Por: María Elena Mittelman
QUIZÁS
Quizás deba mostrar
un poco más de mi cansancio,
con una sonrisa
decir
no puedo,
y embarcada en mi nave de lejanía
y viento,
volver
a cruzar los túneles celestes de mis ojos
hasta el punto de dolor y olvido
donde quedé cautiva,
enredada
en una curva de la infancia.
A la edad que tenemos,
hay que sumarle
el tiempo que nos arrebató la desmemoria.
Breves e infinitos años iniciales,
herméticos a todo intento
de relato,
a la vez clave y misterio,
burbuja prehistórica
en la que dicen que fuimos
improbablemente felices.
A la edad que tenemos
es bueno saber si fue conquista o fue derrota
el tiempo que nos arrebatò la fantasía.
Somos ciudades de postguerra,
largamente doloridas e íntimas.
Pero al final del dolor,
en el sitio del recuerdo
sólo queda el recuerdo de una sombra.
Y las sombras son livianas
y libres.
A la edad que tenemos
hay que devolverle
el tiempo que nos arrebataron la condena y la culpa.
Porque los plazos prescriben
y a esta vida sin caràtula
debiéramos quererla y abarcarla
en toda su extensión sobreseída.
Debièramos ejercer el derecho al desapego,
que no es desamor,
Y perdonarnos.
A la edad que tenemos
hay que restarle
cada instante que podamos arrebatar a los lamentos.
A cambio,
las manos estarán menos crispadas,
el cuerpo se dejará acunar por el sillón antiguo,
buscaremos la vieja taza azul
que nos acompañó en tantas esperas
exhalando aromas.
Y el tiempo será de limón y de canela.
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