miércoles, 29 de octubre de 2014

Monserrat Cultural Nº 76

Imagen de Tapa: “Mandala-ave” de Feanne.

Editorial




La búsqueda

Un hombre erró por el mundo durante toda su vida a la búsqueda de la piedra —filosofal— que convertiría en oro al metal más vulgar. Erraba por montes y valles, vestido con un sayal atado a su cuerpo por medio de un cinturón con una hebilla metálica. Cada vez que le parecía una piedra podía ser la piedra, la frotaba contra su hebilla y se veía obligado a tirarla.
Una tarde en que estaba muy fatigado, llegó a la casucha de una anciana campesina y le pidió de comer y de beber. La vieja lo interrogó, y después de haber escuchado en silencio, se fijó en su hebilla y dijo: Pobre hombre, has tirado la piedra preciosa, ¿no te has dado cuenta de que tu hebilla ya se ha convertido en oro?

Kostas Axelos, El lenguaje y los problemas del conocimiento,  1971.

Microrelatos


Microrelatos

La tela de Penélope, o quién engaña a quién

Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.

Augusto Monterroso, La oveja negra y demás fábulas, 1969.

La naparoia

Los pacientes atacados de naparoia sienten la extraña sensación de que nadie los persigue, ni está tratando de hacerles daño. Esta situación se agrava a medida que creen percibir que nadie habla de ellos a sus espaldas, ni tiene intenciones ocultas. El paciente de naparoia finalmente advierte que nadie se ocupa de él en lo más mínimo, momento en el cual no se vuelve a saber más nunca del paciente, porque ni siquiera puede lograr que su psiquiatra le preste atención.

Luis Britto García, Rajapalabra, 1993.

2010. Odisea dos, Arthur C. Clarke



Ahora la larga espera estaba terminando. En otro mundo más la inteligencia había nacido y estaba escapando de su cuna planetaria. Un antiguo experimento estaba a punto de alcanzar su clímax.
Aquellos que habían iniciado ese experimento, hacía tanto tiempo, no habían sido hombres, ni siquiera remotamente humanos. Pero eran de carne y sangre, y cuando miraron a través de las profundidades del espacio habían sentido admiración, maravilla y soledad. Tan pronto como poseyeron el poder, se lanzaron hacia las estrellas. En sus exploraciones encontraron muchas formas de vida y observaron los trabajos de la evolución en un millar de mundos. Vieron cuán a menudo lo primeros débiles destellos de inteligencia parpadeaban y morían en la noche cósmica.
Y debido a que, en toda la Galaxia, no habían hallado nada más precioso que la Mente, alentaron su alumbramiento por todas partes. Se convirtieron en granjeros en los campos de estrellas; sembraron, y algunas veces cosecharon.
Y algunas veces, desapasionadamente, tuvieron que desherbar.
Los grandes dinosaurios habían perecido hacía ya mucho cuando la nave de exploración penetró en el Sistema Solar tras un viaje que había durado casi mil años. Pasó rápidamente por los planetas exteriores, hizo una breve pausa sobre los desiertos del agonizante Marte, y finalmente miró la Tierra.
Los exploradores vieron abrirse bajo ellos un mundo hormigueante de vida. Durante años estudiaron, recolectaron, catalogaron. Cuando hubieron aprendido todo lo que les fue posible, empezaron a modificar. Trastearon con los destinos de muchas especies en tierra firme y en océano. Pero el éxito resultante de sus experimentos era algo que no sabrían al menos hasta al cabo de un millón de años.
Eran pacientes, pero todavía no eran inmortales. Quedaba mucho por hacer en aquel universo de cien mil millones de soles, y otros mundos estaban llamando. De modo que se sumergieron nuevamente en el abismo, sabiendo que era probable que nunca más volvieran por aquella zona.
Tampoco lo necesitaban. Los sirvientes que habían dejado tras ellos harían el resto.
En la Tierra los glaciares llegaron y se fueron mientras sobre ellos la inmutable Luna seguía albergando su secreto. Con un ritmo más lento aún que el hielo polar, las mareas de la civilización menguaron y fluyeron a través de la Galaxia. Extraños, hermosos y terrales imperios se levantaron cayeron, y trasmitieron su conocimiento a sus sucesores. La Tierra no fue olvidada, pero otra visita habría servido de muy poco. Era uno entre un millón de mundos silenciosos, pocos de los cuales podrían llegar a hablar alguna vez.
Y ahora, lejos entre las estrellas, la evolución estaba derivando hacia nuevas metas. Los primeros exploradores de la Tierra hacía mucho que habían llegado a los límites de la carne y de la sangre; tan pronto como sus máquinas fueron mejores que sus cuerpos, fue el momento de avanzar. Primero sus cerebros, y luego tan solo sus pensamientos, fueron transferidos a resplandecientes alojamientos nuevos de metal y plástico.
En ellos recorrieron las estrellas. Ya no construyeron más espacionaves. Ellos eran las espacionaves.
Pero la era de las entidades-máquina pasó rápidamente.
En su incesante experimentación habían aprendido a almacenar el conocimiento en la estructura del propio espacio y a preservar sus pensamientos por toda la eternidad en heladas tramas de luz. Podían convertirse en criaturas de radiación, libres al fin de la tiranía de la materia.
Así, se transformaron en pura energía, y en un millar de mundos los vacíos cascarones que habían desechado se retorcieron por un tiempo en una danza de muerte carente de inteligencia, y luego se desmoronaron en herrumbre.
Eran los señores de la Galaxia, y estaban más allá del alcance del tiempo. Podían errar a voluntad entre las estrellas y sumergirse como una sutil niebla por entre los intersticios del espacio. Pero, pese a sus poderes semejantes a los de los dioses, no habían olvidado por completo su origen en el cálido lodo de un desaparecido mar.
Y aún seguían observando los experimentos que sus antepasados habían iniciado hacía tanto tiempo.”

Microrelatos


Los faros remotos

Te había arrojado al mar; y en aquella noche de luna, tan propicia para los raudales de lágrimas, te ibas alejando de la orilla en el féretro en que había escondido tu cuerpo.
Avanzabas lentamente. Con el reloj en la mano, los minutos que iban tras de ti eran eternos, la medianoche estaba próxima; y bajo la gruta marina que iba a absorberte, una mortuoria claridad de basalto acogía el reflejo azulado de tu ataúd.
De pronto, la noche se oscureció y dejé de verte. Ibas a desaparecer. Entonces, levantando en las tinieblas mi brazo que oscilaba de delante hacia atrás, a guisa de faro remoto, brilló la piedra de mi sortija. Y bajo la tempestad que caía sobre nosotros, el fuego sombrío del rubí atrajo lentamente tu ataúd.
Horacio Quiroga, Los arrecifes de coral, 1901.

Espacio

Escribí un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias.
Escribí una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos minados, multitudes errantes que morían y volvían a nacer, cargamentos extraviados, hechos que se enroscaban y desenroscaban como una reina infinita, los temas eran desangrados a conciencia en busca de la última gota, no prosperaba el aire fresco, se sucedían peligrosas estampidas formadas por miles de detalles intrascendentes, el piso de este caos ubicuo y sofocador estaba cubierto con el aserrín de los mismos pensamientos molidos una y otra vez, los árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el lector agónico hasta enterrarlo.
Ángel Olgoso, Astrolabio, Cuadernos del Vigía, Granada, 2007.

Poesía porque sí

Amanecer. Un poema de Vicente Gerbasi.

Siento llegar el día como un rumor de animales,
a la orilla del pantano, de la fiebre, del junco,
más allá, entre las colinas de viento oscuro,
donde la luz se levanta con desgarradas banderas,
como resplandor lejano de una montaña de cuarzo.
He aquí la sombra en torno a mi existencia, el búho,
el río que arrastra oro, la serpiente de coral,
el esqueleto del explorador, el fango de mis pies.
La noche ha quemado el maíz, ha apagado los metales,
ha dado reposo a la adormidera, ha refrescado la sangre,
ha libertado los reflejos azules de la selva, de la hoja.
Una resonancia, una resonancia oscura es mi corazón:
eco en el abismo, piedra que rueda por el monte,
brillo en la puerta de la cueva, fosforescencia del hueso.
En la infancia, al pie del arco iris o del relámpago,
junto al cabrito que saltaba en torno a la madre,
jugaba con un pequeño tigre de cálida voz ronca,
de suave pelambre estrellada, como un signo del zodíaco,
de rabia lenta y tensa, como el despertar de la furia.
Ahora siento en el aire límpido del bambú y el helecho,
surgir las formas de las doncellas, bajo la fronda,
en la selva de árboles aromáticos, coronadas de orquídeas
descendiendo al río, a la cascada de transparente curva,
que resuena en sus diamantes como una leyenda.
Formas de la gracia, sus perfiles abandonan sus melenas
a la brisa; formas de la vida y de la muerte,
sus senos tiemblan en las penumbras de los juncos;
formas del oscuro delirio, sus muslos se suavizan
como una fruta partida; formas del tiempo humano,
sus pies hacen temblar las flores silvestres.
Como el venado tras de su compañera en la colina,
persigo a una joven diosa desnuda, bajo el sol.
Viene el olor agrio de los árboles destrozados
por la ira de la noche; viene el olor de la sangre,
del animal devorado, el olor de los minerales,
el olor del río entre las raíces y las flexibles lianas.
El día derrama su transparente maravilla, como un vuelo,
como el color innumerable, como la crisálida
de herméticos destellos, como el insecto plateado,
como el hechizo en las formas relucientes,
como el vuelo de mariposas que salen de una gruta incendiada
y comienzan a temblar en el ardiente cristal.
Acerco mis labios al claro manantial de íntima música,
junto a la sardina y a la piedra limpia y pulida como una joya;
mientras la nube pasa y el ave sale de su nido,
y la serpiente muestra su lengua maldita, y se enrosca,
y espera o avanza por la espalda sudorosa del día.
Me hundo en las palpitaciones reverberantes, en las ondas,
en el temblor divino, donde se abre la rosa de montaña,
en los brillos fugaces, en la imagen insondable de Dios,
que ha creado los cielos y la tierra, con esta geografía de fuego,
y ha dado a mi corazón la forma del día y de la noche,
mientras oigo correr los animales, persiguiéndose, amándose,
devorándose, ensangrentando las yerbas, las flores y las peñas.
Soy el día, y el viento levanta sus ramajes en mi alma.

Frases.


“Nos venden morbo como amor , nos ofrecen publicidad corrosiva para el alma , nos han cerrado la boca y quitado las palabras del corazón, nos venden sentimientos ajenos en cartas de 24X15cm al mayoreo, juegan con nuestra necesidad de amor con nuestra sed por sentirnos queridos , el cortejo hacia las mujeres desapareció, la vulgaridad en las calles extinguió los poemas , se sustituyó las caricias por la tecnología y todo ha resultado como lo planearon , el amor resulta el negocio más rentable del mundo , se declaró la prohibición de los libros al ser armas más peligrosas que la bomba de hidrógeno, hoy en día nuestros caballeros tiraron la armadura, moldearon su cuerpo y olvidaron trabajar la mente, por eso en tiempos difíciles los hombres han dejado de robar rosas de los jardines y ahora se dedican a robar virginidades como si de trofeos se tratara.”
Lawrence Mejia

“A veces uno amanece con ganas de extinguirse… Como si fuéramos velitas sobre un pastel de alguien inapetente. A veces nos arden terriblemente los labios y los ojos y nuestras narices se hinchan y somos horribles y lloramos y queremos extinguirnos… Así es la vida, un constante querer apagarse y encenderse.”
Julio Cortázar

Reflexiones

Una interesante reflexión del francés Gilles Deleuze (1925-1995) acerca de la tristeza y su influencia en las relaciones sociales: "La tristeza no nos vuelve inteligentes. En la tristeza estamos perdidos. Por eso los poderes tienen necesidad de que los sujetos sean tristes. La angustia nunca ha sido un juego de cultura, de inteligencia o de vivacidad. Cuando usted tiene un afecto triste, es que un cuerpo actúa sobre el suyo, un alma actúa sobre la suya en condiciones tales y bajo una relación que no conviene con la suya. Desde entonces nada en la tristeza puede inducirlo a formar la noción común, es decir, la idea de algo común entre dos cuerpos y dos almas."

“Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos vive tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría.”
Herman Hesse

“¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.”
Charles Baudelaire

miércoles, 8 de octubre de 2014

Monserrat Cultural Nº 76

Imagen de Tapa: “Libélula” de Necrom.

Editorial


"Nuestras verdades no valen más que las de nuestros antepasados. Tras haber sustituido sus mitos y sus símbolos por conceptos, nos creemos más “avanzados”; pero esos mitos y esos símbolos no expresan menos que nuestros conceptos. El Árbol de la Vida, la Serpiente, Eva y el Paraíso, significan tanto como: Vida, Conocimiento, Tentación, Inconsciente. Las configuraciones concretas del mal y del bien en la mitología van tal lejos como el Mal y el Bien de la ética. El Saber -en loque tiene de profundo- no cambia nunca: sólo su decorado varía. Prosigue el amor sin Venus, la guerra sin Marte, y, si los dioses no intervienen ya en los acontecimientos, no por ello tales acontecimientos son más explicables ni menos desconcertantes: solamente, una retahíla de fórmulas reemplaza la pompa de las antiguas leyendas, sin que por ello las constantes de la vida humana se encuentren modificadas, pues la ciencia no las capta más íntimamente que los relatos poéticos."
"Breviario de podredumbre".
Emil Cioran (1911-1995).

Microrelatos

Elecciones Insólitas.

No está convencido.
No está para nada convencido.
Le han dado a entender que puede elegir entre una banana, un tratado de Gabriel Marcel, tres pares de calcetines de nylon, una cafetera garantizada, una rubia de costumbres elásticas, o la jubilación antes de la edad reglamentaria, pero sin embargo no está convencido.
Su reticencia provoca el inmsonio de algunos funcionarios y de la policía local.
Como no está convencido, han empezado a pensar si no habría que tomar medidas para expulsarlo del país. 
Se lo han dado a entender, sin violencia, amablemente.
Entonces ha dicho: "En ese caso, elijo la banana".
Desconfían de él, es natural.
Hubiera sido mucho más tranquilizador que eligiese la cafetera, o por lo menos la rubia.
No deja de ser extraño que haya preferido la banana. 
Se tiene la intención de estudiar nuevamente el caso.
Julio Cortázar, La otra mirada. 
El cigarrillo

Me encontraba como corresponsal de prensa en uno de esos países que interesan a la opinión mundial. Es decir, se me había ofrecido la oportunidad de asistir a una ejecución.
Fue una como tantas y no puedo afirmar que la más interesante. Un vulgar trozo de paredón en una vulgar localidad, desconocida tanto para el condenado como para los soldados del pelotón de ejecución, a una hora cualquiera de un día cualquiera, bajo vagas condiciones meteorológicas. El condenado era un hombre joven y todos los presentes, es decir, el condenado, los soldados y yo, nos veíamos por primera vez en la vida, siendo mínima la posibilidad de que volviéramos a encontrarnos.
El condenado, ya en el paredón, exigió un cigarrillo. Los soldados accedieron y nos sentamos todos juntos en un montón de escombros que había cerca.
- ¿Usted es corresponsal de guerra? -preguntó.
- Cosas de la vida -contesté.
- Entonces le diré algo.
Las manos le temblaban y su rostro tenía un color verdoso.
- Ellos piensan que éste es mi último cigarrillo, pero es el primero.
A pesar de que su cara estaba cada vez más verde, su voz sonaba triunfal.
- ¿Quiere decir que usted no fue… no es fumador?
- En la vida. Acabo de empezar.
Y vomitó.
Más tarde caminábamos por la senda que llevaba a la carretera.
- Qué desperdicio de cigarrillo -dijo el sargento.
- ¿Por qué? Todo el mundo se marea con el primer cigarrillo -protesté.
- ¡Qué primero! ¿Ha visto usted sus dedos? Amarillos de nicotina. Sentía que echaría la pota del miedo y le soltó ese cuento.
- Pero ¿para qué?
- Para que usted no pensara mal de él.
Y al rato añadió:
- Uno no debería morir cuando tiene tanto miedo.
Slawomir Mrozek, La mosca, Acantilado, 2005.

Reflexiones

Reflexionamos hoy sobre la guerra con el escritor y filósofo británico Aldous Huxley (1894-1963). En "El fin y los medios" escribió: "La guerra moderna destruye con el máximo de eficiencia y el máximo de indiscriminación, y en consecuencia, implica injusticias mucho más numerosas y mucho más graves que las que se pretendan enmendar. (...) Las guerras no concluyen con las guerras; las más de las veces terminan por una paz injusta, que hace inevitable otra guerra de venganza".

«A la pregunta de un principito sobre cuanto ejército se necesitaría y en que modo se lo debería aumentar para vencer a un pequeño pueblo meridional que no quería someterse, Confucio respondió _ “Elimina tu ejército, utiliza todo lo que gastas para el ejército en la educación civil de tu pueblo y en mejorar sus condiciones de vida, y el pueblo meridional expulsará su propio príncipe y se someterá sin guerrear a tu poder.”»
León Tolstoi “Patriotismo o paz” (1899)

Todo el mundo dice querer ser libre, pero ¿sabemos lo que es realmente? El poeta latino Horacio (65 AC-8 AC) lo definía de la siguiente manera:
"¿Quién es libre? El sabio que puede dominar sus pasiones, que no teme a la necesidad, a la muerte ni a las cadenas, que refrena firmemente sus apetitos y desprecia los honores del mundo, que confía exclusivamente en sí mismo y que ha redondeado y pulido las aristas de su carácter."

Diálogo



CAMPESINO PLANTANDO árboles y HOMBRE  solitario. Se aproxima la hora solemne del ocaso. El HOMBRE, que ha recorrido todos los caminos del mundo, suspira profundamente.

HOMBRE.- (Tras un largo silencio.) Oiga.
CAMPESINO.- Qué.
HOMBRE.- (Con voz cansada.) Plánteme también a mí.
CAMPESINO.- (Sorprendido.) ¿Cómo?
HOMBRE.- Que me plante.
CAMPESINO.- (Sin ceder en su sorpresa.) ¿Por qué?
HOMBRE.- Estoy cansado.
CAMPESINO.- ¿Y cómo quiere que le plante?
HOMBRE.- Como si fuese un manzano.
CAMPESINO.- ¿Está hablando en serio?
HOMBRE.- Yo no sé hablar de otra forma.

Pausa. El CAMPESINO encoge los hombros, carga al HOMBRE sobre sus espaldas, le traslada al pequeño hoyo y le entierra hasta los tobillos. El HOMBRE, que ha abierto los brazos en cruz, levanta la mirada al cielo y se queda muy quieto, apenas sin respirar, esperando el milagro de una nueva primavera que le haga, por fin, fructificar.

Javier Tomeo, Historias mínimas, 1988.

Monserrat Cultural Nº74

Imagen de Tapa: “Camino Amazónico” de Sithzham.

Editorial


“¿Cuántas veces he sido un dictador? ¿Cuántas veces un inquisidor; un censor, un carcelero? ¿Cuántas veces he prohibido, a quienes más quería, la libertad y la palabra? ¿De cuántas personas me he sentido dueño? ¿A cuántas he condenado porque cometieron el delito de no ser yo? ¿No es la propiedad privada de las personas más repugnante que la propiedad de las cosas? ¿A cuánta gente usé, yo que me creía tan al margen de la sociedad de consumo? ¿No he deseado o celebrado, secretamente, la derrota de otros, yo que en voz alta me cagaba en el valor del éxito? ¿Quién no reproduce, dentro de sí, al mundo que lo genera? ¿Quién está a salvo de confundir a su hermano con un rival y a la mujer que ama con la propia sombra?”

Eduardo Galeano, Días y noches de amor y de guerra

La casa encantada




Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a empezar su conversación con el anciano.
Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a Litchfield, donde se realizaba una fiesta de fin de semana. De pronto tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el automóvil. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
—Espéreme un momento  —suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente. Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondió a su llamado.
—Dígame —dijo ella—, ¿se vende esta casa?
—Sí —respondió el hombre—, pero no le aconsejo que la compre. ¡Esta casa, hija mía, está frecuentada por un fantasma!
—Un fantasma  —repitió la muchacha—. Santo Dios, ¿y quién es?
          —Usted  —dijo el anciano y cerró suavemente la puerta.

Anónimo, El libro de la imaginación, Fondo de Cultura Económica, 1976.

Microrelatos

La melancolía de los gigantes

Sin compasión, hunde la hoja de su arma en el centro de mi cuerpo indefenso. No hubo provocación alguna por mi parte. Una ira ciega alienta cada tajo, cada incisión arbitraria y salvaje de la carne. Los míos dijeron que no opusiera resistencia, que ello involucraría a los demás en nuevos peligros. Él, mientras tanto, profundiza la herida. Qué puedo hacer yo ante quien contraría de ese modo la ley natural sino sentir una vaga tristeza y esperar aquí, bajo el camino de estrellas, la bárbara amputación final, el momento en que me desplome sin más quejido que los de mis frondosas ramas al golpear agonizando contra el suelo.
Ángel Olgoso, La máquina de languidecer.


Migraciones 6

De qué sirve una espiga. Una tormenta, puede. Dos tormentas, muchísimo mejor. Pero una espiga, para qué sirve: di. Repasa, cuando ya nadie quiera reprochártelo, la jerarquía de los meteoros. El arrepentimiento no está entre ellos. El verano tampoco. Ahora es de noche, las dunas tienen párpados, la sed le teme al rayo y a la tenacidad de las hormigas. Encuentras en tu cama una balsa de náufrago con el tamaño exacto del corazón. En ese caso: ¿vuelves a dormirte?
Ángel Zapata, La vida ausente.


Un borrador de Borges encontrado entre los papeles neoyorquinos de Abelardo Linares

En una calle de una ciudad van a cruzarse dos hombres. Nunca se han visto. La ciudad en que va a ocurrir el descuidado encuentro la han pisado ambos por primera vez esta misma mañana.
Cada uno de ellos ama a una mujer y cada uno sospecha que esa mujer no le amará nunca.
Ambos sólo recuerdan de Cervantes el episodio de los molinos de viento ascendidos a rango de gigantes prodigiosos por los azares de esa imaginación inexacta que es la locura.
Los dos hombres lucharon en una misma guerra y en un mismo frente y ambos dispararon una bala que acabó en un mismo instante con un mismo soldado enemigo, partido el corazón por dos disparos. Ambos piensan con frecuencia que mataron a un hombre: un soldado que posiblemente amaba a una mujer que no le amaba y que recordaría unas páginas dolientes de Leopardi o un verso ambiguo de William Shakespeare que nunca llegó a comprender.
Al acabar la guerra, ambos hombres sintieron esa idéntica mezcla de alegría y terror que llamamos melancolía: un dolor hecho a la medida de los humanos.
Ambos hombres no saben que la suma de sus días será la misma.
Al cruzarse, esos dos hombres crearán un invisible espejo en el que se reflejará una mujer desdeñosa, una concreta estampa cervantina y una bala ciega que convierte a un hombre disfrazado de soldado en un cadáver vestido de soldado.
Al encontrarse, ambos hombres escenificarán una de las múltiples variaciones que admite el mito platónico de la caverna: dos sombras paralelas e igualmente infelices de un arquetipo que es a su vez una débil sombra de algo que no podemos conocer.
Están frente a frente en este mismo momento, parados en aceras opuestas, esperando a que cambie el color del semáforo. Se miran de forma casual, con una absoluta indiferencia por esa simetría que ambos desconocen. 
Felipe Benítez Reyes, Oficios estelares,

Relato


Servir al pueblo (fragmento)

"Los ocho candidatos corrían al dormitorio donde se alojaba su instructor y se peleaban por ver quién lo barría o quién lavaba la ropa de su esposa, de tal modo que él no sabía a quién elegir para la sección de cocina. En aquel momento crucial, volviendo al dormitorio un fin de semana, descubrió a su hijo subido a la espalda de Wu Dawang. El niño le daba golpes en la cabeza como si fustigase a un animal de carga, gritando: 
—¡Más rápido! ¡Más rápido! 
Y Wu Dawang corría en todas direcciones a cuatro patas ladrando como un perro y relinchando como un caballo. 
Lleno de ira ante aquel espectáculo, el instructor cogió a su hijo, le dio una bofetada y amonestó severamente a Wu Dawang, que todavía estaba a cuatro patas. 
—¿Eres un perro o un caballo? ¿No sirves más que para jugar a ser siervo de los demás? 
Wu Dawang se levantó y, sacudiéndose la tierra de las rodillas, respondió: 
—Siempre me ha gustado servir a los demás, ya que sirviendo a los demás, ¿no se pone en práctica la teoría? ¿No se sirve al pueblo? 
El instructor le miró, estremecido, y quedó un instante silencioso, visiblemente perplejo. Preguntó: 
¿Así es cómo interpretas tú la consigna «servir al pueblo? 
Wu Dawang respondió con una pregunta: 
Un hombre a quien no le gusta servir a los demás, ¿puede decir que pone en práctica la consigna «servir al pueblo»? 
[...] 
Su mujer fue a verle (al de la brigada de producción.) Farfullando, ella le expuso los detalles de su intimidad. Ahora hacía un mes y nueve días que su marido había vuelto. Al principio de su permiso no solamente no le había hecho la cosa, sino que ni siquiera la había tocado. Pero desde que había tocado el cartel, lo colocaba todas las noches en la cabecera de la cama y le hacía la cosa también todas las noches, no como si fueran un hombre y una mujer, sino como si fuesen dos animales."
Yan Lianke

Reflexiones

“Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma, y uno aprende que el amor no significa acostarse y una compañía no significa seguridad, y uno empieza a aprender… Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas (…)”
Jorge Luis Borges.

EL MAL Y EL MALO SEGÚN EL RUSO

Traicionar la memoria de nuestros muertos. Renegar de lo que somos. Perder la memoria. Vender nuestra dignidad. Avergonzarnos de ser indígenas o negros o chicanos o musulmanes o amarillos o blancos o rojos o gays o lesbianas o transexuales o flacos o godos o altos o chaparros. Olvidar nuestra historia. Olvidarnos de nosotros mismos. Aceptar lo que nos da de tragar el poderoso. Rendirnos. No luchar. Hacer como que no vemos que los pinches fascistas se están apoderando de todo. Asumir el “dejar hacer, dejar pasar” en nuestras vidas y dejar hacer al poderoso y dejar pasar las chingaderas que están haciendo con nosotros. Dejarnos engañar por los medios de comunicación. Pelearnos entre compañeros de lucha. Pelearnos contra los que están jodidos como nosotros. Dejar que le metan mano a la tierra y la envenenen con sus pinches transgénicos. Quedarnos callados ante las guerras de dominación. Votar por Bush. Comprar en la Wall Mart. Mentirnos a nosotros mismos y mentirles a los nuestros. Dejar que ellos atropellen, maten, saqueen, engañen y, al final, se salgan con la suya. Eso es el mal. Eso y otras cosas que ahorita no puedo decir porque ya me encabroné. Ahí está su pinche torta.
Muertos Incómodos - Paco Ignacio Taibo II, Subcomandante Marcos.

Microrelatos



Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodíaco.

Memoria de mis putas tristes (fragmento).
Gabriel García Márquez

“Se por experiencia que, en la vida, sólo en contadísimas ocasiones encontramos a alguien a quien podamos transmitir nuestro estado de ánimo con exactitud, alguien con quien podamos comunicarnos a la perfección. Es casi un milagro, o una suerte inesperada, hallar a esa persona. Seguro que muchos mueren sin haberla encontrado jamás. Y, probablemente, no tenga relación alguna con lo que se suele entender por amor. Yo diría que se trata, más bien, de un estado de entendimiento mutuo cercano a la empatía.”

Sauce ciego, mujer dormida, Haruki Murakami.

Historia verídica

A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto. 
Ahora este señor se siente profundamente agradecido y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora. 

Historias de cronopios y famas, Julio Cortázar. 

Microrelato



Los besos de Lenin (fragmento)

"En un abrir y cerrar de ojos, Liven fue engullida por el tumulto, como si en mitad de la noche, el sol brillara en lugar de la luna, reemplazando la luz de la luna que había refulgido cada noche con los deslumbrantes rayos del sol. Había sido tomada la decisión de que en Liven se estableciera un grupo de interpretación que se iría de gira por la región de Balou. Realizarían sus escenificaciones en teatros de la ciudad. Las singulares habilidades dramáticas de Liven fueron reseñadas con el título de Chief Liu por el Secretario Shi, que escribió debajo de los nombres y las rutinas habituales. [...] Había también un abuelo sexagenario que vivía en frente de la aldea, ciego de nacimiento, cuyos ojos semejaban un campo en barbecho y que era capaz de dejar gotear cera fundida sobre sus globos oculares. La tercera tía, que también vivía en frente de la aldea, se había roto la mano a una edad muy temprana, pero era capaz de cortar más rodajas finas de nabos y coles con una mano que la mayoría de la gente con ambas. En las afueras de la aldea se hallaba Seis Dedos, que tenía un sexto dedo en su mano izquierda -un segundo pulgar. En Liven no podría ser considerado como un ser discapacitado, dado que estaba ileso; sin embargo, desde que era pequeño, había sentido desprecio por ese apéndice extra y cada día lo mordía hasta verlo reducido a una pieza de carne con una uña tan dura como una crisálida. No temía arrancárselo e incluso lo había puesto a humear sobre el fuego como si se tratara de madera vieja, un martillo o algo parecido. Todos en aquella aldea, hombres o ancianos, tenían alguna destreza especial a causa de su discapacidad y todas fueron registradas en el libro de notas del Secretario Shi, explicándoles que formarían un grupo dramático y que se convertirían en actores con habilidades inusuales. "
Yan Lianke

Monserrat Cultural Nº 73

Imagen de Tapa: “Amplitud herbal” de Alfazen.

Editorial

La aniquilación de los ogros

      La vida de una tribu entera de ogros puede estar concentrada en dos abejas. El secreto, sin embargo, fue revelado por un ogro a una princesa cautiva, que fingía temer que este no fuera inmortal. Los ogros no morimos, dijo el ogro para tranquilizarla. No somos inmortales, pero nuestra muerte depende de un secreto que ningún ser humano adivinará. Te lo revelaré, para que no sufras. Mira ese estanque: en su mayor profundidad, en el centro, hay un pilar de cristal, en cuya cima, bajo el agua, reposan dos abejas. Si un hombre puede sumergirse en las aguas y volver a la tierra con las abejas y darles libertad, todos los ogros moriremos. ¿Pero quién adivinará este secreto? No te apesadumbres; puedes considerarme inmortal.
     La princesa reveló el secreto al héroe. Este liberó a las abejas y todos los ogros murieron, cada uno en su palacio.

Lal Behary Day, Folk Tales of Bengal, 1833.

Microrelatos


Tiempo

"Este es un consejo para los que todavía guardan su tiempo, para los que nunca han perdido nada y no saben cómo perderlo. Es preciso saber que para perder el tiempo, antes de perderlo uno tuvo que haberlo guardado, dado que todo lo que alguna vez hemos perdido es eso que alguna vez hemos guardado. Por esa sencilla razón no hay razón para guardarlo. Ahora ve, métete en tu cuarto, revisa tus cajones, búscalo en tu TV, entre las sábanas de tu cama o debajo de ella, toma todo tu tiempo y sácalo de donde-sea-que-lo-hayas-guardado. Lleva todo tu tiempo contigo, en tus uñas, en tu ombligo, en tus cabellos y en tus pies, o en los pies de tus brazos, quiero decir en tus manos. Tras sucesivos intentos por perder el tiempo que aun conservábamos guardado quién sabe dónde, después de vastas experiencias fallidas, hemos llegado al descubrimiento de que la forma más eficaz de perder el tiempo es bailando. Así que si aún conservas tiempo guardado...piérdelo, piérdelo todo, piérdelo a conciencia, disfrútalo, baila...¿O acaso no es eso lo que hacen los tornados? Ahora ya lo sabes, el tiempo nació para ser tiempo tanto como tú para ser tú, y es un deber galindo no guardar tu tiempo, no guardarte. Recuérdalo: si jamás te guardas, entonces no habrá forma de que te pierdas de ti.
¡A sersererse!"

Extraído de “Don Galindo y el tornado”, de Gastón Ganza.

Reflexiones



“Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aun por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores.”
Bertrand Russell 


“Pero, hermanos, este morderse las uñas acerca de la causa de la maldad es lo que me da verdadera risa. No les preocupa saber cuál es la causa de la bondad, y entonces, ¿por qué quieren averiguar el otro asunto? Si los liudos son buenos es porque les gusta, y ni se me ocurriría interferir en sus placeres, así que lo mismo deberían hacer en el otro negocio. Y yo soy cliente del otro negocio. Además, la maldad es cosa del yo, del tú el mí en odinoco de cada uno, y así es desde el principio para orgullo y radosto del viejo Bogo. Pero el no-yo no puede tener lo malo, de modo que los vecos del gobierno y los jueces y las escuelas no pueden permitir lo malo, pues no pueden admitir el yo. ¿ Y acaso nuestra historia moderna, hermanos míos, no es el caso de los bravos y malencos yo-es peleando contra esas enormes maquinarias? Todo eso lo digo en serio, oh hermanos. Pero lo que hago lo hago porque me gusta.”
La naranja mecánica, Anthony Burgess


“Cuando es uno el que perdona, debe sobreponerse a los reproches de la memoria, cuando es uno el perdonado debe escuchar atentamente los latidos del alucinado corazón.”

“Qué fácil callar, ser serena y objetiva con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mí misma. Pero con los poquísimos seres que me interesan… Allí está la cuestión absurda: soy una convulsión.”
Alejandra Pizarnik 

Ondina



Abelardo Castillo

La sirenita viene a visitarme de vez en cuando. Me cuenta historias que cree inventar, sin saber que son recuerdos. Sé que es una sirena, aunque camina sobre dos piernas. Lo sé porque dentro de sus ojos hay un camino de dunas que conduce al mar. Ella no sabe que es una sirena, cosa que me divierte bastante. Cuando ella habla yo simulo escucharla con atención pero, al mínimo descuido, me voy por el camino de las dunas, entro al agua y llego a un pueblo sumergido donde hay una casa, donde también está ella, sólo que con escamada cola de oro y una diadema de pequeñas flores marinas en el pelo. Sé que mucha gente se ha preguntado cuál es la edad real de las sirenas, si es lícito llamarlas monstruos, en qué lugar de su cuerpo termina la mujer y empieza el pez, cómo es eso de la cola. Sólo diré que las cosas no son exactamente como cuenta la tradición y que mis encuentros con la sirena, allá en el mar, no son del todo inocentes. La de acá, naturalmente, ignora todo esto. Me trata con respeto, como corresponde hacerlo con los escritores de cierta edad. Me pide consejos, libros, cuenta historias de balandras y prepara licuados de zanahoria y jugo de tomate. La otra está un poco más cerca del animal. Grita cuando hace el amor. Come pequeños pulpos, anémonas de mar y pececitos crudos. No le importa en absoluto la literatura. Las dos, en el fondo, sospechan que en ellas hay algo raro. No sé si debo decirles cómo son las cosas.

Microrelatos



Impronta

Mi última novia imaginaria apareció en mi vida cuando yo tenía doce años. Siguió conmigo en el instituto y también en la universidad, donde compartíamos campus y, al fin, habitación y cama en el colegio mayor. Contrajimos matrimonio antes de cumplir los treinta. No tuvimos hijos, claro. Pero para mí significó una impagable compañía que me hizo más fácil adentrarme en las crudas décadas de una madurez solitaria. Hace apenas dos semanas quedé viudo. Un conductor borracho; ni siquiera la vio.
Desde entonces la gente no ha dejado de darme el pésame. Mi madre, para mi asombro, me llamó para preguntarme si quería que se viniera unos días a la ciudad. Era tan joven todavía, me dice la señora del segundo, agarrándome las manos. El periódico local publicó una breve nota del suceso, con una fotografía. Ahora acaba de llegarme una carta de condolencia de sus compañeros de facultad, que la recuerdan, y quieren hacerle un homenaje.

Juan Jacinto Muñoz Rengel: El libro de los pequeños milagros. 


Meditación del vampiro

En el campo amanece siempre mucho más temprano.
Eso lo saben bien los mirlos.
Pero tiene que pasar un buen rato desde que surge la primera luz hasta que aparece definitivamente el sol. Manda siempre el astro en avanzadilla una difusa claridad para que vaya explorando el terreno palmo a palmo, para que le informe antes de posibles sobresaltos o altercados. Luego, cuando ya tiene constancia de que todo está en orden, tal como quedó en la tarde previa, se atreve por fin a salir. Su buen trabajo le cuesta después recoger toda la claridad que derramó primero. Por eso se ve obligado a subir tan alto antes de caer, para que le dé tiempo a absorber toda esa luz y no dejar ninguna descarriada cuando se vuelva a hundir por el oeste.
Luego en el campo, paradójicamente, se hace de noche también muy pronto. 
Los mirlos apagan sus picos naranjas y se confunden con el paisaje.
Y agradecido yo, me descuelgo y salgo.

Hipólito Navarro, Antología de microrrelatos hispánicos actuales. 

Cuento

Las ciudades y los muertos 2

Jamás en mis viajes había llegado hasta Adelma. Oscurecía cuando desembarqué. En el muelle el marinero que atrapó al vuelo la amarra y la ató a la bita se parecía a alguien que había soldado conmigo, y había muerto. Era la hora de la venta al por mayor del pescado. Un viejo cargaba su carretilla con una cesta de erizos; creí reconocerlo; cuando me volví había desaparecido en una calleja, pero comprendí que se parecía a un pescador que, viejo ya siendo yo niño, no podía estar entre los vivos. Me turbó la visión de un enfermo de fiebres acurrucado en el suelo con una manta sobre la cabeza: pocos días antes de morir mi padre tenía los ojos amarillos y la barba hirsuta como él, exactamente. Aparté la mirada; ya no me atrevía a mirar a nadie a la cara.
Pensé: "Si Adelma es una ciudad que veo en sueños, donde no se encuentran más que muertos, el sueño me da miedo. Si Adelma es una ciudad verdadera, habitada por vivos, bastará seguir mirándola para que las semejanzas se disuelvan y aparezcan caras extrañas, portadoras de angustia. Tanto en un caso como en el otro, es mejor que no insista en mirarlos".
Una verdulera pesaba unas berzas en su romana y las ponía en un cesto colgado de un cordel que una muchacha bajaba desde un balcón. La muchacha era igual a una chica de mi pueblo que enloqueció de amor y se mató. La verdulera alzó la cara: era mi abuela.
Pensé: "Llega un momento en la vida en que de la gente que uno ha conocido son más los muertos que los vivos. Y la mente se niega a aceptar otras fisonomías, otras expresiones: en todas las caras nuevas que encuentra, imprime los viejos moldes, para cada una encuentra una máscara que se le adapta mejor".
Los descargadores subían las escaleras en fila, encorvados bajo damajuanas y barricas; las caras estaban ocultas por costales usados como capuchas. "Ahora las levantan y los reconozco", pensaba con impaciencia y con miedo. Pero no despegaba los ojos de ellos; a poco que recorriera con la mirada la multitud que atestaba aquellas callejuelas, me veía asaltado por caras inesperadas que reaparecían desde lejos, que me miraban como si me hubieran reconocido. Quizás yo también me pareciera para cada uno de ellos a alguien que había muerto. Apenas llegado a Adelma, ya era uno de ellos, me había pasado a su lado, confundido en aquel fluctuar de ojos, de arrugas, de muecas.
Pensé: "Tal vez Adelma sea la ciudad a la que uno llega al morir y donde cada uno encuentra a las personas que ha conocido. Es señal de que también yo estoy muerto". Pensé además: "Es señal de que el más allá no es feliz".

Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles, Siruela, 1998.

Monserrat Cultural Nº 72

Imagen de Tapa: “Refugio” de Zitsham.

Editorial

Dijo un viejo amigo que se vuelve siempre al primer amor. Afortunadamente estaba en crisis de error o arrepentimiento. Creo que la realidad de esa frase significaría una de las más crueles interpretaciones del infierno en la tierra. Y no sea que más allá nos esté esperando semejante horror.
Reflexiones de un nostálgico
Juan Carlos Onetti

Nada impediría a un hombre escribir a menos que ese hombre se lo impida a sí mismo. Si un hombre desea verdaderamente escribir, lo hará. El rechazo y el ridículo no harán más que fortalecerle. Y cuanto más tiempo se le reprima, más fuerte se hará, como una masa de agua que se acumula contra una presa. No hay derrota posible en la escritura; hará que rían los dedos de tus pies mientras duermes; te hará dar zancadas de tigre; te encenderá los ojos y te pondrá cara a cara con la Muerte. Morirás como un luchador, serás honrado en el infierno. La suerte de la palabra. Ve con ella, envíala. Sé el payaso en la Oscuridad. Es divertido. Es divertido. Otra línea más…
Bukowski Charles / El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco /26/09/91 12.16 h (fragmento)

Microrelatos


Una ciudad prodigiosa

Después de comer, mientras Toña se servía café, galletas y nieve de membrillo, la tía Martucha pidió que le trajeran los cigarros. Todos ocupamos nuestros lugares y nos apuramos a recobrar la compostura.
Martucha es una mujer pequeñita, un poco jorobada. Le gustan las joyas de fantasía y las blusas de seda. Tiene el cabello blanco, la piel floja, los ojos claros y cansados. Cuando fuma, su voz tenue comienza a bordar en el recuerdo.
—Del otro lado del mar —dijo la tía mientras las volutas de humo subían por los prismas de la araña— hay una ciudad de prodigio, en las orillas de un río. Altas construcciones de piedra la forman; erizadas por infinitas chimeneas. Sus tejados, que la lluvia abrillanta, están ocupados por gorriones. En los jardines, al pie de álamos de oro crecen hermosas mujeres de bronce que no conocían el frío. Bajo los puentes canta la corriente una melodía irrepetible. En las calles, aromadas por el pan y la cebolla, los niños juegan en corros y montan caballitos de palo. A la luz del crepúsculo, muchachas bellas como la aurora pasean por el fondo de los estanques. Y cuando cae la noche, la paz y el deseo se trenzan en un abrazo que remeda el del río y la ciudad.
Hay en el centro —dijo la tía mientras le aplicaba lumbre a otro cigarro y le pedía a Toña más nieve— una torre de plata. Tanto se eleva por encima del río que muchas veces se pierde en las nubes. A la luz del sol es difícil mirarla. Pero en las noches claras tiene el brillo del hielo. Una vez cada mil años, un coro de ángeles la celebra en las alturas.
La tía Martucha guardó silencio porque había terminado con el cigarro, porque Toña tiró algo en la cocina, porque la Beba se había quedado dormida y no la quiso despertar.

GARRIDO, Felipe. Conjuros. 2013.

“Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo, y defino, y deseo esos ríos, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden, que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y del alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, déjame entrar, déjame ver algún día como ven tus ojos.”

Julio Cortázar, Capítulo 21, Rayuela.

Reflexiones


“El placer no está en follar, es igual que con las drogas. A mí no me atrae un buen culo, un par de tetas o una polla así de gorda. Bueno… no es que no me atraigan, claro que me atraen, ¡me encantan! pero no me seducen. Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar.
La mente, hache. Yo hago el amor con las mentes. ¡Hay que follarse a las mentes!”
De la película “Martín H”

Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.
El señor de los anillos: La comunidad del anillo (J. R. R. Tolkien)

“Para mí la esperanza es una cosa que tengo cuando me despierto, que pierdo en el desayuno, que recupero cuando recibo el sol en la calle y que después de caminar un rato se me vuelve a caer por algún agujero del bolsillo. Y me digo: ¿Dónde quedó la esperanza? Y la busco y no la encuentro. Y entonces, aguzando el oído, la escucho ahí, croando como un sapito minúsculo, llamándome desde los pastos.
La tengo, la vuelvo a perder. A veces duermo con ella y a veces duermo solo. Pero yo nunca tuve una esperanza de receta, comprada en una tienda de corte y confección, una esperanza dogmática. Es una esperanza viva y, por lo tanto, no sólo está a salvo de la duda, sino que se alimenta de la duda.
Eduardo Galeano

(…) Admirar todo lo que guste, deleitarse con las más inocentes excusas, detener el tiempo mientras se ve a la persona amada hacer algo tan simple como hablar, fruncir el ceño o jugar infantil y tiernamente con un peluche. Agregue dulzura a gusto. Añada sonrisas, payasadas y bromas (las lágrimas no hacen mal si están medidas en proporción y están bien batidas con amor), regalos insignificantes como un beso en un momento inesperado o un papel escrito a las apuradas, pueden ser valorados más que una joya.
Julio Cortázar, Instrucciones para amar (fragmento).

“Sin saberlo, vamos dibujando un mapa a medida que tomamos decisiones en la vida. Cada hecho importante es un punto sobre el papel, y la línea que los une es nuestra cartografía personal. Se suele considerar el desplazamiento como un trámite ineludible para llegar al destino, nuestro verdadero objetivo. Pero es en ese trayecto donde ocurren las cosas importantes, ya que uno en realidad nunca termina de llegar a ningún lugar, y 

el propio destino forma parte del viaje. Efectivamente, la vida es todo eso que ocurre mientras corremos para tachar notas de nuestra lista de cosas que hacer.”
Matías Costa 

Me preguntan a veces que por qué no tengo novia todavía; y dicen que porque estoy muy enamorado. Pero tú ya sabes bien que no es así. No tengo novia porque no tengo ganas de tener novia; por pereza; por desgane; por aburrimiento. Estoy muy enamorado, pero eso no tiene que ver nada con esto. A lo mejor un día de estos dejo de escribirte. O te escribiré solamente cuando tenga deseos, necesidad de hacerlo. No me gustan los trámites, las fórmulas en el amor; no me gustan los compromisos; los juramentos. Si tú quieres escribirme -porque quieres escribirme- cada tres días, encantado. Si yo quiero hacerlo del diario, tanto mejor. Pero siempre la cosa espontánea y natural. Quiero ser libre dentro de esta esclavitud. Te quiero, sí, te quiero: pero a medida de que te quiero se me van haciendo innecesarias las palabras; tengo que saber que no es indispensable el decírtelo. ¿Comprendes? Si tú no fueras tú, no diría esto. Podrías salirme con que no te quiero, con que no te comprendo, con que no soy tuyo. Pero tú tienes que ser tú, diferente, exclusiva, única. Tienes que oír mi amor con su voz, tocarlo con su carne, aceptarlo como es, desnudo y libre.
Jaime Sabines, Cartas a Chepita, 5 de Agosto de 1948.

POEMA

POEMA

“Yo creo en las Noches”.
R. M. Rilke

Ayer tarde pensé que ningún jardín justifica
el amor que se ahoga desaforadamente en mi boca
y que ninguna piedra de color, ningún juego,
ninguna tarde con más sol que de costumbre
alcanza a formar la sílaba,
el susurro esperado como un bálsamo,
noche y noche.
Ningún significado, ningún equilibrio, nada existe
cuando el no, el adiós,
el minuto recién muerto, irreparable,
se levantan inesperadamente y enceguecen
hasta morirnos en todo el cuerpo, infinitos.
Como un hambre, como una sonrisa, pienso,
debe ser la soledad
puesto que así nos engaña y entra
y así la sorprendemos una tarde
reclinada sobre nosotros.
Como una mano, como un rincón sencillo
y umbroso
debería ser el amor
para tenerlo cerca y no desconocerlo
cada vez que nos invade la sangre.
No hay silencio ni canción que justifiquen
esta muerte lentísima,
este asesinato que nadie condena.
No hay liturgia ni fuego ni exorcismo
para detener el fracaso risible
de los idiomas que conocemos.
La verdad es que me ahogo sin pena,
por lo menos he resistido al engaño:
no participé de la fiesta suave, ni del aire cómplice,
ni de la noche a medias.
Muerdo todavía y aunque poco se puede ya,
mi sonrisa guarda un amor que asustaría a dios.

Susana Thénon

“Cuando hablo con usted quiero decirlo todo, todo, todo. Pierdo todo sentido de lo que son los buenos modales; hasta convengo en que no sólo no tengo buenos modales, sino ni dignidad siquiera. […] Ahora en mí todo está detenido. […] Dondequiera que estoy sólo la veo a usted, y lo demás me importa un comino. No sé por qué ni cómo la quiero. ¿Sabe? Quizá no tiene usted nada de guapa. […] Su corazón, huelga decirlo, no tiene nada de hermoso y acaso sea usted innoble de espíritu. […] Usted comprende por qué no vale la pena enojarse conmigo: estoy sencillamente loco. […] ¡Aprovéchese, aprovéchese de mi esclavitud, aprovéchese de ella! ¿Sabe que la mataré algún día? Y no la mataré por haber dejado de quererla, ni por celos; la mataré sencillamente porque siento ganas de comérmela.”
Dostoyevski, El jugador

Microrelatos

Álbum

Veraneo en un camping nudista, muy cerca de una playa. Me levanto muy temprano, desnuda ya, y con mi nikon al cuello como única prenda paseo por la orilla del mar. Me arrodillo frente a las olas para atrapar en una instantánea su batir enérgico, provocador, suicida: punk. Fotografía las nubes solitarias, mordidas de azul, que aparecen en el cielo. Hago idioteces como esas para que pase desapercibida a las nudistas mi intención de fotografiarlas. Así, sin descolgar siquiera la cámara del cuello, aprieto el disparador mirando hacia otra parte, como hacen los fotógrafos de prensa cuando sale de un pozo un minero muerto. Con el fin de agosto regreso a mi ciudad. A mi casa. La convierto de norte a sur en un tendedero de fotografías. Una vez secas, recorto las siluetas de las mujeres. Aíslo sus cuerpos del paisaje costero. Las visto. Cubro su desnudez con braguitas, sostenes, vestidos arrancados a golpe de tijera de una cartulina negra. Uso mi pegamento para añadirlas al álbum. 
Juan Carlos Márquez, en PervertiDos. Catálogo de parafilias. 2012

De las crónicas de la ciudad

Nadie jamás le había hecho caso. Lo empujaban, lo pisaban, le cerraban las puertas en las narices. Ese día, había permanecido horas enteras esperando que el funcionario escuchara todas las verdades que tenía que decirle. Tuvo que marcharse cuando todos habían abandonado las oficinas y él vio que la noche lo había cogido sentado en el taburete.
Cuando a la madrugada llegó a su casa de latas y pedazos de cartón, cuando vio a lo lejos la ciudad como un reguero de leche iluminada, se dijo a sí mismo: No te desesperes. Todo cambiará cuando dejes de ser invisible.
NIÑO, Jairo Aníbal. Puro pueblo. 

Final para un cuento fantástico

—¡Qué extraño!- dijo la muchacha, avanzando cautelosamente. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
—¡Dios mío! —dijo el hombre—. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos ha encerrado a los dos!
— A los dos, no. A uno solo —dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.
I.A. Ireland. Visitations (1919)