martes, 4 de diciembre de 2012

Monserrat Cultural Nº 57


Imagen de Tapa: “Una lluvia en la ciudad”, de Sithzam.

Editorial



Comparto dos textos que hablan del tiempo y sus vueltas. Buen fin de año para todos, y mejor comienzo.
El editor

El viaje
Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien.
Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos.
Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje.
Los juegos del tiempo
Dizquedicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de cosecha. Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros.
Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó.
Él se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sap cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde se amigo seguía plantado ante el cuadro.
Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastos llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.
Eduardo Galeano, Las bocas del tiempo.

Entorno del mito



Gran ciudad
Por Noé Jitrik (Fuente: Página/12)

Desde un gran ventanal de un café de los viejos, con valientes mesas de madera, de los que quedan por suerte en Buenos Aires, veo aproximarse, con paso ligero, a una pareja. La mujer y el hombre están tomados de la mano, se dicen algo y sonríen, acaso se trate de una trivial escena de amor urbano, me imagino que en el campo, falto de cafés, cosas así no se vean aunque sin duda también existen.
Pero hay algo especial en esa pareja: ella es rubia, bella, elástica, blanca; él es negro, negrísimo, muy apuesto, igualmente ágil. Por alguna razón que no puedo explicarme lo que veo me interesa, me parece que ese encuentro significa algo más, importante, que lo que significan los encuentros corrientes y previsibles entre hombres y mujeres. De inmediato, también sin saber por qué, me digo “estamos en una gran ciudad”. La expresión, así como se forma en mí, es contrastante: ¿antes no estábamos en una gran ciudad?
Pienso en la pareja y me surge una respuesta: acaso yo estaba ya desde hace tiempo en una gran ciudad y no lo sabía del todo, pero ahora que los veo caminar con elegancia, algo, muy parcialmente por supuesto, se me aclara: esta ciudad carecía de población negra desde hacía muchos años, no era, es seguro que nunca lo fue, como La Habana, Río o Cali o San Juan de Puerto Rico y aun Montevideo: los negros que habían sido esclavos, como en toda América, y manumitidos por ley en un temprano 1813, por decisión de una Asamblea en la que el concepto francés de derechos del hombre era un motor de la civilización cuya aurora se anunciaba, fueron no mucho después exterminados, carne de cañón de las guerras civiles, hasta no dejar más vestigios que raras celebraciones anuales o mínimos guetos de caboverdeanos. Desde hace poco, se ven en las calles de esta ciudad negras y negros recién venidos del Brasil, de la República Dominicana y en menor medida de Africa, muy de tanto en tanto mezclados con blancos, vaya uno a saber en qué lugares habrán obtenido refugio, trabajo y consideración aunque, y aquí viene lo de la gran ciudad, la embellecen, la hacen más cosmopolita, más interesante.
¿Cómo, cuándo y por qué se puede decir que una ciudad es una “gran” ciudad? Respecto del cómo es una cuestión de lenguaje, no es fácil disponer de él; respecto del cuándo se diría que es cuando se le cae a uno encima el asunto y eso no ocurre con frecuencia. El por qué desencadena una reflexión, una inquisición, habría dicho Jorge Luis Borges cuando, deslumbrado, recorría las calles de una ciudad que juzgaba eterna, como el aire y el agua. La visión de esa pareja desencadena en mí ese “por qué”, le da cabida, no me resulta extravagante ocuparme de tal tema, después de todo vivo en grandes ciudades, Buenos Aires, México, de modo que me atrevo a responderlo.
Por empezar, se tiene, por lo general, una impresión, que parece inequívoca, de estar en o frente a una gran ciudad y esa impresión está sostenida, en lo inmediato, por una noción de tamaño, pero uno sabe que una cosa es una ciudad grande y otra una gran ciudad, el adjetivo puesto de una u otra manera hace una diferencia importante. O sea que el tamaño no es un factor decisivo para estar en condiciones de afirmar que una ciudad, por más grande que sea, es una “gran” ciudad. Así que debe ser por otra cosa, que es lo que la pareja frente a mis ojos acaba de despertar.
Ahora bien, ¿es suficiente que una pareja bicolor transite por las calles para considerar que el escenario en el que tiene lugar ese romance sea una “gran ciudad”? Tal vez no, pero lo que es innegable es que puede ser un súbito indicio, una punta para pensar en tan considerable tema, puesto que una pareja como ésa en la calle, visible y contenta, se enfrenta con una sólida red de prejuicios así como, y es eso lo que permite ver muchos otros tipos de parejas, sólo hay que poner atención: hombres y mujeres de diferente contextura –coreanos y chinos, rusos y argentinos, bolivianos y peruanos– y de muy extraordinario aspecto, hombres de largas barbas flotantes, vestidos de negro, que calzan sombreros casi de copa, seguidos a pocos pasos por mujeres con pelucas y apreciable cantidad de niños atrás, se diría que se dirigen al Muro de los Lamentos. Y ni hablar, cada vez más evidentemente, como es notorio y legal, hombres y hombres, mujeres y mujeres. Comienzo a creer que en ese espectáculo, que se desarrolla sin temor a lapidaciones ni insultos procaces, empieza suavemente a definirse lo que es una “gran ciudad”. O sea un lugar en el que los prejuicios dan un paso atrás y dejan escuchar un murmullo múltiple, rostros diversos, lenguas extrañas, modos de caminar y de moverse que si no asombran al menos tocan una fibra sensible en el corazón de quienes están orgullosos de vivir en una “gran ciudad”.
Estoy pensando en términos de presente, lo cual también es limitado, porque una gran ciudad no nace, sino que se hace después de un largo proceso que no es sólo una lucha contra el tiempo; es una acumulación histórica por lo general producida muy dramática y secretamente, después de haber pasado por numerosas indecisiones: políticas, culturales, sociales. Después de un sacudimiento, por ejemplo, cambia la relación entre las personas, crece un entendimiento, brota una identidad basada ya no en grotescas afirmaciones xenofóbicas sino en el cambio que inevitablemente ha tenido lugar. Una dictadura, por ejemplo, que, como es sabido, intenta acallar esos rumores humanos, cuando cae genera un reencuentro, nuevas formas de hablar, nuevas formas, inclusive, de amar. Una invasión, cuando declina o concluye cambia los temperamentos, hay una revitalización de las miradas, el enemigo de la grandeza de una ciudad, al desaparecer, crea las condiciones para un salto, eso que llamo, en su conjunto, en todos los que se produjeron, una acumulación histórica.
París no sería París sin la guerra de 1870; Berlín no habría sido Berlín sin el final de la guerra del ’14; México no sería México sin la Revolución y eso que fue al mismo tiempo cambió cuando el gran terremoto de 1985; Buenos Aires habría seguido siendo una aldea si no se hubieran producido huelgas y proclamas, movimientos sociales de una energía incomparable.
En suma, ignoro, entre tantas cosas que ignoro, por qué una ciudad es una “gran ciudad”, pero me atrevo a decir que sé cuándo lo es; tal vez porque siento que estar ahí de alguna manera me llena, porque lo que pasa ante mis ojos posee una significación, porque algo vibra en mí junto a sus muros, por sus calles, por su gente.

Poesía porque sí




Solo eso

Se trata de no escuchar
el ruido de mi propia cabeza,
nada más.
Reducir obsesiones y fracasos
a simple caligrafía,
palabras inofensivas
de las que me puedo burlar.
No hay profundidad
No hay estética
-si lo hay es solo por accidente-
solo un tipo cansado
de escucharse a sí mismo.
Solo eso.

Fernando Escobar Páez



Oficio

Este oficio el de transitar por tu ausencia
impregnada de palabras caricias

                                                 espejos rotos

multiplicados infinita e indefinidamente
en el abismo de la nada

                                                 que trepa

por cavidades itinerantes
extraviándose en las pueriles y cotideanas dimensiones

                                                del vacío devenido

en un ser que se forja con la aurora
y se evanece con el alba
en insistente usura del tiempo que ocupo

                                              en este oficio

de rozar apenas, tu materialidad

Moira Nardi

Monserrat Cultural Nº 55


lunes, 29 de octubre de 2012

Editorial Monserrat Cultural N 56




Comparto dos textos, que hablan de cosas simples y a la vez tan complicadas como la vida: la libertad, la conciencia de uno mismo y del entorno. Si cada uno despierta y se descubre libre y único, el mundo seguramente se volvería un lugar más amable para que cada uno sea lo que quiere ser.

El editor


"Como no hay libertad, pensamos que hay una ley. Pero no hay ley. Hay crecimiento y muerte, deleite y terror, un abismo y el resto lo inventamos."
Del cuento "Una semana en el campo", Países imaginarios
Úrsula Le Guin

Concepto claroSi usted quiere formarse "un concepto claro" de la existencia, viva.
Piense. Obre. Sea sincero. No se engañe a sí mismo. Analice. Estúdiese. El día que se conozca a usted mismo perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a encontrar nada que lo sorprenda. Todo será viejo para usted. Usted leerá por curiosidad libros y libros y siempre llegará a esa fatal palabra terminal: "Pero sí esto lo había pensado yo, ya". Y ningún libro podrá enseñarle nada.
Salvo los que se han escrito sobre esta última guerra. Esos documentos trágicos vale la pena conocerlos. El resto es papel...
Aguafuerte porteña
Roberto Arlt

Microrelatos


La bolsa de tiempo
Por: Oscar Fortuna

Elmo y Habkir se bamboleaban aquella mañana sonrientes. Habían salido ilesos una vez más de una noche llena de los sabores exquisitos y embriagantes de la fiesta del emperador. Como degustadores de la comida del divino déspota disfrutaban de los manjares más suculentos, aunque siempre el velo de la muerte sobrevolaba en sus alientos. Por eso siempre volvían a sus casas embriagados de victoria: le habían sacado un día más a la muerte. Solían despertar a los cortesanos con sus cantos burlescos, y esa mañana venía con el agregado de una reyerta por una bolsa. Ambos solían ponerse belicosos con la bebida, y cualquier excusa era buena para el pleito. 
La suerte quiso que esa mañana el emperador los encontrara tironeando de la arpillera mientras la gente hacía un círculo alrededor de los borrachos:
–¡Basta! ¿Qué hay en esa bolsa que merezca semejante lucha? –preguntó el déspota.
Ambos sirvientes se enderezaron, recuperados repentinamente de la resaca por el susto:
–Su excelencia, he guardado aquí mis más gratos recuerdos; desde el árbol que trepaba de niño, mi perro y las frutas robadas, hasta el primer beso con aquella muchacha –respondió Elmo.
Ante la media sonrisa del rey, Habkir no quiso ser menos:
–Emperador, todo lo que este miserable ha dicho es mentira, aquí dentro está el futuro que me espera, lleno de los árboles que no pude trepar, del perro que no tuve y las frutas que no saboreé, hasta la muchacha que me espera con sus besos.
El emperador tomó la bolsa a fin de terminar con la disputa, y entre las risas de la gente que acusaba de locos a los contendientes lo sorprendió desde el fondo de la bolsa la cáscara de un huevo roto. Riendo a carcajadas dejó ir a sus siervos y se guardó la bolsa. Además del huevo, el rey de reyes encontró la eternidad que hacía tiempo estaba buscando, y que Elmo y Habkir no habían sabido ver, anhelando uno su pasado y otro su futuro, pasando por alto lo más importante: el presente.

Palabras
“Las palabras no expresan bien los pensamientos: en cuanto se pronuncia algo, ya cambia un poquito, se distorsiona, pierde sentido. Y también esto es bueno y me parece justo, que la sabiduría y tesoro de una persona parezca necedad y locura a la otra.”

Amor
“El amor, Govinda, me parece que es lo más importante que existe. Penetrar en el mundo, explicarlo y despreciarlo, es cuestión de interés para los grandes filósofos. Pero a mí, únicamente me interesa el poder amar a ese mundo, no despreciarlo; no odiarlo ni aborrecerme a mí mismo: a mí sólo me atrae la contemplación del mundo y de mí mismo, y de todos los seres, con amor, admiración y respeto.”
Extractos de Siddhartha, de Herman Hesse

lunes, 1 de octubre de 2012

Editorial



Comparto dos textos de Galeano, que tantas veces abre las alas de la mente y nos da aire para volar con la imaginación. Que en esta primavera haya buenos vuelvos.
El editor

¡Adopte un banquerito!
Septiembre, 15. En el año 2008, se fue a pique la Bolsa de Nueva York. Días histéricos, días históricos: los banqueros, que son los más peligrosos asaltantes de bancos, habían desvalijado sus empresas, aunque jamás fueron filmados por las cámaras de vigilancia y ninguna alarma sonó. Y ya no hubo manera de evitar el derrumbe general. El mundo entero se desplomó, y hasta la luna tuvo miedo de perder su trabajo y verse obligada a buscar otro cielo.
Los magos de Wall Street, expertos en la venta de castillos en el arie, robaron millones de casas y de empleos, pero sólo un banquero fue a la cárcel. Los demás imploraron a gritos una ayudita por amor de Dios y recibieron, por mérito de sus afanes, la mayor recompensa jamás otorgada en la historia humana.
Ese dineral hubiera alcanzado para dar de comer a todos los hambrientos del mundo, con postre incluido, de aquí a la eternidad. A nadie se le ocurrió la idea.

Para que cantes, para que veas
  Para que veas los mundos del mundo, cambia tus ojos.
  Para que los pájaros escuchen tu canto, cambia tu garganta.

  Eso dicen, eso saben, los antiguos sabios nacidos en las fuentes del río Orinoco.

Los Hijos de los Días
Eduardo Galeano

jueves, 30 de agosto de 2012

Monserrat Cultural Nº 54

Imagen de Tapa: “Llave al jardín”, de Feanne.

Editorial


Comparto poesías (ambas del libro “Minuto” de Susana Thenon) para que la primavera nos de más palabras con las que decir los silencios que el invierno nos conjura a callar.
El editor




RESTO

Quedan los movimientos elementales
de la sangre
y el rostro, espejo ciego
donde se precipita el mediodía.

Quedan las manos, apenas,
suavemente dibujadas
en la espalda negra del aire.

Quedan las palabras, no la música,
no el rumor equidistante del sol
cuando hace noche, dolor y miedo.

Quedan los animalitos cansados
de golpear, cara y seca,
en su jaula de huesos.



SER

Morder tu significado
en esta escala de magnitudes
inalterables.
Ser, al extremo
de tu meridiano,
un punto,
un breve signo
peregrino por tus aledaños.
Desvanecer tu límite,
ahondar en tu sonora latitud,
reconocer uno por uno tus puertos
y nombrarlos por sus nombres.


Poesía porque SÍ


brotes de la lluvia

este atardecer espasmódico de luces improbables
se despierta, solo por el gusto de verse
                                 
lloviznado

                                                                           inundado de brillos y silencios
                                                             innublado de un susurro,  para llevar de viaje

pequeño réquiem a los pasos

es la hora en que queda lejana, cerrada y nublosa
la última ventana,

y los pasos dejados tras la espalda
no caminan hacia atrás
se desvanecen
se mueren de muerte natural
se olvidan a sí mismos en silencio 
y en su sueño se convierten, tal vez, 
en el breve alimento de una mirada ajena
o en la materia prima de cualquier fábula.

Poesías ilustradas de Soledad Mansilla
cosasquenosonpalabras.blogspot.com.ar


lunes, 30 de julio de 2012

Monserrat Cultural Nº 53


Imagen de Tapa: “Pajarito”, de Eric Cañete.

Editorial


Comparto una cita y una poesía para despertar los brotes, para que las semillas bajo tierra recuerden el camino hacia el sol y crucen el laberinto, creyendo en el camino, sabiéndose semillas.

“Aquí, en esta barca, por ejemplo, mi antecesor fue un hombre, un santo que durante muchos años creyó simplemente en el río, en nada más. Notó él que la voz del río le hablaba; de ella aprendió. Ella lo educó y lo enseñó. El río parecía un dios. Durante muchos años ignoró que todo viento, nube, pájaro o escarabajo es igualmente divino y sabe y puede enseñar tanto como el río. A pesar de esto, cuando ese santo se marchó hacia los bosques, lo sabía todo, más que tú y yo, sin maestros, sin libros, sólo por medio de su fe en el río.”

 Del libro Siddhartha, de Herman Hesse

Yo en el laberinto 
(De Liliana Bodoc) 
        Como la vida, el laberinto
        se envuelve sobre un eje misterioso.
        Termina donde dobla.
        Se quiebra, zigzaguea,
        desanda en espiral y avanza en círculo.
        Gira sin avisar que la línea se enrieda
        en un nudo ovillado que no empieza.
        Continúa y se junta en el centro de un lazo que intersecta un camino bifurcado.
        Se mete en la madeja de curvas paralelas cortadas por un eje
        de trayectoria recta.
        Propone cinco ángulos
        en diagonal trazados
        para encontrar el centro
        del paralelogramo.
        Parecido a la vida, el laberinto
        no está señalizado.
        Por eso es conveniente recordar
        que no siempre el atajo es el atajo.
        Y caminarlo lento,
        sin correr tras la prisa
        porque al final de día, comprendemos:
        fue mejor el andar que la salida.
El editor

Miniensayos


Dos reflexiones de Zygmunt Bauman

Ignorancia y poder

La ignorancia causa la parálisis de la voluntad. Cuando no sabes lo que te espera, no tienes manera de prever los peligros. Para las autoridades a las que les inquietan las dificultades que les impone una democracia sólida y consistente, la ignorancia del electorado y la desconfianza que casi todo el mundo tiene hacia el valor de la discrepancia, añadidas a la poca inclinación a participar en la política, son un capital político más que bienvenido. La dominación por medio de la ignorancia y de la incertidumbre cultivadas deliberadamente es más efectiva, y más barata, que el ejercicio del poder basado en la confianza del debate, en el análisis de los hechos y en el esfuerzo sostenido para ponerse de acuerdo sobre las cuestiones que se puedan plantear, y es la manera menos arriesgada de actuar. La ignorancia política se reproduce sin parar, y la cuerda trenzada con la ignorancia y la pasividad tiene la medida justa que necesita el poder cada vez que debe hacer callar la voz de la democracia o atarle las manos. 

Información, impotencia y certeza

Quizá el mensaje más seminal, aunque apenas articulado de modo explícito, de la extensión planetaria de la televisión sea el complejo desfase entre lo que sabemos y lo que podemos hacer; entre lo que desafía a nuestra conciencia y lo que clama por alguna acción, lo que nosotros, testigos pasivos, podemos modificar mínimamente. Tenemos todos los instrumentos para la tele-visión, pero apenas ninguno para la tele-acción: vemos más allá de lo que nuestras manos pueden alcanzar. Diariamente contemplamos cómo se hace el mal, cómo se sufre el dolor, pero el desafío que ello representa para nuestros sentimientos morales queda en gran medida sin respuesta. No hay duda de que algunas de nuestras acciones y reacciones están inspiradas moralmente, pero sus efectos no llegan a compensar la enormidad de cuestiones que los inspiraron. Somos demasiado conscientes de ello pero no sabemos cómo superar esa brecha. Habiendo sido colocados en la posición de "espectadores" (de testigos que ven cómo se hace el mal, pero que aun así no hacen nada por evitarlo, ni siquiera prevenirlo) se nos ha privado de la excusa más común para la conciencia culpable: el "yo no lo sabía". La única excusa que queda es la que se apoya en la impotencia: "Haga lo que haga no servirá de nada". Es una débil excusa, poco convincente incluso para nosotros mismos. Sospechamos -y con buenas razones- que más bien se trata de lo contrario: de que lo que hagamos o dejemos de hacer sí importa... Después de todo, en nuestro abarrotado intercomunicado planeta dependemos todos unos de otros, y lo que se hace en una parte del globo tiene un alcance muy superior a la visión e imaginación de sus actores. Somos, en un grado difícil de medir, responsables de la situación de los demás. Lo que ocurre es que no sabemos qué significa asumir esa responsabilidad y qué es lo que ello requiere. Y carecemos de los instrumentos que podrían lograr que nuestras preocupaciones e intuiciones morales reviertan en unas condiciones más decentes para la humanidad, haciendo al mundo más inhóspito para la indignidad humana y la humillación, y más acogedor para la atención mutua y la solidaridad.

lunes, 2 de julio de 2012

La piedra


Monserrat Cultural Nº 52

Imagen de Tapa: “Humos”, de Devilpig.

Editorial



El frío ataca de vuelta. Un tibio sol apenas alivia, mientras cruzamos calles con montañas de ropa encima. Somos ropas andantes, apenas una cara que lucha por emerger y ganarle una bocanada al invierno. Comparto algunas frases e ideas que espero ayuden a que el invierno pase más rápido:

“Flores en primavera, la luna en otoño, una brisa fresca en verano, nieve en invierno. Si tu mente no está ocupada de cosas innecesarias, ésta es la mejor estación de tu vida.”
Wu Men Kuan - Maestro Zen - Siglo XIII

“A veces nuestro destino semeja un árbol frutal en invierno. ¿Quién pensaría que esas ramas reverdecerán y florecerán? Mas esperamos que así sea, y sabemos que así será.”
Johann Wolfgang Goethe - Poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán 

El diagnótico y la terapéutica
"El amor es una enfermedad de las más jodidas y contagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce. Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, o por la ausencia de los abrazos, y padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir estupideces.
El amor se puede provocar, dejando caer un puñadito de polvo de quereme, como al descuido, en el café o en la sopa o el trago. Se puede provocar, pero no se puede impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide el polvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada. El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las brujas. No hay decreto de gobierno que pueda con él, ni pócima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas pregonen, en lo mercados, infalibles brebajes con garantía y todo. "
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos


El editor

martes, 29 de mayo de 2012

Monserrat Cultural Nº 51

Imagen de Tapa: “Piantao”, de Lora Eight

Editorial



Ecuaciones simples para una vida más plena:

Los analistas de un concepto en boga, la Felicidad Interior Bruta, aseguran que cuando están cubiertas las necesidades básicas, el bienestar personal no aumenta con la prosperidad material. Esto explicaría que, sobre el papel, los habitantes de Bután, con una de las rentas por cápita más bajas del mundo, superen en grado de satisfacción personal a los de países que lideran la tabla de ingresos.

A lo largo de la historia de la humanidad, hemos sido capaces de sobrevivir al hambre, las enfermedades o los desastres gracias a nuestro instinto de desear y buscar siempre más cosas. Nuestra mente está programada para temer la escasez y consumir lo que podamos. Sin embargo, hoy, gracias a la tecnología, tenemos todo lo necesario para vivir cómodamente, e incluso más de lo que podemos llegar a disfrutar o utilizar. Pero esto no detiene nuestro deseo innato de ir a por más. Todo lo contrario, nos vuelve adictos al trabajo, nos ahoga en un mar de información, nos hace atiborrarnos de más comida y nos embarca en una constante, y frustrante, búsqueda de “más felicidad”.

Lo primero que hay que hacer es averiguar el grado de satisfacción que nos producen las cosas, para distinguir una ilusión pasajera de la verdadera satisfacción. Con esta fórmula cada uno puede detectar los valores que le proporcionan bienestar y descubrir de qué puede prescindir, y así alcanzar paso a paso un nuevo equilibrio vital más satisfactorio.

En la era moderna, David Henry Thoreau quiso experimentar la austeridad radical con una huida de la civilización que describiría en su ensayo Walden. En 1845, este activista norteamericano se instaló en una cabaña construida por él mismo en un bosque donde pasaría dos años, dos meses y dos días de vida solitaria. Durante este tiempo, cultivó sus alimentos, reflexionó y escribió sobre el estado natural del hombre y las esclavitudes de la sociedad industrial. En sus propias palabras: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos de la existencia y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido. 

Una de las obviedades que nuestra vida acelerada nos ha hecho olvidar es que cambiamos dinero por tiempo, la única divisa que no se puede reponer. Entregar horas, días, años de nuestra vida a algo que no nos gusta para pagar créditos debería hacernos reflexionar. Incluso hay personas sin deudas que trabajan tanto que no tienen tiempo de gastar lo que ganan.

¿Por qué casi nadie invierte en tener tiempo? Teniendo en cuenta que las mejores cosas de la vida son gratis –la amistad, el amor, la contemplación de la naturaleza…–, deberíamos prestar atención a nuestra escala de prioridades para colocar cada cosa en su sitio.


El editor

viernes, 27 de abril de 2012

Monserrat Cultural Nº 50

Imagen de Tapa: “Kwilt girl 36”, de Devilpig

Editorial



Estaba en el tren Urquiza viajando para el centro. Como todos los días, pasaban los diferentes vendedores ambulantes, pero en el último tramo veo que viene peleando con un andador una viejita, que de tan chiquita y arrugada no se le puede adivinar la edad; pueden ser 60 como 100 otoños arrastrando su pedido de ayuda por esos vagones. La mayoría de la gente va con sus auriculares puestos, y los que no, parece que tuvieran puestos unos invisibles, insensibles al lamento, quizás. Uno de los pasajeros se acerca y le da dos pesos, mientras acusa al resto de los que allí vamos de “lauchas”. Entonces otro señor, tocado por el reclamo del joven, detiene a la viejita y se produce el siguiente diálogo:
-Señora, ¿no tiene una pensión, una jubilación?
-No, una vez fui a hacer una cola a la municipalidad, pero era tan larga, y no entendía nada, y nadie me ayudaba; es todo tan injusto, tan injusto...
-Bueno, dígame su nombre y DNI que yo voy intentar comenzar el trámite por usted, trabajo en la municipalidad.
La viejita duda, hasta tiembla un poco, incómoda con la sorpresiva ayuda concreta y real, y responde:
-No, no me acuerdo del número... -y se aferra a su andador como si estuviera por caerse.
-Bueno, entonces dígame su dirección, necesito algún dato para averiguar y comenzar el trámite.
Ya confundida ante tanta atención, niega:
-No, yo siempre ando por acá nomás, en el tren...
-¿No tiene donde parar? Puedo averiguarle por algún asilo.
-No, tengo casa, pero no recuerdo la dirección. -Y se limpia un sudor inexistente con sus manos en su pollera, tan antigua como ella.
El hombre, ya sin saber cómo ayudarla, le anota su celular:
-Tome, llámeme en unos días, a ver que podemos hacer...
-No, no, no. Deje, gracias. -Y retoma el mando de su andador, compungida, quizá temerosa, o tal vez ofendida.
El chico que le había dado los dos pesos toma el papel que queda colgando de la mano del azorado burócrata y lo mete en el bolso de la viejita sin que ella se dé cuenta... como nunca se dará cuenta de que la persona que más quizo ayudarla, para ella fue una amenaza: la amenaza de que la saquen del tren, de que le quiten su andador y su arrastrarse suplicante, para que por fin pueda sentarse y descansar... porque hace tanto tiempo que hace esto que ya no sabe hacer otra cosa, y no puede (o no quiere) imaginarse en otro lugar; aunque sea mejor, aunque por fin pueda descansar y ya no tenga que pedir más ayuda...
Y siguió, como si nada hubiera ocurrido, con su andar lento, lastimoso, suplicando ayuda, sin saber que no alcanza con pedir ayuda, si uno no está dispuesto a dejarse ayudar.

Una mañana nos regalaron un conejo de Indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula. Volví a casa al anochecer y lo encontré tal y como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.
Eduardo Galeano, El libro de los abrazos, Ed. Siglo XXI

El editor

Poesía y cuento


Bendición de Dragón
Gustavo Roldán



Que las lluvias que te mojen sean suaves y cálidas.
Que el viento llegue lleno del perfume de las flores.
Que los ríos te sean propicios y corran para el lado que quieras navegar.
Que las nubes cubran el sol cuando estés en el desierto.
Que los desiertos se llenen de árboles cuando los quieras atravesar.
O que encuentres esas plantas mágicas que guardan
en su raíz el agua que hace falta.
Que el frío y la nieve lleguen cuando
estés en una cueva tibia.
Que nunca
te falte
el fuego.
Que nunca te
falte el agua.
Que nunca te falte el amor.
Tal vez el fuego se pueda prender.
Tal vez el agua pueda caer del cielo.
Si te falta el amor, no hay agua ni fuego que alcancen para seguir viviendo.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Monserrat Cultural Nº 49


Imagen de Tapa: “Le chat noir”, de Delirium77.

Editorial



Esta vez los invito a leer un artículo que nos demuestra com o algo que generalmente tomamos como “normal” puede ser un problema en la cotidianeidad. A veces basta moverse  un poco para cambiar el enfoque de un problema y encontrar la solución. 

El editor

Cuando la ansiedad nos impide la vida cotidiana

La ansiedad imprime un carácter de apremio y forma parte del abanico de respuestas ante el acontecer de la vida humana, por lo que anida en cada persona. Como agente promotor de avances, permite alcanzar logros difíciles, pero también exige la satisfacción inmediata. Cuando la inmediatez no es posible, puede actuar como agente generador de huida y dispersión.
Los síntomas de la ansiedad suelen presentarse a nivel físico: sudoración, opresión en el pecho, molestias digestivas, etc; psicológico: inquietud, temor a perder el control, inseguridad, etc; de conducta: estado de alerta, torpeza o dificultad para actuar, impulsividad, etc; intelectuales: dificultades de atención, concentración y memoria, interpretaciones negativas, etc; sociales: dificultades para iniciar o seguir una conversación, hablar demasiado, temor excesivo a posibles conflictos, etc. No obstante, cada persona puede manifestarse más sensible a unos síntomas que a otros y no todas muestran los mismos ni éstos la misma intensidad en todos los casos.
Como signo de malestar, la ansiedad describe un movimiento continuo, como el de las partículas de polvo agitándose bajo un haz de luz. Ese tipo de movimiento sin finalidad no quiere decir que esté exento de razones, ya que a nivel operativo es un modo de eludir el peligro que la persona siente. Pero, al mismo tiempo, ese movimiento, igual que el de las partículas de polvo, puede llevar eventualmente al mismo lugar después de haber recorrido un largo e infructuoso camino.
Para evitar la frustración y la reiteración de esos movimientos vanos, la solución es reposicionarse: cambiar de lugar, para tomar otro punto de vista ante el problema, y verlo desde todos los ángulos posibles, permitiendo una apertura mental que nos mostrará nuevas alternativas, transformando aquello que parecía imposible en algo realizable. Realizar actividades físicas que renueven las energías también ayuda a estabilizar la energía interna: hacer yoga, pilates, o simplemente realizar caminatas para despejar la cabeza facilitan alcanzar la armonía necesaria para que la ansiedad no nos juegue encontra.

“Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo.... del miedo al cambio.”
Octavio Paz (1914-1998) Poeta y ensayista mexicano.

“Si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo.”
Mahatma Gandhi (1869-1948) Político y pensador indio.

“No hay inteligencia allí donde no hay cambio ni necesidad de cambio.”
Herbert George Wells (1866-1946) Escritor, historiador y filósofo británico.

martes, 13 de marzo de 2012

Monserrat Cultural Nº 48

sábado, 3 de marzo de 2012

Editorial

En esta ocasión, comparto una poesía. Según quién la mire, está pensada para una mujer, una ciudad, una nación o una idea... queda a vuestro criterio, querido lector, a quién decida pensarse en este poema.

El editor

DESPLAZADA
de Gildardo Gutiérrez Isaza
Un corazón de tierra anegada, invadida,
palmo de tierra en tus ojos,
desplazada,
lanzada como cometa errante por el mundo;
oscuridad rampante sobre tus parpados cerrados...
La risa del verdugo te persigue,
la bota marca la distancia,
el fusil tu rostro y tu piel.
Retumbar de oleaje sobre el pavimento,
ciudad que se abre con sus fauces eternas.
Rostro de viajera perdida,
carne humana estremecida ante la intemperie,
ante la devastación de un día sin horizonte.
La muerte camina sobre tu piel,
galopa a campo traviesa sobre tus recuerdos
que distantes se esfuman como alaridos de bestia herida.
Tu boca gris, tu mirada sin extensión;
la experiencia es un sueño cada vez más amargo,
la continuación del dolor, la exhumación de la tragedia
te hace recordar que has olvidado los silencios del lenguaje,
la letanía del trigo,
el arado de tu tierra.
Hora candente donde quisieras morir,
crucifixión sobre tu labios cubiertos de hielo,
fugitiva de una guerra que no es tuya;
horda que muerde tu tierra,
lobos vociferantes que medran tu ilusión.
Deslazada, huella sin rastro en el pavimento.