lunes, 31 de marzo de 2014

Imagen de Tapa: “Barrio aerostático” de Zithzam.

Edtiorial


Este número lo dedicaremos a los microrelatos, que muchas veces por su brevedad, condensan toda la intensidad de un relato en pocas líneas. Que los disfruten.
El editor

CENSURA
Una niña escribe el secreto Nombre de Dios en un papel. El papel se enciende. La niña se incendia. El Señor trabaja de maneras misteriosas.

Esteban Ibarra (Santiago del Estero)

ENCUENTRO FORTUITO
Coincidieron en el portal. Él le abrió el ascensor para dejar que pasase, con esa caballerosidad que ya sólo tienen los protagonistas de las películas en blanco y negro.
–¿A qué piso va? –le preguntó.
–Al que usted me lleve –contestó ella y sonrió como sonríen las rubias que quieren que las inviten a una copa.
Entre el tercero y el cuarto ella detuvo el ascensor. Él se abalanzó.
Unos minutos después reanudaban la marcha, mientras se peinaban frente al espejo.
Se bajaron en el séptimo, entraron en casa, cenaron en silencio y se durmieron viendo la televisión.

Ernesto Ortega Garrido (Madrid, España)

EL FRANCOTIRADOR Y EL OTRO
La noche es oscura. El francotirador espera. El otro no aguanta más y prende un cigarrillo.
Osvaldo Atilio Pagano (Buenos Aires, Argentina)

Microrelatos

Por: Eva Díaz Riobello

Penitencia
Las viejas comadres de la aldea, esas que ven pasar la vida hilando frente a sus chimeneas, gustan de contar a los niños la historia de mi espejo de cristal negro. De cómo invocando artes prohibidas encerré dentro a mi nieta más joven y después, durante una noche de luna llena, me desnudé y dejé que su luz oscura bañase mi cuerpo marchito, convirtiéndome en la doncella perpetua que ahora soy. Afirman que desde entonces mi belleza es eterna y mi perversión, infinita. Ignorantes, creen que es el Diablo quien inspira mi crueldad. No saben que, cada noche, me atormenta el llanto inconsolable de mi pequeña, que me pregunta, una y otra vez, si se ha ido el lobo y puede salir ya de su escondite.

La caja
A la niña que vive en la mansión de la colina le cuesta conciliar el sueño. Apenas si cierra los ojos, escucha el eco de una delicada melodía que se cuela en su habitación, repitiendo sus notas una y otra vez, atormentando sus oídos hasta que ella se levanta sollozando, y enfundada en un frágil camisón blanco, recorre descalza los pasillos y sube a oscuras las escaleras hasta llegar al desván. Allí, en un pequeño pedestal, se encuentra el espejo y la barra de ejercicios. Cuando llega, una delgada línea de luz ilumina la sala y va haciéndose más grande mientras la niña se estira frente al espejo y alza los brazos en un gesto de súplica. Entonces el desván se llena de luz, la música suena más fuerte y la pequeña gira y gira al compás, como una bailarina enloquecida, bajo la mirada implacable de unos gigantescos ojos azules que nunca se cansan de observarla.

El arte de la doma
Me siento al borde de la cama y amarro los leones desvencijados que cuelgan sobre mis hombros. Es invierno. Me calzo las vicuñas y una vez anudados los caballos a la cintura, sacudo los cisnes de los brazos. Conviene abotonarse el corazón felino. Los ojos de cóndor me esperan en el joyero. Abro la caja y gira una bailarina. Una figura estúpida que mientras me maquillo el hocico, se ralentiza. Quisiera saltar y tomar la delantera al mundo, pero los guepardos están sin planchar. Tendré que conformarme con estas piernas de mujer que se arrastra hasta la cafetera; que saca las cucharitas del cajón y la taza del armario. Sobre la alacena, todavía acecha el turbio reptil liberado durante el sueño. Él me vigila. Sabe que lo volveré a atrapar. Tengo que encerrarlo antes de que salte sobre mi cabeza y desmane mi triste cuerpo domesticado.

Margaritas
Te quiero, mucho, poquito, nada, ay. Uno, dos, tres, cuatro. Te quiero, mucho. Cinco, seis. Pétalo que se resiste y tirón bestial y la madre que te. Poquito, nada. Siete, ocho. Margarita interminable. Flor deshojada a punta de pinza y dolor. Margarita sin pelos. Pubis trasquilado. Te quiero.

Amigas verdaderas
Era la muchacha más linda y todas la queríamos. Nos hicimos amigas suyas y la acompañábamos a todas partes. A bailar a la plaza, a recoger flores secas, siempre juntitas. Siempre. Y, aunque también era la más rica, todo lo compartía con nosotras. Todo. Vestidos nuevos, joyas e incluso perfumes franceses. Hasta que se encaprichó del chico más guapo del pueblo y no lo dejaba tranquilo. Tan fuerte le dio por él que su padre llegó a apalabrar la boda y claro, eso no lo podíamos consentir. Éramos sus amigas. Así que seguimos al chico una tarde que se fue a pasear solo a las vías e intentamos explicárselo, pero no lo entendía. Pataleó mucho, y sus gritos eran horribles. Nos costó limpiar la sangre, pero todas quedamos satisfechas, así que no entendemos a qué tanto revuelo ahora. A fin de cuentas, le dejamos el mejor trozo a ella.

Zopilotes
En tiempos de hambruna, los hombres arrancan a los niños de sus madres y los abandonan a las afueras del pueblo, a merced de los zopilotes. Aves de carroña con espuelas y yelmo como viejos conquistadores. Buitres enanos que cercan a los más débiles. “Recojamos a los fuertes”, dicen los hombres, sin intuir siquiera la venganza de los antiguos pájaros. Bichos de nombre azteca, animales sin voz que, a través de gruñidos, dan por cumplida su misión: quedarse con los valientes y dejar que los hombres nutran a los frágiles, a los blandos, a los pusilánimes que en tiempos de hambruna arrancarán a los niños de sus madres.

Cuento


La aventura de un matrimonio
Por Italo Calvino

El obrero Arturo Massolari hacía el turno de noche, el que termina a las seis. Para volver a su casa tenía un largo trayecto que recorría en bicicleta con buen tiempo, en tranvía los meses lluviosos e invernales. Llegaba entre las siete menos cuarto y las siete, a veces un poco antes, otras un poco después de que sonara el despertador de Elide, su mujer.
A menudo los dos ruidos, el sonido del despertador y los pasos de él al entrar, se superponían en la mente de Elide, alcanzándola en el fondo del sueño, ese sueño compacto de la mañana temprano que ella trataba de seguir exprimiendo unos segundos con la cara hundida en la almohada. Después se levantaba repentinamente de la cama y ya estaba metiendo a ciegas los brazos en la bata, el pelo sobre los ojos. Elide se le aparecía así, en la cocina, donde Arturo sacaba los recipientes vacíos del bolso que llevaba al trabajo: la fiambrera, el termo, y los depositaba en el fregadero. Ya había encendido el calentador y puesto el café. Apenas la miraba, Elide se pasaba una mano por el pelo, se esforzaba por abrir bien los ojos, como si cada vez se avergonzase un poco de esa primera imagen que el marido tenía de ella al regresar a casa, siempre tan en desorden, con la cara medio dormida. Cuando dos han dormido juntos es otra cosa, por la mañana los dos emergen del mismo sueño, los dos son iguales.
En cambio a veces entraba él en la habitación para despertarla con la taza de café, un minuto antes de que sonara el despertador; entonces todo era más natural, la mueca al salir del sueño adquiría una dulzura indolente, los brazos que se levantaban para estirarse, desnudos, terminaban por ceñir el cuello de él. Se abrazaban. Arturo llevaba el chaquetón impermeable; al sentirlo cerca ella sabía el tiempo que hacía: si llovía, o había niebla o nieve, según lo húmedo y frío que estuviera. Pero igual le decía: “¿Qué tiempo hace?”, y él empezaba como de costumbre a refunfuñar medio irónico, pasando revista a los inconvenientes que había tenido, empezando por el final: el recorrido en bicicleta, el tiempo que hacía al salir de la fábrica, distinto del que hacía la noche anterior al entrar, y los problemas en el trabajo, los rumores que corrían en la sección, y así sucesivamente.
A esa hora la casa estaba siempre mal caldeada, pero Elide se había desnudado completamente, temblaba un poco, y se lavaba en el cuartito de baño. Detrás llegaba él, con más calma, se desvestía y se lavaba también, lentamente, se quitaba de encima el polvo y la grasa del taller. Al estar así los dos junto al mismo lavabo, medio desnudos, un poco ateridos, dándose algún empellón, quitándose de la mano el jabón, el dentífrico, y siguiendo con las cosas que tenían que decirse, llegaba el momento de la confianza, y a veces, frotándose mutuamente la espalda, se insinuaba una caricia y terminaban abrazados.
Pero de pronto Elide:
-¡Dios mío! ¿Qué hora es ya? -y corría a ponerse el portaligas, la falda, a toda prisa, de pie, y con el cepillo yendo y viniendo por el pelo, y adelantaba la cara hacia el espejo de la cómoda, con las horquillas apretadas entre los labios. Arturo la seguía, encendía un cigarrillo, y la miraba de pie, fumando, y siempre parecía un poco incómodo por verse allí sin poder hacer nada. Elide estaba lista, se ponía el abrigo en el pasillo, se daban un beso, abría la puerta y ya se la oía bajar corriendo las escaleras.
Arturo se quedaba solo. Seguía el ruido de los tacones de Elide peldaños abajo, y cuando dejaba de oírla, la seguía con el pensamiento, los brincos veloces en el patio, el portal, la acera, hasta la parada del tranvía. El tranvía, en cambio, lo escuchaba bien: chirriar, pararse, y el golpe del estribo cada vez que subía alguien. “Lo ha atrapado”, pensaba, y veía a su mujer agarrada entre la multitud de obreros y obreras al “once”, que la llevaba a la fábrica como todos los días. Apagaba la colilla, cerraba los postigos de la ventana, la habitación quedaba a oscuras, se metía en la cama.
La cama estaba como la había dejado Elide al levantarse, pero de su lado, el de Arturo, estaba casi intacta, como si acabaran de tenderla. Él se acostaba de su lado, como corresponde, pero después estiraba una pierna hacia el otro, donde había quedado el calor de su mujer, estiraba la otra pierna, y así poco a poco se desplazaba hacia el lado de Elide, a aquel nicho de tibieza que conservaba todavía la forma del cuerpo de ella, y hundía la cara en su almohada, en su perfume, y se dormía.
Cuando volvía Elide, por la tarde, Arturo cabía un rato que daba vueltas por las habitaciones: había encendido la estufa, puesto algo a cocinar. Ciertos trabajos los hacía él, en esas horas anteriores a la cena, como hacer la cama, barrer un poco, y hasta poner en remojo la ropa para lavar. Elide encontraba todo mal hecho, pero a decir verdad no por ello él se esmeraba más: lo que hacía era una especie de ritual para esperarla, casi como salirle al encuentro aunque quedándose entre las paredes de la casa, mientras afuera se encendían las luces y ella pasaba por las tiendas en medio de esa animación fuera del tiempo de los barrios donde hay tantas mujeres que hacen la compra por la noche.
Por fin oía los pasos por la escalera, muy distintos de los de la mañana, ahora pesados, porque Elide subía cansada de la jornada de trabajo y cargada con la compra. Arturo salía al rellano, le tomaba de la mano la cesta, entraban hablando. Elide se dejaba caer en una silla de la cocina, sin quitarse el abrigo, mientras él sacaba las cosas de la cesta. Después:
-Arriba, un poco de coraje -decía ella, y se levantaba, se quitaba el abrigo, se ponía ropa de estar por casa. Empezaban a preparar la comida: cena para los dos, después la merienda que él se llevaba a la fábrica para el intervalo de la una de la madrugada, la colación que ella se llevaría a la fábrica al día siguiente, y la que quedaría lista para cuando él se despertara por la tarde.
Elide a ratos se movía, a ratos se sentaba en la silla de paja, le daba indicaciones. Él, en cambio, era la hora en que estaba descansado, no paraba, quería hacerlo todo, pero siempre un poco distraído, con la cabeza ya en otra parte. En esos momentos a veces estaban a punto de chocar, de decirse unas palabras hirientes, porque Elide hubiera querido que él estuviera más atento a lo que ella hacía, que pusiera más empeño, o que fuera más afectuoso, que estuviera más cerca de ella, que le diera más consuelo. En cambio Arturo, después del primer entusiasmo porque ella había vuelto, ya estaba con la cabeza fuera de casa, pensando en darse prisa porque tenía que marcharse.
La mesa puesta, con todo listo y al alcance de la mano para no tener que levantarse, llegaba el momento en que los dos sentían la zozobra de tener tan poco tiempo para estar juntos, y casi no conseguían llevarse la cuchara a la boca de las ganas que tenían de estarse allí tomados de las manos.
Pero todavía no había terminado de filtrarse el café y él ya estaba junto a la bicicleta para ver si no faltaba nada. Se abrazaban. Parecía que sólo entonces Arturo se daba cuenta de lo suave y tibia que era su mujer. Pero cargaba al hombro la barra de la bici y bajaba con cuidado la escalera.
Elide lavaba los platos, miraba la casa de arriba abajo, las cosas que había hecho su marido, meneando la cabeza. Ahora él corría por las calles oscuras, entre los escasos faroles, quizás ya había dejado atrás el gasómetro. Elide se acostaba, apagaba la luz. Desde su lado, acostada, corría una pierna hacia el lugar de su marido buscando su calor, pero advertía cada vez que donde ella dormía estaba más caliente, señal de que también Arturo había dormido allí, y eso la llenaba de una gran ternura.

Poesía porque sí

Era una tarde como para un geniol

Era una tarde como para un geniol,
un rivotril, un paracetamol, un valium, un tafirol, una aspirina,
un té de naranja, una patada a una puerta y llenarse el
bolsillo de piedras.
Y cuando estaba tan cerca de estallar
se me ocurre, me salvo, y digo:
Mejor hágase un valle.
¿Y si mejor se hace un valle?
Y digo así: hágase un valle.
Se abrió la vereda, se vio la tierra y
se hizo cerro, atardecer, montaña
abriéndole la boca al durazno del sol
y gente lejos,
gente cerca, bajando con ramas, con
ovejas, luces en un caserío
y algunos subiendo con bolsas de azúcar,
leche, velas.
Un aire fresco, silencio, espacio.
Silencio hasta que el cerro se tragó al sol.
Se oía un perro,
lejos,
y había luces,
tenues.
Y yo miraba todo con
las manos cruzadas, respirando.

Luis Pescetti

Microrelatos

Por: Isabel González

Me la pela
Miro mi pierna depilada, la derecha. Mi pierna depilada, la derecha, es tecnología punta. Brilla, resbala, se expone segura, enardecida por la cera. Me acabo de enamorar de mi pierna derecha. Quiero chuparla, voy a lamerla, pero no. No lo hago. Me detengo porque ahí está mi pierna izquierda. Acusatoria y velluda. Todavía hosca, tenebrosa, confusa. El águila y la mosca sobrevuelan la fronda de la rodilla; el sudor y el río cimbrean pantorrilla abajo entre la maleza; hocicos de roedor asoman por los poros y traen noticias desde lo más hondo. Negro en la broza. Lobos en lo negro. Qué boca feroz te besará a ti, pierna izquierda, pierna umbrosa, pierna indómita. La cera borbotea. Amenaza. La pierna izquierda llora su destino pompeyano. La pierna derecha ríe con esa risa fea de los que conocen lo inexorable. Yo estoy hasta las narices. No quiero elegir. Me pongo la falda y salgo a la luz de agosto doblemente mujer.

Pudimos volar
Todos fuimos ángeles. Existen pruebas. Los omoplatos que despuntan por la espalda y esas náuseas del tercer mes de embarazo que los expertos atribuyen a la aparición del vello fetal. “Aquí la cabeza y aquí la columna”, señalan los médicos en la ecografía y silencian, en la borrosa imagen, torsiones imposibles bajo la nuca. Las madres no preguntan por miedo, por no parecer idiotas. Comadronas cómplices a la hora del parto, ajetreo de tijeras, de millones de bebés un grito. Nostalgia crónica de unas aves vestidas con nuestras plumas.

O
Te gustaría verme ahora. Ahora no tengo casa. Ahora me paso el día por ahí, me huelen el culo, me piden la patita y me dan una galleta. Están ricas las galletas. Me gustan aún más que las migas de pan de los viejos del parque. Aunque nada comparado con el sabor del pescado, por supuesto. Por una sardina, cariño, por una sardina, hasta soy capaz de hacer girar balones con la nariz. Algo que antes nunca habría soñado. ¿Recuerdas lo mal que dormía? Yo sí. Mucho. Sobre todo cuando entro en la cueva y me ovillo y pasa el invierno y llega la primavera y otra vez lo mismo. Me desperezo, sacudo las alas y salgo a buscarte. De flor en flor. Vuelo y te busco. Por todo el planeta. Pero no estás. O no te reconozco. O no sé, amor mío. Cambiamos tanto.

lunes, 3 de marzo de 2014

Monserrat Cultural nº 68

"Lluvia" de Sit Zham.

Recortes de Haruki Murakami




"Sujetos estrechos de miras, intolerantes y sin imaginación. Tesis desconectadas de la realidad, terminología vacía, ideales usurpados, sistemas inflexibles. Son esas cosas las que a mí , realmente, me dan miedo. Son esas cosas las que yo temo y odio con todo mi corazón. Es importante saber qué es correcto y qué no lo es, por supuesto. Sin embargo, los errores de juicio personales pueden corregirse en la mayoría de los casos. Si uno tiene la valentía de reconocer su error, las cosas, generalmente, se pueden arreglar. Pero la estrechez de miras y la intolerancia de la gente sin imaginación son igual que los parásitos. Provocan cambios en el cuerpo que les acoge y, mudando de forma, se repoducen hasta el infinito [...]"
Kafka en la orilla

"...La memoria es algo extraño. Mientras estuve allí, apenas presté atención al paisaje. No me pareció que tuviera nada de particular y jamás hubiera sospechado que, dieciocho años después, me acordaría de él hasta en sus pequeños detalles. [...] estaba enamorado, y aquel amor me había conducido a una situación extremadamente complicada. No, no estaba en disposición de admirar el paisaje que me rodeaba.
Sin embargo ahora, hasta la primera imagen que se perfila en mi memoria es la de aquel prado. El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo. Con tanta nitidez que tengo la impresión de que , si alargara la mano,podría ubicarlos, uno tras otro, con la punta del dedo. Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Naoko, ni estoy yo."¿A donde hemos ido?", pienso."¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así? Todo lo que parecía tener más valor -ella, mi yo de entonces, nuestro mundo- ¿dónde ha ido a parar?" Lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Naoko. Conservo un decorado sin personajes..."
Tokio blues

Fragmentos literarios


No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida nunca volver. Fui feliz allí, el mes pasado, en noche de luna llena, en Los Portales, ni antes ni después de esa noche, en el último mes de julio de mi juventud. Pero no pienso en la vida nunca volver, pues sé muy bien que la nostalgia de un lugar sólo enriquece mientras se conserva como nostalgia, pero su recuperación significa la muerte.

Enrique Vila-Matas, Lejos de Veracruz

Él era un puñado de agua, nunca pude asirle, era como estar con el hombre invisible, era como un grifo viejo, y a mí me tomaba por un fontanero.
Creo que nos quisimos, aunque prefiero olvidarlo, era un embrollo demasiado penoso. Es indudable que me deseaba mucho y confundió deseo con amor. No creo que haya sabido lo que significa amar. Creí que me amaba porque me lo repetía continuamente, pero lo único que quería era que yo dependiera de él, quería reducirme a la esclavitud. Era un sentimental peligroso, enamorado del amor, lo que equivale a decir: no enamorado de una persona sino de una pose, de un gesto, de un principio. Son los peores perversos: los que se creen puros pero prefieren una idea de sentimiento a una persona. Este amor, perfectamente pueril y bonito solo engendra dolor y decepción, nadie le sobrevive.
Lo más terrible es que millones de personas se intoxican de este tipo de sentimientos, y yo desde luego también sucumbí, porque si no, ¿cómo habría podido aceptar pamplinas semejantes? Me enseñó a amar con indiferencia, vida asentimental. Hoy ni siquiera le odio ni le echo de menos, la verdad es que ya no quiero recordarle.
Este tipo de hombre prefiere instalarse en un piso de tres habitaciones con la primera que se encuentran que despertarse solos en la cama, y en cuanto conviven con ella le reprochan que les robe la libertad. Estos hombres incapaces de convertirse en a
dultos son los daños colaterales de la liberación sexual. ¿Qué hacer con los individuos que no pueden quedarse solos ni vivir con alguien?
Son “bombas humanas” en potencia.
Para un hombre, crecer sin un padre, condena a vivir sin saber nunca quién eres ni lo que quieres, aparte de conquistar incesantemente a mujeres a las que nunca consigues soportar. Yo le “envenené” de tal manera su vida que a veces me remuerde la conciencia, pero me equivoco, ¡el deshonesto era él, no yo!.
No creí que fuese capaz de hacerme daño, me equivoqué”.

Frédéric Beigbeder, Socorro, perdón

Ideas para inspirarse: el desarrollo de Noruega



Hace 50 años Noruega era uno de los países más pobres de Europa y sin embargo actualmente su caso constituye un ejemplo donde las políticas sociales y económicas se han combinado para conseguir un desarrollo sostenible y justo. ¿Qué hace que este país esté liderando el Índice de Desarrollo Humano durante 5 años consecutivos?
Sin duda muchos pensarán que el petróleo ha sido el principal factor de crecimiento del país, pero muchos países ricos en recursos naturales presentan la paradoja de sufrir elevados niveles de pobreza económica. Un ejemplo de este hecho lo encontramos en el término de “enfermedad holandesa”, utilizado para describir la situación que se produce en un país cuando un descubrimiento de importantes yacimientos de recursos naturales genera una expansión del sector energético correspondiente mientras se produce una desindustrialización considerable de la economía.
El Índice de Desarrollo Humano tiene en cuenta la combinación de indicadores de esperanza de vida, logros educacionales e ingresos del país. El éxito de Noruega es debido a su capacidad para haber generado un desarrollo basado en la inclusión, la transparencia y la responsable gestión de los recursos naturales.

Políticas sociales: inclusión y transparencia
La inclusión es un objetivo prioritario. Para ello ha otorgado especial importancia a la educación y la salud pública, que son gratuitas para todos los ciudadanos. Así mismo, no sólo ha experimentado un elevado crecimiento de la riqueza, sino que ha generado un reparto igualitario, siendo el segundo país del mundo donde la riqueza está repartida de manera más equitativa.
Se impulsa también la igualdad entre sexos, ya que está demostrado que existe una correlación positiva entre el desarrollo de un país y la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Esto se refleja en que Noruega tiene una participación laboral femenina un 20% superior al promedio de la Unión Europea.  Además, por ley el 40% de los representantes parlamentario y los integrantes de las juntas directivas en las empresas tienen que ser mujeres.
Noruega también presenta un nivel muy alto de transparencia. La información gubernamental tiene que ser accesible para el público y de esta manera se contribuye a que las instituciones tengan un alto nivel de control democrático. Esta transparencia genera confianza y más eficiencia, atrayendo así a inversores al país.

Gestión de los recursos
Noruega piensa a largo plazo y se compromete con una gestión responsable y sostenible. Es el sexto país exportador mundial de petróleo y el segundo país exportador de gas. Se caracteriza por tener un manejo de los recursos gestionado con reglas estables y que ha generado un buen clima de inversiones.
Pensando además en las futuras generaciones, y considerando el hecho que el petróleo y el gas son recursos no renovables cuya cantidad se puede ver mermada en un futuro,  ha creado un fondo público donde se destinan los excedentes derivados de los ingresos del petróleo. Este fondo está destinado a invertir y asegurar la economía en el futuro. Así Noruega demuestra tener un enfoque a largo plazo para evitar sufrir el síndrome holandés antes citado.


Haciendo frente a los desafíos ambientales
Se observa también un compromiso con la lucha por el cambio climático, por desarrollar estrategias para reducir las emisiones y proteger los bosques y selvas tropicales. El reto consiste en encontrar combinaciones que proporcionen el acceso necesario de energía al mundo y que cuiden el clima.
Ejemplos de esta lucha por el cambio climático se materializan con su propuesta y voluntad de reducir las emisiones de los gases que provocan el efecto invernadero (GEI) un 30% para el año 2020. La  conservación de bosques y selvas tropicales mitiga los efectos negativos del cambio climático y es por ello que participa en la iniciativa Internacional de Clima y Bosques, donde apoya a diversos países afectados por la deforestación. 
El cambio climático tiene efectos sobre el casquete polar, que  se está derritiendo y esto tiene su incidencia para Noruega y el resto del mundo. Ante este hecho, se ha creado un centro de investigación para el cambio climático en el norte del país y se ha establecido también la Bóveda Global de Semillas de Svalbard. Este banco constituye el banco de semillas más grande del mundo y tiene como objetivo proteger la diversidad de las especies de cultivos que sirven como alimento.
Vemos así que Noruega encabeza el Índice de Desarrollo Humano por ser capaz de generar un crecimiento económico que se distribuye de manera equitativa en la sociedad, por presentar unos altos niveles de transparencia democrática y por su compromiso con el desarrollo a largo plazo, donde la gestión de los recursos naturales se realiza de manera responsable y sostenible.

Discúlpeme pero NO



Discúlpeme pero NO.
No me hace falta una moda para mi identidad,
me visto de sincero y no me queda mal, 
y traigo a la medida mi autenticidad.

Discúlpeme pero NO.
No me hace falta el dinero para saber quien soy,
soy libre como el viento y eso me hace feliz; muy feliz.

Discúlpeme pero no.
No me hace falta una regla para con Dios hablar, 
somos muy amigos y nos gusta variar,
y nos da buen resultado la sinceridad.

Discúlpeme pero no.
No me hace falta un permiso para amar,
de eso sí me sobra y lo quiero entregar
sin calcular y sin esperar.
Los hombres se complican mucho
uniendo tonterías en una verdad,
a todo ponen condiciones 
y ya nadie es libre si quiere amar.

Discúlpeme pero NO.
No me hacen falta fronteras, odio la división,
soy ciudadano del mundo... simplemente soy yo.

Si eso le molesta... discúlpeme por favor.

Frases de reflexión de Nelson Mandela




Ante todo soy un optimista.
Si eso es algo que me viene de forma natural o aprendida, no lo sé. Parte de lo que supone ser optimista es siempre dar pasos hacia adelante, hacia el sol. Hubo muchos días en los que mi fe en la humanidad fue duramente puesta a prueba, pero siempre tuve claro que bajo ninguna circunstancia me rendiría a la desesperación, pues ese es el camino que lleva a la derrota y muerte.

La pobreza no es natural, es creada por el hombre y puede superarse y erradicarse mediante acciones de los seres humanos. Y erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia.

Nadie nace odiando a otra persona a causa del color de su piel, origen o religión.
La gente aprende a odiar, y puesto que eso es posible, también lo es que aprendan a amar, algo que es mucho más natural para el corazón humano.

La educación es el gran motor del desarrollo personal. Es a través de la educación como la hija de un campesino puede convertirse en médico, el hijo de un minero puede convertirse en el jefe de la mina, o el hijo de trabajadores agrícolas puede llegar a ser presidente de una gran nación.

Una buena cabeza y un buen corazón formarán siempre una maravillosa combinación.

He aprendido que la valentía no es la ausencia del miedo, sino que es el triunfo sobre el miedo. Valiente no es quien no tiene miedo, sino el que logra conquistar sus temores.

Un ganador es un soñador que nunca se da por vencido.

El reto más importante que podamos tener por delante es establecer un orden social en la que la libertad del individuo suponga verdaderamente libertad para el individuo.

La libertad es inútil si la gente no puede llenar de comida sus estómagos, si no puede tener refugio, si el analfabetismo y las enfermedades siguen persiguiéndoles.

Dejad que la libertad reine. El sol nunca ha iluminado un logro humano más glorioso.