viernes, 30 de mayo de 2014

Monserrat Cultural Nº 71

Imagen de Tapa: “Casas de pájaros” de L. Drake.

Las ciudades y los signos


De la ciudad de Zirma los viajeros vuelven con recuerdos muy claros: un negro ciego que grita en la multitud, un loco que asoma por la cornisa de un rascacielos, una muchacha que pasea con un puma sujeto por una traílla. En realidad muchos de los ciegos que golpean con el bastón en el empedrado de Zirma son negros, en todos los rascacielos hay alguien que se vuelve loco, todos los locos se pasan horas en las cornisas, no hay puma que no sea criado por un capricho de muchacha. La ciudad es redundante: se repite para que algo llegue a fijarse en la mente.
Yo también vuelvo de Zirma: mi recuerdo abarca dirigibles que vuelan en todas las direcciones a la altura de las ventanas, calles de tiendas donde se dibujan tatuajes en la piel de los marineros, trenes subterráneos atestados de mujeres obesas que se sofocan. Los compañeros que venían conmigo en el viaje juran en cambio que vieron un solo dirigible suspendido entre los pináculos de la ciudad, un solo tatuador que disponía sobre su mesa agujas y tintas y dibujos perforados, una sola mujerona abanicándose en la plataforma de un vagón. La memoria es redundante: repite los signos para que la ciudad empiece a existir.

CALVINO, Ítalo. Las ciudades invisibles.

Microrelatos


Esta tarde, cuando venía de la oficina, un borracho me detuvo en la calle. No protestó contra el gobierno, ni me dijo que él y yo éramos hermanos, ni tocó ninguno de los innumerables temas de la beodez universal. Era un borracho extraño, con una luz especial en los ojos. Me tomó del brazo y me dijo, casi apoyándose en mí: "¿Sabés lo que te pasa? Que no vas a ninguna parte". Otro tipo que pasó en ese instante me miró con una alegre dosis de compresión y hasta mi consagró un guiño de solidaridad. Pero ya hace cuatro horas que estoy intranquilo, como si realmente no fuera a ninguna parte y sólo ahora me hubiese enterado.
La tregua, Mario Benedetti.

Más tarde quizá haga otra cosa. Cuando termine de ser poeta. Antes o después me quedaré sin palabras, ¿comprende? Todo el mundo tiene solamente cierto número de palabras dentro. Y, entonces, ¿dónde estaré?
La trilogía de Nueva York, Paul Auster.

Tengo el cansancio anticipado de lo que no voy a encontrar. Si en determinado momento me hubiera vuelto para la izquierda en lugar de para la derecha. Si en cierto instante hubiera dicho si en lugar de no, o no en lugar de si. Si en determinada conversación hubiese tenido frases que solo ahora en el entresueño elaboro. Si todo esto hubiera sido así hoy sería otro y quizá el universo entero sería insensiblemente llevado a ser otro también. Pero sólo ahora lo que nunca fui ni seré me duele. Voy a pasar la noche a Cintra porque no puedo pasarla en Lisboa pero cuando llegué a Cintra me va a dar pena de no haberme quedado en Lisboa. Siempre esta inquietud sin resolución, sin nexo, sin consecuencia. Siempre, siempre, siempre. Esta angustia excesiva del espíritu por nada. En la carretera de Cintra, o en la carretera del sueño, o en la carretera de la vida. A la izquierda hay una casucha al borde de la carretera. A la derecha, el campo abierto con la luna a lo lejos. El auto que parecía hace poco proporcionarme libertad es ahora algo en lo que estoy encerrado. A la izquierda, hacia atrás, la casucha modesta. La vida allí debe ser feliz sólo porque no es la mía. Si alguien me ha visto desde la ventana de la casucha soñará: ese que va en el auto es feliz.
Escrito en un libro abandonado en un viaje, Fernando Pessoa.

Microrelatos



Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí. “No importa lo que hagas –decía-, en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ellos tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí, el jardinero estará allí para siempre
Fragmento de Fahrenheit 451, Ray Bradbury.

No sé hasta dónde me lleve este camino, este difícil camino de tu espera. No sé hasta dónde te persiga mi sangre, hasta dónde se prolongue tu encuentro. Si yo pudiera rogar, te rogaría; si supiera pedir, te pediría; te diría que pronto, que vinieses a mí ahora mismo, que te necesito, que esto es urgente, imprescindible. Pero me he acostumbrado a aguardarte en silencio, deseándote, deseándote nomás; y allí en el fondo de mi alma te espero, íntimamente confío en ti, creo en ti -porque creo en mi amor, porque sé que no hay amor baldío-, y estoy como si esperara madurar una fruta, como si esperara que cayese un beso, como si esperara florecer un sueño. Porque te quiero, amo.
Jaime Sabines.

Las llaves de Stella
Stella abrió la puerta de su casa. Entre los dedos de su mano derecha –en posición supina– agitaba las llaves y con la otra mano sujetaba a su perra blanca, Stephanía, a la que llevaba al paseo nocturno. De pronto comprobó: ya no tenía las llaves. ¿Dónde las puso? Nunca aparecerían. En la siguiente oportunidad aferraba la correa perruna cuando, en una distracción o algo así, advirtió con alarma que ya no la sujetaba. De la perra, nunca supo. Una noche del mes siguiente apoyó una mano en una pared de su casa y ¡zaz! ésta se esfumó ante su aterrado estupor. Decidió entonces invitar a salir al hombre a quien odiaba, lo aferró de un brazo con fuerza. Nada. Stella ignoraba que el don de las desapariciones le había sido otorgado por el dios bromista sólo para ser ejecutado tres veces. Resignada, descubrió en cambio que el hombre no era tan desagradable. Y poseía llaves, perro y casa.
Quarks, Jorge Ariel Madrazo.

El engaño
La conoció en un bar y en el hotel le arrancó la blusa provocativa, la falda entallada, los zapatos de tacón alto, las medias de seda, los ligueros, las pulseras y los collares, el corsé, el maquillaje, y al quitarle los lentes negros se quedó completamente solo.
Por favor, sea breve, Marcial Fernández.

Reflexiones



Inteligencia es comprender algo antes de afirmarlo. Es llevar las cosas al límite para encontrar sus contrarias. Es intentar comprender a los demás y entre uno y los demás, con todos sus pros y sus contras, buscar poco a poco, nuestro humilde camino. Ya sé que, actualmente, a mucha gente no le gusta este planteamiento intelectual. Quieren las diferencias bien marcadas e intentar buscar algo entre el negro y el blanco, es un asunto muy gris. Los fanáticos y los dogmáticos resultan aburridos porque siempre sabes lo que van a decir. La gente divertida no son los escépticos sino aquellos que aman las paradojas. Llamo paradojas a buscar otra solución cuando tienes ya una evidente. Considero también que transigir es la acción intelectual más hermosa, la más valiente pese a que la gente lo vea mal o lo considere una claudicación.
Jean-Luc Godard.

En mi opinión, la mayoría de las personas tienen un concepto poco realista de la felicidad, pues invariablemente emplean la fatal conjunción condicional “sí”. Les oímos decir: Yo sería feliz si fuera rico; o si esa mujer me amara; o bien: si tuviera yo talento o si tuviera buena salud. A menudo, tales personas alcanzan su objetivo, pero entonces descubren otras circunstancias condicionales. Por mi parte, yo amo la vida, para bien o para mal, incondicionalmente.
Arthur Rubinstein.

Para mí, una crisis interior es siempre un signo de salud. En mi opinión no supone otra cosa que un intento de volver a encontrar el propio yo, de conseguir una nueva fe. Entra en un estado de crisis interior todo aquel que se plantea problemas intelectuales. Esto es perfectamente lógico, puesto que el alma ansía armonía, mientras que la vida está llena de disonancia. Es esta contradicción la confirmación de nuestra profundidad interior, de nuestras posibilidades espirituales.
Andrei Tarkovski.

Solamente son felices quienes no piensan nunca, es decir, quienes no piensan más que lo estrictamente necesario para sobrevivir. El pensamiento verdadero se parece a un demonio que perturba los orígenes de la vida, o a una enfermedad que ataca sus raíces mismas. Pensar continuamente, plantearnos problemas capitales a cada momento y experimentar una duda permanente respecto a nuestro destino; estar cansado de vivir, agotado hasta lo inimaginable a causa de nuestros propios pensamientos y de nuestra propia existencia; dejar tras de sí una estela de sangre y de humo como símbolo del drama y de la muerte de nuestro ser —equivale a ser desgraciado hasta el punto de que el problema del pensamiento nos da ganas de vomitar y la reflexión nos parece una condena.
En las cimas de la desesperación, Emil Cioran.



Hay que pensar en ciertas cosas, cosas que te habitan por dentro, o no, mejor sí, hay que pensar en ellas porque si no pensamos en ellas, corremos el riesgo de encontrarlas, una a una, en la memoria. Es decir, hay que pensar durante un momento, un buen rato, todos los días y varias veces al día, hasta que el fango las recubra, con una costra infranqueable.
El expulsado, Samuel Beckett.

Pienso que todo en la vida es arte. Lo que haces. Cómo te vistes. La forma en que amas a alguien, y cómo hablas. Tu sonrisa y tu personalidad. Lo que crees, y todos tus sueños. La forma en que bebes tu té. Cómo decoras tu hogar. O una fiesta. Tu lista del mercado. La comida que haces. Cómo luce tu escritura. Y la forma en que sientes. La vida es arte.
Helena Bonham Carter

No hay que lamentarse por la muerte, como no hay que lamentarse por una flor que crece. Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus vidas, les mean encima. Las cagan. Estúpidos . Se concentran demasiado en follar, ir al cine, el dinero, la familia, follar. Sus mentes están llenas de algodón. Se tragan a Dios sin pensar, se tragan la patria sin pensar. Muy pronto se olvidan de cómo pensar, dejan que otros piensen por ellos. Sus cerebros están rellenos de algodón. Son feos, hablan feo, caminan feo. Ponles la gran música de los siglos y no la oyen. La muerte de la mayoría de la gente es una farsa. No queda nada que pueda morir.
El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, Charles Bukowski.

NO ES UN POEMA




Los rostros son los mismos, 
los cuerpos son los mismos, 
las palabras huelen a viejo, 
las ideas a cadáver antiguo. 

Esto no es un poema: 
es un grito de rabia, 
rabia por los ojos huecos, 
por las palabras torpes 
que digo y que me dicen, 
por inclinar la cabeza 
ante ratones, 
ante cerebros llenos de orín, 
ante muertos persistentes 
que obstruyen el jardín del aire. 

Esto no es un poema: 
es un puntapié universal, 
un golpe en el estómago del cielo, 
una enorme náusea 
roja 
como era la sangre antes de ser agua. 

Del poemario Minuto, de Susana Thénon.

Poesía porque sí

Lo que esperamos

Lo que esperamos
Tardará, tardará.
Ya sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de hastío,
de diamantes,
de caviar,
de remedios.
Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la saña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad.
de bosta.
Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,


-no cajas de caudales,
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.
Y entonces…
¡Ah!, ese día
abriremos los brazos
sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor todavía
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos
esperamos en vano.

Oliverio Girondo

A SOLAS

Es cierto:
la seriedad de su sonrisa.
¿La imaginas a solas
con tanto grito alrededor?
El tiempo entre los perfumes camina,
destapa un frasco, pierde minutos
de dejar morir
entre los trajes a media vivos,
como recién ahorcados.

Comprendo:
los gritos enmudecidos,
los peces, nacimiento perpetuo.

Antes, una vez...
Nadie lo sabrá nunca.

¿La imaginas a solas
con tanto abismo alrededor?

Del poemario Minuto, de Susana Thénon.

Microrelatos

“Él, que pasaremos a llamar sujeto, y quien estas líneas escribe (perteneciente al sexo femenino) que como es natural llamaremos el objeto, se encontraron una noche cualquiera y así empezó la cosa. Por un lado porque la noche es ideal para comienzos y por otro porque la cosa siempre flota en el aire y basta que dos miradas se crucen para que el puente sea tendido y los abismos franqueados. 
Había un mundo de gente pero ella descubrió esos ojos azules que quizá –con un poco de suerte- se detenían en ella. Ojos radiantes, ojos como alfileres que la clavaron contra la pared y la hicieron objeto –objeto de palabras abusivas, objeto del comentario crítico de los otros que notaron la velocidad con la que aceptó al desconocido. Fue ella un objeto que no objetó para nada, hay que reconocerlo, hasta el punto que pocas horas más tarde estaba en la horizontal permitiendo que la metáfora se hiciera carne en ella. Carne dentro de su carne, lo de siempre. 
La cosa empezó a funcionar con el movimiento de vaivén del sujeto que era de lo más proclive. El objeto asumió de inmediato –casi instantáneamente- la inobjetable actitud mal llamada pasiva que resulta ser de lo más activa, recibiente. Deslizamiento de sujeto y objeto en el mismo sentido, confundidos si se nos permite la paradoja.”
La cosa, Luisa Valenzuela.

En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento; sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada.
Explicación falsa de mis cuentos, Felisberto Hernández.