúcheme bien: el día que los que lo rodean se den cuenta de que usted va por un camino no trillado, pero que marcha guiado por la sinceridad, ese día lo mirarán con asombro, luego con curiosidad. Y ese día en que usted, con la fuerza de su sinceridad, les demuestre cuántos poderes tiene entre sus manos, ese día serán sus esclavos espiritualmente, créalo.

Me dirá usted: "¿Y si me equivoco?". No tiene importancia. Uno se equivoca cuando tiene que equivocarse. Ni un minuto antes ni un minuto después. ¿Por qué? Porque así lo ha dispuesto la vida, que es esa fuerza misteriosa. Si usted se ha equivocado sinceramente, lo perdonarán. O no lo perdonarán. Interesa poco. Usted sigue su camino. Contra viento y marea. Contra todos, si es necesario ir contra todos. Y créame llegará un momento en que usted se sentirá más fuerte, que la vida y la muerte se convertirán en dos juguetes entre sus manos. Así, como suena. Vida. Muerte. Usted va a mirar esa taba que tiene tal reverso, y de una patada la va a tirar lejos de usted. ¿Qué le importan los hombres, si usted, con su fuerza, está más allá de los hombres?

La sinceridad tiene un doble fondo curioso. No modifica la naturaleza intrínseca del que la práctica, y sí le concede una especie de doble vista, sensibilidad curiosa, y que le permite percibir la mentira, y no sólo la mentira, sino los sentimientos del que está a su lado.

Hay una frase de Goethe, respecto de este estado, que vale un Perú. Dice:

"Tú que me has metido en este dédalo, tú me sacarás de él"

Es lo que anteriormente le decía.

La sinceridad provoca en el que la practica lealmente, una serie de fuerzas violentas. Estas fuerzas sólo se muestran cuando tiene que producirse eso de: "Tú que me has metido en este dédalo, tú me sacarás". Y si usted es sincero, va a percibir la voz de estas fuerzas. Ellas lo arrastrarán, quizá, a ejecutar actos absurdos. No importa. Usted los realiza. ¿Que se quedará sangrando? ¡Y es claro! Todo cuesta en esta tierra. La vida no regala nada, absolutamente. Todo hay que comprarlo con libras de carne y sangre.

Y de pronto, descubrirá algo que no es la felicidad, sino un equivalente a ella. La emoción. La terrible emoción de jugarse la piel y la felicidad. No en el naipe, sino convirtiéndose usted en una especie de emocionado naipe humano que busca la felicidad, desesperadamente, mediante las combinaciones más extraordinarias, más inesperadas. ¿O qué se cree usted? Que es uno de esos multimillonarios norteamericanos, ayer vendedores de diarios, más tarde carboneros, luego dueños de circo, y sucesivamente periodistas, vendedores de automóviles, hasta que un golpe de fortuna los sitúa en el lugar en que inevitablemente debía estar.

Esos hombres se convirtieron en multimillonarios porque querían ser eso. Con eso sabían que realizaban la felicidad de su vida. Pero piense usted en todo lo que se jugaron para ser felices. Y mientras no se producía lo efectivo, la emoción, que derivaba de cada jugada, los hacía más fuertes. ¿Se da cuenta?

Vea amigo: hágase una base de sinceridad, y sobre esa cuerda floja o tensa, cruce el abismo de la vida, con su verdad en la mano, y va a triunfar. No hay nadie, absolutamente nadie, que pueda hacerlo caer. Y hasta los que hoy le tiran piedras, se acercarán mañana a usted para sonreírle tímidamente. Créalo, amigo: un hombre sincero es tan fuerte que sólo él puede reírse y apiadarse de todo.

Texto extraído de "Aguas fuertes porteñas".

Integral



Por un segundo, sólo, no ser yo:
Ser bicho, piedra, sol, u otro hombre,
Dejar de ver el mundo desde esta altura,
Pesar el más y el menos de otra vida.

Por un segundo, sólo, otros ojos,
Otra forma de ser y de pensar,
Olvidar cuanto sé, de la memoria
Nada dejar, ni el saberla perdida.

Por un segundo, sólo, otra sombra,
Otro perfil en el muro que separa,
Gritar con otra voz otra amargura,
Cambiar por muerte la muerte prometida.

Por un segundo, sólo, encontrar
En tu cuerpo mudado el cuerpo mío,
Por un segundo, sólo, y no más:
Por desearte más, ya conocida.

José Saramago

Te deseo

Te deseo primero que ames,
y que amando, también seas amado.
Y que, de no ser así, seas breve en olvidar
y que después de olvidar, no guardes rencores.
Deseo, pues, que no sea así, pero que sí es,
sepas ser sin desesperar.
Te deseo también que tengas amigos,
y que, incluso malos e inconsecuentes
sean valientes y fieles, y que por lo menos
haya uno en quien confiar sin dudar.
Y porque la vida es así,
te deseo también que tengas enemigos.
Ni muchos ni pocos, en la medida exacta,
para que, algunas veces, te cuestiones
tus propias certezas. Y que entre ellos,
haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro.
Te deseo además que seas útil,
más no insustituible.
Y que en los momentos malos,
cuando no quede más nada,
esa utilidad sea suficiente
para mantenerte en pie.
Igualmente, te deseo que seas tolerante,
no con los que se equivocan poco,
porque eso es fácil, sino con los que
se equivocan mucho e irremediablemente,
y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
sirvas de ejemplo a otros.
Te deseo que siendo joven no
madures demasiado de prisa,
y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer
y su dolor y es necesario dejar
que fluyan entre nosotros.
Te deseo de paso que seas triste.
No todo el año, sino apenas un día.
Pero que en ese día descubras
que la risa diaria es buena, que la risa
habitual es sosa y la risa constante es malsana.
Te deseo que descubras,
con urgencia máxima, por encima
y a pesar de todo, que existen,
y que te rodean, seres oprimidos,
tratados con injusticia y personas infelices.
Te deseo que acaricies un perro,
alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero
erguir triunfante su canto matinal,
porque de esta manera,
sentirás bien por nada.
Deseo también que plantes una semilla,
por más minúscula que sea, y la
acompañes en su crecimiento,
para que descubras de cuantas vidas
está hecho un árbol.
Te deseo, además, que tengas dinero,
porque es necesario ser práctico,
Y que por lo menos una vez
por año pongas algo de ese dinero
frente a ti y digas: “Esto es mío”.
sólo para que quede claro
quién es el dueño de quién.
Te deseo también que ninguno
de tus defectos muera, pero que si
muere alguno, puedas llorar
sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.
Te deseo por fin que, siendo hombre,
tengas una buena mujer, y que siendo
mujer, tengas un buen hombre,
mañana y al día siguiente, y que cuando
estén exhaustos y sonrientes,
hablen sobre amor para recomenzar.
Si todas estas cosas llegaran a pasar,
no tengo más nada que desearte.


Víctor Hugo

Microrelatos

La muerte, uno de esos accidentes

No es fácil nacer ni morir en F. No es fácil llevar a los muertos al cielo, ni vigilar el camposanto el día de difuntos. Vivir puede matar y acaso los muertos son más felices que los vivos: los cuida una chica guapa que sabe bailar boleros. El sol es implacable en esta aldea, los zopilotes no perdonan y los días parecen vaciados de aire. Aun así, más de alguno intenta engañar a la muerte. Tictac, tictac, tictac. Se acaba el tiempo. Antes o después, vamos a morir. Como en un cuento. Solos o acompañados. Maquillados o al natural. Moriremos por descuido, por accidente, por decisión propia o ajena. Ahorcados, fusilados, decapitados, embrujados. Moriremos por amor o desamor, con arrugas o sin ellas, lentamente o en un instante. De manera discreta o haciendo alardes de muerto. Y matar. Hacerlo en sueños, de prisa, sigilosamente. Matar por despecho, por venganza, porque sí. Matar a muchos o sólo a uno. Matar a enfermos y sanos, locos y cuerdos, a amantes, rivales o niños. Matar con gusto, con pistolas, con tijeras. Utilizar tal vez hilos, cuchillos, tartas, almohadas, hogueras o bichos. Derramar sangre o hacer de la muerte una pulcritud sin límites. Azucarada o amarga, la muerte campa a sus anchas en la Aldea de F. Huele a madera hueca, a sábanas mojadas, a piel de mujer. Muerte silenciosa o a gritos. Con forma de muñeca, tarántula, sombra o nube. Vamos a morir y a matar en cada cuento, para luego resucitar hacia el final. O no. Después de todo, nadie muere antes de tiempo.