Cada “hecho” adquiere distintos significados a medida que lo pasamos por nuestro prisma dialéctico y estudiamos sus brillos y sombras. El “hecho” nunca está inerte o “neutro”, pero puede ser tanto “bueno” como “malo” (o más allá de ellos) en un sinnúmero de variaciones y combinaciones. Somos nosotros, finalmente, los artistas de este discurso inmensurable. Creamos valores. Lo hacemos porque estamos vivos. La información es un desorden tan grande como el mundo material que refleja y transforma. Abrazamos la confusión, toda ella. Todo es vida. Pero dentro del vasto caos de lo vivo, cierta información y ciertas cosas materiales empiezan a conglutinarse en una poética o una forma-de-saber o una forma-de-actuar. Ni “información” o siquiera un sólo “hecho” constituyen algo en sí mismos. La sola palabra “información” implica una ideología, o más bien un paradigma, enraizado en el miedo inconsciente al “silencio” de la materia y del universo. “Información” es un substituto de la certeza, un fetiche restante de la dogmática, un no-lugar, un espectro.
Los “hechos poéticos” no son asimilables a la doctrina de la “información”. “Saber es ser libre” sólo es cierto cuando la libertad se entiende como una técnica psicocinética. La “información” es un caos; el conocimiento es el ordenamiento espontáneo de ese caos; libertad es surfear la ola de esa espontaneidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario