Imagen de Tapa: “Regando esperanzas” de Zitzham.
sábado, 29 de noviembre de 2014
Editorial
Refiriéndose a esos tiempos, Erdosain me decía: “Yo creía que el alma me había sido dada para gozar de las bellezas del mundo, la luz de la luna sobre la anaranjada cresta de una nube, y la gota de rocío temblando encima de una rosa. Mas, cuando fui pequeño creí siempre que la vida reservaba para mí un acontecimiento sublime y hermoso. Pero a medida que examinaba la vida de los otros hombres, descubrí que vivían aburridos, como si habitaran en un país siempre lluvioso, donde los rayos de la lluvia les dejaran en el fondo de las pupilas tabiques de agua que les deformaban la visión de las cosas. Y comprendí que las almas se movían en la tierra como los peces prisioneros en un acuario. Al otro lado de los verdinosos muros de vidrios estaba la hermosa vida cantante y altísima, donde todo sería distinto, fuerte y múltiple, y donde los seres nuevos de una creación más perfecta, con sus bellos cuerpos saltarían en una atmósfera elástica”.
Entonces le decía: “- Es inútil, tengo que escaparme de la tierra”.
Los Siete Locos - Roberto Arlt
Microrelatos
«Brif , bruf , braf», de Gianni Rodari
Dos niños estaban jugando, en un tranquilo patio, a inventarse un idioma especial para poder hablar entre ellos sin que nadie más los entienda.
—Brif, braf —dijo el primero.
—Braf, brof —respondió el segundo.
Y soltaron una carcajada.
En un balcón del primer piso había un buen viejecito leyendo el periódico, y asomada a la ventana de enfrente había una viejecita ni buena ni mala.
—¡Qué tontos son esos niños! —dijo la señora.
Pero el buen hombre no estaba de acuerdo:
—A mí no me lo parecen.
—No va a decirme que ha entendido lo que han dicho…
—Pues sí, lo he entendido todo. El primero ha dicho: «Qué bonito día». El segundo ha contestado: «Mañana será más bonito todavía».
La señora hizo una mueca, pero no dijo nada, porque los niños se habían puesto a hablar de nuevo en su idioma.
—Maraqui, barabasqui, pippirimosqui —dijo el primero.
—Bruf —respondió el segundo.
Y de nuevo los dos se pusieron a reír.
—¡No irá a decirme que ahora los ha entendido…! —exclamó indignada la viejecita.
—Pues ahora también lo he entendido todo —respondió sonriendo el viejecito. El primero ha dicho: «Qué felices somos por estar en el mundo». Y el segundo ha contestado: «El mundo
es bellísimo».
—Pero ¿acaso es bonito de verdad? —insistió la viejecita.
—Brif, bruf, braf —respondió el viejecito.
Fábula del unicornio
Cuando Noé vio el cuerno que sobresalía de la espesa crin en la frente, no dudó ni un instante sobre la identidad del animal que pedía humildemente ser aceptado en el Arca ante la inminencia del Diluvio.
Jamás había visto a un unicornio, pero los libros antiguos lo describían como un animal más bien pequeño, semejante a una cabra y de carácter huidizo; con un largo cuerno rematado en una afilada punta, parecido a ciertas especies de caracol no muy abundantes en estos días.
Cuenta la tradición que, finalizado el Diluvio y agotados los pájaros para ir y venir a través de la tormenta y de la noche, Noé envió al unicornio a comprobar si había bajado el nivel de las aguas. El unicornio se arrojó a la oscuridad y al tocar el líquido comenzó a hundirse. Ante la cercanía de la muerte rogó a un dios por su vida. Este lo transformó en un narval, dejándolo conservar sólo el cuerno como memoria de un pasado que desaparecía en el océano del tiempo.
En las noches claras, cuando el viento rompe el crepúsculo del agua en ondas oscuras, añora galopar bajo el vientre de una doncella desnuda como la luna como una pecera de fondo.
A veces atraviesa a algunos bañistas con su afilado cuerno buscando a Noé desde tiempos remotos.
Wilfredo Machado, Libro de animales.
Pedir
El hombre, marchito de vejez, había recorrido praderas y pueblos, pidiendo. Le habían dado ropa, fruta, indiferencia; pero él sólo pedía un vaso de agua. Cuando consiguió que alguien lo escuchara, bebió con lentitud, sintió la espalda y se fue irguiendo cuan alto había sabido ser. Después, agradeció y levantó vuelo, para alcanzar la bandada.
María Cristina Ramos, La secreta sílaba del beso.
De cero
"Por favor, sea breve", dijo el asesino. Yo le obedecí. Subí al dormitorio de mi esposa y le hice el amor por última vez. Arropé a mis hijos y les conté un cuento hermoso que escucharon con arrobo infantil. Observé sus caritas al dormirse, tratando de imaginarles en una versión adulta. Por fin, bajé a la salita, donde él me esperaba con su pistola preparada. Me ofreció un puro y fumamos en silencio. Después cogí mis maletas y salí para no escuchar los gritos. Es difícil empezar de cero.
Eva Díaz Riobello.
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Microrelatos
La colaboración de las cosas (teatro)
Empieza una discusión cualquiera en una casa cualquiera pues llega un esposo cualquiera y busca la sartén ya que él es quien sabe hacer las comidas de sartén y ésta no aparece. Crece la discusión; llegan parientes. Se oye un ruido. Sigue la discusión. Se busca una segunda sartén que acaso existió alguna vez. El ruido aumenta. Tac, tac, tac. No se concluye de esclarecer qué ha pasado con la sartén, que además no era vieja; se escuchan imputaciones recíprocas, se intercambian hipótesis; se examinan rincones de la cocina por donde no suele andar la escoba. Tac, tac, tac. Al fin, se aclara el misterio: lo que venía cayendo escalón por escalón era la sartén. Ahora sólo falta la explicación del misterio: el niño, de cinco años, la había llevado hasta la azotea, sin pensar que correspondiera restituirla a la cocina; al alejarse por ser llamado de pronto por la madre, después de haber estado sentado en el primer escalón de la escalera, la sartén quedó allí. Cuando trascendió el clima agrio de la discusión conyugal, la sartén para hacer quedar bien al niño, culpable de todo el ingrato episodio, se desliza escalones abajo y su insólita presencia a la entrada de la cocina calma la discordia.
Nadie supo que no fue la casualidad, sino la sartén. Y si es verdad que puede haberle costado poco por haber sido dejada muy al borde del escalón, no debe menospreciarse su mérito.
Macedonio Fernández, Relato, cuentos, poemas y misceláneas, 2010.
Cuando el señor K. amaba a una persona.
—¿Qué hace usted —preguntaron un día al señor K.— cuando ama a alguien?
—Hago un bosquejo de esa persona —respondió el señor K.— y procuro que se le asemeje lo más posible.
—¿El bosquejo?
—No —contestó el señor K.—. La persona.
Bertolt Brecht, Historias de Almanaque, 1949.
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Reflexiones
Microrelatos
Aquella victrolera
Siempre me gustaste, Rosa, siempre. Y ahora que somos viejos te lo puedo decir. Antes no: eras la mujer de Ignacio Braceras. ¡Mirá que casualidad, venir a encontrarnos aquí, en el café donde vos trabajabas! ¡Cómo pasa el tiempo, che! Parece mentira, Rosa, que estés charlando conmigo. Yo era muy pibe cuando venía al café para verte. Eras la diosa del barrio, Rosa, la diosa del café. Allá en lo alto, en el palco de la victrolera, campaneabas a los giles. No, el palco ya no está. Y ya nadie escucha tangos, Rosa. ¿Te acordás? Vos ponías los discos en la victrola y nosotros te mirábamos las piernas. Indiferente, mirabas la pared. Me acuerdo, Rosa; me acuerdo de tus medias corridas y me dan ganas de llorar. Yo cerraba los ojos y me hacía la ilusión de que eras vos la que cantaba y no Libertad Lamarque, Azucena Maizani o la Merello. Eras vos, la más linda de todas. Nunca te lo pude decir porque yo era un pibe y a vos te vigilaba tu hombre, ese cafiolo de barrio que te llevó al trocen. Tomaban el tranvía y se iban juntos a la pieza. Después pasó lo que pasó, Rosa, esa desgracia que salió en los diarios. Supe que Ignacio Braceras te faltó, que te dio la biaba y que vos lo tiraste bajo un tren. No llorés, Rosa, ya pasó, ya pasó. Estuviste mucho tiempo en la gayola, es cierto, y eso jode a cualquiera. Pero aquí estás, otra vez. Giraron muchos discos, muchas noches y yo siempre me acordé de vos. Si te parece, si no lo tomás a mal, si no tenés otro compromiso, me gustaría que vinieras a mi bulín para tomar unos mates y escuchar unos tangos. No, no es tarde. Nunca es tarde cuando la dicha es buena, dicen. Y ¿sabés una cosa, che? Me compré una victrola, como la de antes. La lustro todos los días. Está linda. Sólo faltas vos.
Pedro Orgambide, Cuentos con tangos, Buenos Aires, 1988.
Un creyente
Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
–Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
–Yo no –respondió el otro–. ¿Y usted?
–Yo sí –dijo el primero– y desapareció.
George Loring Frost, Páginas con misterio, 1995.
Contrariedad
Hace unas horas era una mariposa que revoloteaba sobre la cabeza de un chino dormido. Después me desperté y fui un dinosaurio. ¿Soy un dinosaurio que recuerda haber soñado que era una mariposa sobrevolando a un chino o una mariposa que sueña ahora que es el dinosaurio que lo mira dormir? Chuang Tzu, soñador de este dilema, despierta y constata molesto que el dinosaurio todavía está allí. Intuye las incansables multitudes que repetirán esta pueril solución del bello enigma y lamenta amargamente su inoportuno despertar.
Blau Carras, Las formas del sueño, 1997.
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Relatos
Poesía porque sí
YO
Yo vivo y tiemblo,
recompongo viejos verbos destrozados
en los hornos del frío
y me invento una palabra para cada lágrima.
Yo salgo a pasear
y me inclino sobre las fuentes vacías
para besar mi boca inexistente.
Yo tengo la mirada llena de sal
y cuerpos como estrellas de arena
y flores voraces
que me consumen lentamente.
Yo vivo y tiemblo,
resucito y me arrastro por el aire caliente
de las floraciones
y por el ojo siempre abierto del día.
Yo, luna tibia,
amándome y muriendo.
Susan Thenon
Yo vivo y tiemblo,
recompongo viejos verbos destrozados
en los hornos del frío
y me invento una palabra para cada lágrima.
Yo salgo a pasear
y me inclino sobre las fuentes vacías
para besar mi boca inexistente.
Yo tengo la mirada llena de sal
y cuerpos como estrellas de arena
y flores voraces
que me consumen lentamente.
Yo vivo y tiemblo,
resucito y me arrastro por el aire caliente
de las floraciones
y por el ojo siempre abierto del día.
Yo, luna tibia,
amándome y muriendo.
Susan Thenon
Microrelatos
El drama del desencantado
...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.
Gabriel García Márquez, El drama del desencantado.
La fotografía
La fotografía, cuidadosamente pegada en el contrachapado, ocupaba toda la pared y representaba un lago que por cierto era bastante banal, nada pintoresco a fin de cuentas. En el lago se veía una barca, perdida a lo lejos, minúscula. El hombre tardó mucho antes de rendirse a la evidencia: la barca, semana a semana, se agrandaba. Desplazándose inexorablemente en un eje espacio-temporal imposible de definir, la barca se iba agigantando porque avanzaba en el lago, procedente de alguna orilla lejana, rumbo al marco exterior de aquella foto. Cierto día, el hombre pudo distinguir que había dos personajes en la barca. Uno timoneaba y el otro esperaba. Un mes más tarde fue capaz de discernir otros detalles. Quien timoneaba tenía los brazos desnudos, dato nada sorprendente. En tanto, el otro, el que esperaba, observaba la habitación con insistencia y en sus rodillas había un fusil cuyo cañón apuntaba hacia mí.
Jacques Sternberg, Cuentos glaciales.
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miércoles, 29 de octubre de 2014
Editorial
La búsqueda
Un hombre erró por el mundo durante toda su vida a la búsqueda de la piedra —filosofal— que convertiría en oro al metal más vulgar. Erraba por montes y valles, vestido con un sayal atado a su cuerpo por medio de un cinturón con una hebilla metálica. Cada vez que le parecía una piedra podía ser la piedra, la frotaba contra su hebilla y se veía obligado a tirarla.
Una tarde en que estaba muy fatigado, llegó a la casucha de una anciana campesina y le pidió de comer y de beber. La vieja lo interrogó, y después de haber escuchado en silencio, se fijó en su hebilla y dijo: Pobre hombre, has tirado la piedra preciosa, ¿no te has dado cuenta de que tu hebilla ya se ha convertido en oro?
Kostas Axelos, El lenguaje y los problemas del conocimiento, 1971.
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Editorial
Microrelatos
Microrelatos
La tela de Penélope, o quién engaña a quién
Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.
Augusto Monterroso, La oveja negra y demás fábulas, 1969.
La naparoia
Los pacientes atacados de naparoia sienten la extraña sensación de que nadie los persigue, ni está tratando de hacerles daño. Esta situación se agrava a medida que creen percibir que nadie habla de ellos a sus espaldas, ni tiene intenciones ocultas. El paciente de naparoia finalmente advierte que nadie se ocupa de él en lo más mínimo, momento en el cual no se vuelve a saber más nunca del paciente, porque ni siquiera puede lograr que su psiquiatra le preste atención.
Luis Britto García, Rajapalabra, 1993.
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Cuento,
Microrelatos
2010. Odisea dos, Arthur C. Clarke
Ahora la larga espera estaba terminando. En otro mundo más la inteligencia había nacido y estaba escapando de su cuna planetaria. Un antiguo experimento estaba a punto de alcanzar su clímax.
Aquellos que habían iniciado ese experimento, hacía tanto tiempo, no habían sido hombres, ni siquiera remotamente humanos. Pero eran de carne y sangre, y cuando miraron a través de las profundidades del espacio habían sentido admiración, maravilla y soledad. Tan pronto como poseyeron el poder, se lanzaron hacia las estrellas. En sus exploraciones encontraron muchas formas de vida y observaron los trabajos de la evolución en un millar de mundos. Vieron cuán a menudo lo primeros débiles destellos de inteligencia parpadeaban y morían en la noche cósmica.
Y debido a que, en toda la Galaxia, no habían hallado nada más precioso que la Mente, alentaron su alumbramiento por todas partes. Se convirtieron en granjeros en los campos de estrellas; sembraron, y algunas veces cosecharon.
Y algunas veces, desapasionadamente, tuvieron que desherbar.
Los grandes dinosaurios habían perecido hacía ya mucho cuando la nave de exploración penetró en el Sistema Solar tras un viaje que había durado casi mil años. Pasó rápidamente por los planetas exteriores, hizo una breve pausa sobre los desiertos del agonizante Marte, y finalmente miró la Tierra.
Los exploradores vieron abrirse bajo ellos un mundo hormigueante de vida. Durante años estudiaron, recolectaron, catalogaron. Cuando hubieron aprendido todo lo que les fue posible, empezaron a modificar. Trastearon con los destinos de muchas especies en tierra firme y en océano. Pero el éxito resultante de sus experimentos era algo que no sabrían al menos hasta al cabo de un millón de años.
Eran pacientes, pero todavía no eran inmortales. Quedaba mucho por hacer en aquel universo de cien mil millones de soles, y otros mundos estaban llamando. De modo que se sumergieron nuevamente en el abismo, sabiendo que era probable que nunca más volvieran por aquella zona.
Tampoco lo necesitaban. Los sirvientes que habían dejado tras ellos harían el resto.
En la Tierra los glaciares llegaron y se fueron mientras sobre ellos la inmutable Luna seguía albergando su secreto. Con un ritmo más lento aún que el hielo polar, las mareas de la civilización menguaron y fluyeron a través de la Galaxia. Extraños, hermosos y terrales imperios se levantaron cayeron, y trasmitieron su conocimiento a sus sucesores. La Tierra no fue olvidada, pero otra visita habría servido de muy poco. Era uno entre un millón de mundos silenciosos, pocos de los cuales podrían llegar a hablar alguna vez.
Y ahora, lejos entre las estrellas, la evolución estaba derivando hacia nuevas metas. Los primeros exploradores de la Tierra hacía mucho que habían llegado a los límites de la carne y de la sangre; tan pronto como sus máquinas fueron mejores que sus cuerpos, fue el momento de avanzar. Primero sus cerebros, y luego tan solo sus pensamientos, fueron transferidos a resplandecientes alojamientos nuevos de metal y plástico.
En ellos recorrieron las estrellas. Ya no construyeron más espacionaves. Ellos eran las espacionaves.
Pero la era de las entidades-máquina pasó rápidamente.
En su incesante experimentación habían aprendido a almacenar el conocimiento en la estructura del propio espacio y a preservar sus pensamientos por toda la eternidad en heladas tramas de luz. Podían convertirse en criaturas de radiación, libres al fin de la tiranía de la materia.
Así, se transformaron en pura energía, y en un millar de mundos los vacíos cascarones que habían desechado se retorcieron por un tiempo en una danza de muerte carente de inteligencia, y luego se desmoronaron en herrumbre.
Eran los señores de la Galaxia, y estaban más allá del alcance del tiempo. Podían errar a voluntad entre las estrellas y sumergirse como una sutil niebla por entre los intersticios del espacio. Pero, pese a sus poderes semejantes a los de los dioses, no habían olvidado por completo su origen en el cálido lodo de un desaparecido mar.
Y aún seguían observando los experimentos que sus antepasados habían iniciado hacía tanto tiempo.”
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Relatos
Microrelatos
Los faros remotos
Te había arrojado al mar; y en aquella noche de luna, tan propicia para los raudales de lágrimas, te ibas alejando de la orilla en el féretro en que había escondido tu cuerpo.
Avanzabas lentamente. Con el reloj en la mano, los minutos que iban tras de ti eran eternos, la medianoche estaba próxima; y bajo la gruta marina que iba a absorberte, una mortuoria claridad de basalto acogía el reflejo azulado de tu ataúd.
De pronto, la noche se oscureció y dejé de verte. Ibas a desaparecer. Entonces, levantando en las tinieblas mi brazo que oscilaba de delante hacia atrás, a guisa de faro remoto, brilló la piedra de mi sortija. Y bajo la tempestad que caía sobre nosotros, el fuego sombrío del rubí atrajo lentamente tu ataúd.
Horacio Quiroga, Los arrecifes de coral, 1901.
Espacio
Escribí un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias.
Escribí una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos minados, multitudes errantes que morían y volvían a nacer, cargamentos extraviados, hechos que se enroscaban y desenroscaban como una reina infinita, los temas eran desangrados a conciencia en busca de la última gota, no prosperaba el aire fresco, se sucedían peligrosas estampidas formadas por miles de detalles intrascendentes, el piso de este caos ubicuo y sofocador estaba cubierto con el aserrín de los mismos pensamientos molidos una y otra vez, los árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el lector agónico hasta enterrarlo.
Ángel Olgoso, Astrolabio, Cuadernos del Vigía, Granada, 2007.
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Cuento,
Microrelatos
Poesía porque sí
Amanecer. Un poema de Vicente Gerbasi.
Siento llegar el día como un rumor de animales,
a la orilla del pantano, de la fiebre, del junco,
más allá, entre las colinas de viento oscuro,
donde la luz se levanta con desgarradas banderas,
como resplandor lejano de una montaña de cuarzo.
He aquí la sombra en torno a mi existencia, el búho,
el río que arrastra oro, la serpiente de coral,
el esqueleto del explorador, el fango de mis pies.
La noche ha quemado el maíz, ha apagado los metales,
ha dado reposo a la adormidera, ha refrescado la sangre,
ha libertado los reflejos azules de la selva, de la hoja.
Una resonancia, una resonancia oscura es mi corazón:
eco en el abismo, piedra que rueda por el monte,
brillo en la puerta de la cueva, fosforescencia del hueso.
En la infancia, al pie del arco iris o del relámpago,
junto al cabrito que saltaba en torno a la madre,
jugaba con un pequeño tigre de cálida voz ronca,
de suave pelambre estrellada, como un signo del zodíaco,
de rabia lenta y tensa, como el despertar de la furia.
Ahora siento en el aire límpido del bambú y el helecho,
surgir las formas de las doncellas, bajo la fronda,
en la selva de árboles aromáticos, coronadas de orquídeas
descendiendo al río, a la cascada de transparente curva,
que resuena en sus diamantes como una leyenda.
Formas de la gracia, sus perfiles abandonan sus melenas
a la brisa; formas de la vida y de la muerte,
sus senos tiemblan en las penumbras de los juncos;
formas del oscuro delirio, sus muslos se suavizan
como una fruta partida; formas del tiempo humano,
sus pies hacen temblar las flores silvestres.
Como el venado tras de su compañera en la colina,
persigo a una joven diosa desnuda, bajo el sol.
Viene el olor agrio de los árboles destrozados
por la ira de la noche; viene el olor de la sangre,
del animal devorado, el olor de los minerales,
el olor del río entre las raíces y las flexibles lianas.
El día derrama su transparente maravilla, como un vuelo,
como el color innumerable, como la crisálida
de herméticos destellos, como el insecto plateado,
como el hechizo en las formas relucientes,
como el vuelo de mariposas que salen de una gruta incendiada
y comienzan a temblar en el ardiente cristal.
Acerco mis labios al claro manantial de íntima música,
junto a la sardina y a la piedra limpia y pulida como una joya;
mientras la nube pasa y el ave sale de su nido,
y la serpiente muestra su lengua maldita, y se enrosca,
y espera o avanza por la espalda sudorosa del día.
Me hundo en las palpitaciones reverberantes, en las ondas,
en el temblor divino, donde se abre la rosa de montaña,
en los brillos fugaces, en la imagen insondable de Dios,
que ha creado los cielos y la tierra, con esta geografía de fuego,
y ha dado a mi corazón la forma del día y de la noche,
mientras oigo correr los animales, persiguiéndose, amándose,
devorándose, ensangrentando las yerbas, las flores y las peñas.
Soy el día, y el viento levanta sus ramajes en mi alma.
Siento llegar el día como un rumor de animales,
a la orilla del pantano, de la fiebre, del junco,
más allá, entre las colinas de viento oscuro,
donde la luz se levanta con desgarradas banderas,
como resplandor lejano de una montaña de cuarzo.
He aquí la sombra en torno a mi existencia, el búho,
el río que arrastra oro, la serpiente de coral,
el esqueleto del explorador, el fango de mis pies.
La noche ha quemado el maíz, ha apagado los metales,
ha dado reposo a la adormidera, ha refrescado la sangre,
ha libertado los reflejos azules de la selva, de la hoja.
Una resonancia, una resonancia oscura es mi corazón:
eco en el abismo, piedra que rueda por el monte,
brillo en la puerta de la cueva, fosforescencia del hueso.
En la infancia, al pie del arco iris o del relámpago,
junto al cabrito que saltaba en torno a la madre,
jugaba con un pequeño tigre de cálida voz ronca,
de suave pelambre estrellada, como un signo del zodíaco,
de rabia lenta y tensa, como el despertar de la furia.
Ahora siento en el aire límpido del bambú y el helecho,
surgir las formas de las doncellas, bajo la fronda,
en la selva de árboles aromáticos, coronadas de orquídeas
descendiendo al río, a la cascada de transparente curva,
que resuena en sus diamantes como una leyenda.
Formas de la gracia, sus perfiles abandonan sus melenas
a la brisa; formas de la vida y de la muerte,
sus senos tiemblan en las penumbras de los juncos;
formas del oscuro delirio, sus muslos se suavizan
como una fruta partida; formas del tiempo humano,
sus pies hacen temblar las flores silvestres.
Como el venado tras de su compañera en la colina,
persigo a una joven diosa desnuda, bajo el sol.
Viene el olor agrio de los árboles destrozados
por la ira de la noche; viene el olor de la sangre,
del animal devorado, el olor de los minerales,
el olor del río entre las raíces y las flexibles lianas.
El día derrama su transparente maravilla, como un vuelo,
como el color innumerable, como la crisálida
de herméticos destellos, como el insecto plateado,
como el hechizo en las formas relucientes,
como el vuelo de mariposas que salen de una gruta incendiada
y comienzan a temblar en el ardiente cristal.
Acerco mis labios al claro manantial de íntima música,
junto a la sardina y a la piedra limpia y pulida como una joya;
mientras la nube pasa y el ave sale de su nido,
y la serpiente muestra su lengua maldita, y se enrosca,
y espera o avanza por la espalda sudorosa del día.
Me hundo en las palpitaciones reverberantes, en las ondas,
en el temblor divino, donde se abre la rosa de montaña,
en los brillos fugaces, en la imagen insondable de Dios,
que ha creado los cielos y la tierra, con esta geografía de fuego,
y ha dado a mi corazón la forma del día y de la noche,
mientras oigo correr los animales, persiguiéndose, amándose,
devorándose, ensangrentando las yerbas, las flores y las peñas.
Soy el día, y el viento levanta sus ramajes en mi alma.
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Poesía
Frases.
“Nos venden morbo como amor , nos ofrecen publicidad corrosiva para el alma , nos han cerrado la boca y quitado las palabras del corazón, nos venden sentimientos ajenos en cartas de 24X15cm al mayoreo, juegan con nuestra necesidad de amor con nuestra sed por sentirnos queridos , el cortejo hacia las mujeres desapareció, la vulgaridad en las calles extinguió los poemas , se sustituyó las caricias por la tecnología y todo ha resultado como lo planearon , el amor resulta el negocio más rentable del mundo , se declaró la prohibición de los libros al ser armas más peligrosas que la bomba de hidrógeno, hoy en día nuestros caballeros tiraron la armadura, moldearon su cuerpo y olvidaron trabajar la mente, por eso en tiempos difíciles los hombres han dejado de robar rosas de los jardines y ahora se dedican a robar virginidades como si de trofeos se tratara.”
Lawrence Mejia
“A veces uno amanece con ganas de extinguirse… Como si fuéramos velitas sobre un pastel de alguien inapetente. A veces nos arden terriblemente los labios y los ojos y nuestras narices se hinchan y somos horribles y lloramos y queremos extinguirnos… Así es la vida, un constante querer apagarse y encenderse.”
Julio Cortázar
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Proverbios,
Reflexiones
Reflexiones
Una interesante reflexión del francés Gilles Deleuze (1925-1995) acerca de la tristeza y su influencia en las relaciones sociales: "La tristeza no nos vuelve inteligentes. En la tristeza estamos perdidos. Por eso los poderes tienen necesidad de que los sujetos sean tristes. La angustia nunca ha sido un juego de cultura, de inteligencia o de vivacidad. Cuando usted tiene un afecto triste, es que un cuerpo actúa sobre el suyo, un alma actúa sobre la suya en condiciones tales y bajo una relación que no conviene con la suya. Desde entonces nada en la tristeza puede inducirlo a formar la noción común, es decir, la idea de algo común entre dos cuerpos y dos almas."
“Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos vive tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría.”
Herman Hesse
“¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.”
Charles Baudelaire
“Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos vive tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría.”
Herman Hesse
“¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.”
Charles Baudelaire
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miércoles, 8 de octubre de 2014
Editorial
"Nuestras verdades no valen más que las de nuestros antepasados. Tras haber sustituido sus mitos y sus símbolos por conceptos, nos creemos más “avanzados”; pero esos mitos y esos símbolos no expresan menos que nuestros conceptos. El Árbol de la Vida, la Serpiente, Eva y el Paraíso, significan tanto como: Vida, Conocimiento, Tentación, Inconsciente. Las configuraciones concretas del mal y del bien en la mitología van tal lejos como el Mal y el Bien de la ética. El Saber -en loque tiene de profundo- no cambia nunca: sólo su decorado varía. Prosigue el amor sin Venus, la guerra sin Marte, y, si los dioses no intervienen ya en los acontecimientos, no por ello tales acontecimientos son más explicables ni menos desconcertantes: solamente, una retahíla de fórmulas reemplaza la pompa de las antiguas leyendas, sin que por ello las constantes de la vida humana se encuentren modificadas, pues la ciencia no las capta más íntimamente que los relatos poéticos."
"Breviario de podredumbre".
Emil Cioran (1911-1995).
Microrelatos
Elecciones Insólitas.
No está convencido.
No está para nada convencido.
Le han dado a entender que puede elegir entre una banana, un tratado de Gabriel Marcel, tres pares de calcetines de nylon, una cafetera garantizada, una rubia de costumbres elásticas, o la jubilación antes de la edad reglamentaria, pero sin embargo no está convencido.
Su reticencia provoca el inmsonio de algunos funcionarios y de la policía local.
Como no está convencido, han empezado a pensar si no habría que tomar medidas para expulsarlo del país.
Se lo han dado a entender, sin violencia, amablemente.
Entonces ha dicho: "En ese caso, elijo la banana".
Desconfían de él, es natural.
Hubiera sido mucho más tranquilizador que eligiese la cafetera, o por lo menos la rubia.
No deja de ser extraño que haya preferido la banana.
Se tiene la intención de estudiar nuevamente el caso.
Julio Cortázar, La otra mirada.
El cigarrillo
Me encontraba como corresponsal de prensa en uno de esos países que interesan a la opinión mundial. Es decir, se me había ofrecido la oportunidad de asistir a una ejecución.
Fue una como tantas y no puedo afirmar que la más interesante. Un vulgar trozo de paredón en una vulgar localidad, desconocida tanto para el condenado como para los soldados del pelotón de ejecución, a una hora cualquiera de un día cualquiera, bajo vagas condiciones meteorológicas. El condenado era un hombre joven y todos los presentes, es decir, el condenado, los soldados y yo, nos veíamos por primera vez en la vida, siendo mínima la posibilidad de que volviéramos a encontrarnos.
El condenado, ya en el paredón, exigió un cigarrillo. Los soldados accedieron y nos sentamos todos juntos en un montón de escombros que había cerca.
- ¿Usted es corresponsal de guerra? -preguntó.
- Cosas de la vida -contesté.
- Entonces le diré algo.
Las manos le temblaban y su rostro tenía un color verdoso.
- Ellos piensan que éste es mi último cigarrillo, pero es el primero.
A pesar de que su cara estaba cada vez más verde, su voz sonaba triunfal.
- ¿Quiere decir que usted no fue… no es fumador?
- En la vida. Acabo de empezar.
Y vomitó.
Más tarde caminábamos por la senda que llevaba a la carretera.
- Qué desperdicio de cigarrillo -dijo el sargento.
- ¿Por qué? Todo el mundo se marea con el primer cigarrillo -protesté.
- ¡Qué primero! ¿Ha visto usted sus dedos? Amarillos de nicotina. Sentía que echaría la pota del miedo y le soltó ese cuento.
- Pero ¿para qué?
- Para que usted no pensara mal de él.
Y al rato añadió:
- Uno no debería morir cuando tiene tanto miedo.
Slawomir Mrozek, La mosca, Acantilado, 2005.
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Reflexiones
Reflexionamos hoy sobre la guerra con el escritor y filósofo británico Aldous Huxley (1894-1963). En "El fin y los medios" escribió: "La guerra moderna destruye con el máximo de eficiencia y el máximo de indiscriminación, y en consecuencia, implica injusticias mucho más numerosas y mucho más graves que las que se pretendan enmendar. (...) Las guerras no concluyen con las guerras; las más de las veces terminan por una paz injusta, que hace inevitable otra guerra de venganza".
«A la pregunta de un principito sobre cuanto ejército se necesitaría y en que modo se lo debería aumentar para vencer a un pequeño pueblo meridional que no quería someterse, Confucio respondió _ “Elimina tu ejército, utiliza todo lo que gastas para el ejército en la educación civil de tu pueblo y en mejorar sus condiciones de vida, y el pueblo meridional expulsará su propio príncipe y se someterá sin guerrear a tu poder.”»
León Tolstoi “Patriotismo o paz” (1899)
Todo el mundo dice querer ser libre, pero ¿sabemos lo que es realmente? El poeta latino Horacio (65 AC-8 AC) lo definía de la siguiente manera:
"¿Quién es libre? El sabio que puede dominar sus pasiones, que no teme a la necesidad, a la muerte ni a las cadenas, que refrena firmemente sus apetitos y desprecia los honores del mundo, que confía exclusivamente en sí mismo y que ha redondeado y pulido las aristas de su carácter."
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Reflexiones
Diálogo
CAMPESINO PLANTANDO árboles y HOMBRE solitario. Se aproxima la hora solemne del ocaso. El HOMBRE, que ha recorrido todos los caminos del mundo, suspira profundamente.
HOMBRE.- (Tras un largo silencio.) Oiga.
CAMPESINO.- Qué.
HOMBRE.- (Con voz cansada.) Plánteme también a mí.
CAMPESINO.- (Sorprendido.) ¿Cómo?
HOMBRE.- Que me plante.
CAMPESINO.- (Sin ceder en su sorpresa.) ¿Por qué?
HOMBRE.- Estoy cansado.
CAMPESINO.- ¿Y cómo quiere que le plante?
HOMBRE.- Como si fuese un manzano.
CAMPESINO.- ¿Está hablando en serio?
HOMBRE.- Yo no sé hablar de otra forma.
Pausa. El CAMPESINO encoge los hombros, carga al HOMBRE sobre sus espaldas, le traslada al pequeño hoyo y le entierra hasta los tobillos. El HOMBRE, que ha abierto los brazos en cruz, levanta la mirada al cielo y se queda muy quieto, apenas sin respirar, esperando el milagro de una nueva primavera que le haga, por fin, fructificar.
Javier Tomeo, Historias mínimas, 1988.
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