sábado, 29 de agosto de 2009

MICRORRELATOS

Hormiga
Por: Marco Denevi


Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de identificarlo con el Gran Universo.
Pero cierta vez una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita:

“Arriba...luz...jardín...hojas...verde...flores...”

Las demás hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.

(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El texto de la fábula apareció en el número 12 de la revista Szpilki y le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.)

La primera respuesta
Por: Oscar Fortuna

Ya atardecía y el viento comenzaba a amainar transformándose en una suave brisa. Los árboles se tornasolaban con los últimos destellos del sol mientras frenaba la bicicleta para llegar al final de mi camino. La mochila ya no me pesaba luego de haberla llevado conmigo tanto tiempo; mis músculos ya no respondían luego de pedalear diez horas sin parar. Sí, sé que suena a locura, pero recién ante la desesperación un hombre descubre a qué extremos puede llegar, y éste fue mi caso.
Me había recibido de filósofo hacía dos años solo para encontrar las respuestas a preguntas que en teoría no tenían respuesta, y luego de insomnes meses encerrado en bibliotecas secretas de gente ya sin nombre, encontré por fin una respuesta a una pregunta. ¡Era tan sencillo! Como todo conocimiento revelado y comprendido, la respuesta era tan simple que me daba bronca no haberme dado cuenta antes.
Tardé una semana en preparar todo, y luego de desarrollar varias hipótesis y conjeturas llegué a ubicar el lugar en un mapa del año 1567. Claro que la ubicación no era exacta, pero con paciencia y algo de suerte lo encontraría.
Y ahora estoy aquí, a dos pasos de la abertura que unos de los astrónomos de Pachacutec dibujó en el lado vedado de la piedra solar. El sol está en posición y debo entrar. Hago un esfuerzo enorme por deslizarme hacia el otro lado, la ropa se me rasga y las heridas provocadas por el filo de la roca hacen que mi sangre se escape, siento como si la sangre se quisiera ir de mi cuerpo. Los ojos me laten y comienzo a ver figuras extrañas dibujadas en la roca del pasadizo: signos que no conozco, pero que me hacen recordar algo muy dentro mío, como un aullido que siempre tuve apresado y que de repente surge incontenible. Grito llegando al límite del dolor, y por fin logro atravesar el portal. Veo agua manando de la roca. El paisaje no es diferente del exterior, quizá algo más fresco. Esperaba encontrar inscripciones o un altar, pero no hay nada.
La caverna es apenas iluminada por un haz de luz que proviene de una abertura tallada hace miles de años quién sabe si por magos o maestros de la tribu. El destello dorado señala un pequeño hueco de donde sale un hilo de agua; y seguro de que comprobaré mi teoría, bebo. No siento nada, y es raro porque esperaba sentir algo raro, diferente, pero... ¡Ey! ¡No siento mi cuerpo! Y todo a mi alrededor comienza a desvanecerse... Oh, Dios, Oh, Dios, me alejo de la tierra, del sol... veo galaxias y mares de estrellas; luces me penetran a pesar de no sentirme sustancia, veo el universo, pero no, veo MÁS, mi esencia fundida con TODO, TODO, TODO, OH, DIOS, no sé si agradecerte u olvidarte. Me has dejado sin preguntas.

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