sábado, 29 de noviembre de 2014

Monserrat Cultural Nº 77

Imagen de Tapa: “Regando esperanzas” de Zitzham.

Editorial


Refiriéndose a esos tiempos, Erdosain me decía: “Yo creía que el alma me había sido dada para gozar de las bellezas del mundo, la luz de la luna sobre la anaranjada cresta de una nube, y la gota de rocío temblando encima de una rosa. Mas, cuando fui pequeño creí siempre que la vida reservaba para mí un acontecimiento sublime y hermoso. Pero a medida que examinaba la vida de los otros hombres, descubrí que vivían aburridos, como si habitaran en un país siempre lluvioso, donde los rayos de la lluvia les dejaran en el fondo de las pupilas tabiques de agua que les deformaban la visión de las cosas. Y comprendí que las almas se movían en la tierra como los peces prisioneros en un acuario. Al otro lado de los verdinosos muros de vidrios estaba la hermosa vida cantante y altísima, donde todo sería distinto, fuerte y múltiple, y donde los seres nuevos de una creación más perfecta, con sus bellos cuerpos saltarían en una atmósfera elástica”.
Entonces le decía: “- Es inútil, tengo que escaparme de la tierra”.

Los Siete Locos - Roberto Arlt

Microrelatos


«Brif , bruf , braf», de Gianni Rodari

Dos niños estaban jugando, en un tranquilo patio, a inventarse un idioma especial para poder hablar entre ellos sin que nadie más los entienda.
—Brif, braf —dijo el primero.
—Braf, brof —respondió el segundo.
Y soltaron una carcajada.
En un balcón del primer piso había un buen viejecito leyendo el periódico, y asomada a la ventana de enfrente había una viejecita ni buena ni mala.
—¡Qué tontos son esos niños! —dijo la señora.
Pero el buen hombre no estaba de acuerdo:
—A mí no me lo parecen.
—No va a decirme que ha entendido lo que han dicho…
—Pues sí, lo he entendido todo. El primero ha dicho: «Qué bonito día». El segundo ha contestado: «Mañana será más bonito todavía».
La señora hizo una mueca, pero no dijo nada, porque los niños se habían puesto a hablar de nuevo en su idioma.
—Maraqui, barabasqui, pippirimosqui —dijo el primero.
—Bruf —respondió el segundo.
Y de nuevo los dos se pusieron a reír.
—¡No irá a decirme que ahora los ha entendido…! —exclamó indignada la viejecita.
—Pues ahora también lo he entendido todo —respondió sonriendo el viejecito. El primero ha dicho: «Qué felices somos por estar en el mundo». Y el segundo ha contestado: «El mundo
es bellísimo».
—Pero ¿acaso es bonito de verdad? —insistió la viejecita.
—Brif, bruf, braf —respondió el viejecito.


Fábula del unicornio

Cuando Noé vio el cuerno que sobresalía de la espesa crin en la frente, no dudó ni un instante sobre la identidad del animal que pedía humildemente ser aceptado en el Arca ante la inminencia del Diluvio.
Jamás había visto a un unicornio, pero los libros antiguos lo describían como un animal más bien pequeño, semejante a una cabra y de carácter huidizo; con un largo cuerno rematado en una afilada punta, parecido a ciertas especies de caracol no muy abundantes en estos días.
Cuenta la tradición que, finalizado el Diluvio y agotados los pájaros para ir y venir a través de la tormenta y de la noche, Noé envió al unicornio a comprobar si había bajado el nivel de las aguas. El unicornio se arrojó a la oscuridad y al tocar el líquido comenzó a hundirse. Ante la cercanía de la muerte rogó a un dios por su vida. Este lo transformó en un narval, dejándolo conservar sólo el cuerno como memoria de un pasado que desaparecía en el océano del tiempo.
En las noches claras, cuando el viento rompe el crepúsculo del agua en ondas oscuras, añora galopar bajo el vientre de una doncella desnuda como la luna como una pecera de fondo.
A veces atraviesa a algunos bañistas con su afilado cuerno buscando a Noé desde tiempos remotos.

Wilfredo Machado, Libro de animales.

Pedir

El hombre, marchito de vejez, había recorrido praderas y pueblos, pidiendo. Le habían dado ropa, fruta, indiferencia; pero él sólo pedía un vaso de agua. Cuando consiguió que alguien lo escuchara, bebió con lentitud, sintió la espalda y se fue irguiendo cuan alto había sabido ser. Después, agradeció y levantó vuelo, para alcanzar la bandada.

María Cristina Ramos, La secreta sílaba del beso.

De cero

"Por favor, sea breve", dijo el asesino. Yo le obedecí. Subí al dormitorio de mi esposa y le hice el amor por última vez. Arropé a mis hijos y les conté un cuento hermoso que escucharon con arrobo infantil. Observé sus caritas al dormirse, tratando de imaginarles en una versión adulta. Por fin, bajé a la salita, donde él me esperaba con su pistola preparada. Me ofreció un puro y fumamos en silencio. Después cogí mis maletas y salí para no escuchar los gritos. Es difícil empezar de cero.

Eva Díaz Riobello.


La colaboración de las cosas (teatro)

Empieza una discusión cualquiera en una casa cualquiera pues llega un esposo cualquiera y busca la sartén ya que él es quien sabe hacer las comidas de sartén y ésta no aparece. Crece la discusión; llegan parientes. Se oye un ruido. Sigue la discusión. Se busca una segunda sartén que acaso existió alguna vez. El ruido aumenta. Tac, tac, tac. No se concluye de esclarecer qué ha pasado con la sartén, que además no era vieja; se escuchan imputaciones recíprocas, se intercambian hipótesis; se examinan rincones de la cocina por donde no suele andar la escoba. Tac, tac, tac. Al fin, se aclara el misterio: lo que venía cayendo escalón por escalón era la sartén. Ahora sólo falta la explicación del misterio: el niño, de cinco años, la había llevado hasta la azotea, sin pensar que correspondiera restituirla a la cocina; al alejarse por ser llamado de pronto por la madre, después de haber estado sentado en el primer escalón de la escalera, la sartén quedó allí. Cuando trascendió el clima agrio de la discusión conyugal, la sartén para hacer quedar bien al niño, culpable de todo el ingrato episodio, se desliza escalones abajo y su insólita presencia a la entrada de la cocina calma la discordia.
Nadie supo que no fue la casualidad, sino la sartén. Y si es verdad que puede haberle costado poco por haber sido dejada muy al borde del escalón, no debe menospreciarse su mérito.

Macedonio Fernández, Relato, cuentos, poemas y misceláneas, 2010.

Cuando el señor K. amaba a una persona.

—¿Qué hace usted ­­—preguntaron un día al señor K.— cuando ama a alguien?
—Hago un bosquejo de esa persona —respondió el señor K.— y procuro que se le asemeje lo más posible.
—¿El bosquejo?
—No —contestó el señor K.—. La persona.

Bertolt Brecht, Historias de Almanaque, 1949.

Microrelatos



Aquella victrolera

Siempre me gustaste, Rosa, siempre. Y ahora que somos viejos te lo puedo decir. Antes no: eras la mujer de Ignacio Braceras. ¡Mirá que casualidad, venir a encontrarnos aquí, en el café donde vos trabajabas! ¡Cómo pasa el tiempo, che! Parece mentira, Rosa, que estés charlando conmigo. Yo era muy pibe cuando venía al café para verte. Eras la diosa del barrio, Rosa, la diosa del café. Allá en lo alto, en el palco de la victrolera, campaneabas a los giles. No, el palco ya no está. Y ya nadie escucha tangos, Rosa. ¿Te acordás? Vos ponías los discos en la victrola y nosotros te mirábamos las piernas. Indiferente, mirabas la pared. Me acuerdo, Rosa; me acuerdo de tus medias corridas y me dan ganas de llorar. Yo cerraba los ojos y me hacía la ilusión de que eras vos la que cantaba y no Libertad Lamarque, Azucena Maizani o la Merello. Eras vos, la más linda de todas. Nunca te lo pude decir porque yo era un pibe y a vos te vigilaba tu hombre, ese cafiolo de barrio que te llevó al trocen. Tomaban el tranvía y se iban juntos a la pieza. Después pasó lo que pasó, Rosa, esa desgracia que salió en los diarios. Supe que Ignacio Braceras te faltó, que te dio la biaba y que vos lo tiraste bajo un tren. No llorés, Rosa, ya pasó, ya pasó. Estuviste mucho tiempo en la gayola, es cierto, y eso jode a cualquiera. Pero aquí estás, otra vez. Giraron muchos discos, muchas noches y yo siempre me acordé de vos. Si te parece, si no lo tomás a mal, si no tenés otro compromiso, me gustaría que vinieras a mi bulín para tomar unos mates y escuchar unos tangos. No, no es tarde. Nunca es tarde cuando la dicha es buena, dicen. Y ¿sabés una cosa, che? Me compré una victrola, como la de antes. La lustro todos los días. Está linda. Sólo faltas vos.

Pedro Orgambide, Cuentos con tangos, Buenos Aires, 1988.


Un creyente

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
–Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
–Yo no –respondió el otro–. ¿Y usted?
–Yo sí –dijo el primero– y desapareció.

George Loring Frost, Páginas con misterio, 1995.


Contrariedad

Hace unas horas era una mariposa que revoloteaba sobre la cabeza de un chino dormido. Después me desperté y fui un dinosaurio. ¿Soy un dinosaurio que recuerda haber soñado que era una mariposa sobrevolando a un chino o una mariposa que sueña ahora que es el dinosaurio que lo mira dormir? Chuang Tzu, soñador de este dilema, despierta y constata molesto que el dinosaurio todavía está allí. Intuye las incansables multitudes que repetirán esta pueril solución del bello enigma y lamenta amargamente su inoportuno despertar.

Blau Carras, Las formas del sueño, 1997.

Poesía porque sí

YO

Yo vivo y tiemblo,
recompongo viejos verbos destrozados
en los hornos del frío
y me invento una palabra para cada lágrima.

Yo salgo a pasear
y me inclino sobre las fuentes vacías
para besar mi boca inexistente.

Yo tengo la mirada llena de sal
y cuerpos como estrellas de arena
y flores voraces
que me consumen lentamente.

Yo vivo y tiemblo,
resucito y me arrastro por el aire caliente
de las floraciones
y por el ojo siempre abierto del día.

Yo, luna tibia,
amándome y muriendo.

Susan Thenon



Microrelatos




El drama del desencantado

...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.

Gabriel García Márquez, El drama del desencantado.


La fotografía

La fotografía, cuidadosamente pegada en el contrachapado, ocupaba toda la pared y representaba un lago que por cierto era bastante banal, nada pintoresco a fin de cuentas. En el lago se veía una barca, perdida a lo lejos, minúscula. El hombre tardó mucho antes de rendirse a la evidencia: la barca, semana a semana, se agrandaba. Desplazándose inexorablemente en un eje espacio-temporal imposible de definir, la barca se iba agigantando porque avanzaba en el lago, procedente de alguna orilla lejana, rumbo al marco exterior de aquella foto. Cierto día, el hombre pudo distinguir que había dos personajes en la barca. Uno timoneaba y el otro esperaba. Un mes más tarde fue capaz de discernir otros detalles. Quien timoneaba tenía los brazos desnudos, dato nada sorprendente. En tanto, el otro, el que esperaba, observaba la habitación con insistencia y en sus rodillas había un fusil cuyo cañón apuntaba hacia mí.

Jacques Sternberg, Cuentos glaciales.