viernes, 31 de mayo de 2013

Monserrat Cultural Nº 61

Imagen de Tapa: “Escalera”, de Magpie Catso.

Editorial



Esta vez comparto poesía, palabras cálidas que se pueden poner como una bufanda.

El editor

SED

Sé que tu sed se ha dilatado
más allá del más lejano hilo de agua:
tuya es la sed de los veranos,
la que anida en la garganta del mediodía.
Mucho tiempo hace que la sal
ha fondeado en tu entraña
y es allí donde abreva
el rojo labio de nuestros actos impunes.

Si un castigo has creado
es el de tu silencio
que grita más alto que las palabras.

Si un castigo has creado
es el de permanecer
como una ciega
en una selva de miradas.

Susana Thénon

Entorno del mito



El Aleph (fragmento) de Jorge Luis Borges

"En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrógue, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo."

“El último piso”

De Pablo De Santis

El hombre, cansado, sube al ascensor. Es una vieja jaula de hierro. El ascensorista viste un uniforme rojo. Aunque lo ha cuidado tanto como ha podido, se notan los remiendos, la tela gastada, el brillo perdido de los botones.
- Último piso- indica el pasajero. El ascensorista se había adelantado y ya había hecho arrancar el ascensor.
- ¿Cómo andan las cosas allá afuera? ¿Llueve? -pregunta el ascensorista.
El pasajero mira su impermeable, como si ya no le perteneciera del todo.
- Si, llovió en algún momento del día.
- Extraño la lluvia.
- ¿Hace mucho tiempo que trabaja aquí?
- Desde siempre.
- ¿No es un trabajo aburrido?
- No tanto. Hablo con los pasajeros. Me cuentan sus vidas. Es como si viviera un poco yo también.
- El viaje es corto. No hay tiempo para hablar mucho.
- Con una frase, o una palabra, a veces basta. Otros se quedan callados, y también eso es suficiente para mí.
Los dos hombres guardan silencio por algunos segundos. Apenas se oye el zumbido.
- Déjeme un recuerdo, si no es una impertinencia.
El hombre busca en los bolsillos. Encuentra un reloj al que se le ha roto la correa de cuero.
- Gracias. Lo conservaré, aunque no miro nunca la hora.
El pasajero siente alivio por haberse sacado el reloj de encima.
- Estamos por llegar- dice el ascensorista-. Ah, le aviso, el timbre no funciona, verá una puerta grande, de bronce. Golpee hasta que le abran.
El pasajero se aleja de la puerta de reja del ascensor. Ahora no parece tan convencido de querer bajar. El ascensorista reconoce, por el ruido de la máquina, que se acercan al último piso. Se despide:
- No se desanime si tiene que esperar. Siempre terminan por abrir.
El ascensor deja atrás las últimas nubes y se detiene.

La aldovranda en el mercado

por Ema Wolf

La aldovranda vesiculosa entró en el mercado.
Como es una planta carnívora, venía a buscar algo para la cena, así que fue derecho al puesto del carnicero y se puso en la cola con las otras viejas.
Delante de ella había una cargando un perro del tamaño de un monedero, friolento y quejoso. La aldovranda lo miró con gula. Se relamió.
-¡Qué lindo perrito! ¡Y qué chiquito! Seguro que hace pis en un bonsail... -hizo ademán de agarrarlo-. ¿Me deja que se lo tenga?
La mujer, horrorizada, escondió el perro en el escote.
La planta ponía muy nerviosa a la clientela.
Sin nombrarla directamente, dejaron caer algunos comentarios maliciosos:
-Yo a mis plantas las alimento con agua y abono, no con milanesas...
-¡Si este mundo es una degeneración,
m'hija! ¿No ve que están desapareciendo todos los gatos del barrio?
La planta, como si oyera llover.
El carnicero la apreciaba. Era una buena clienta y se comía las moscas del negocio. Ella le sonreía. La simpatía era mutua.
En cambio, la aldovranda odiaba al verdulero del puesto de enfrente. ¡Sólo un monstruo podía vender vegetales para que otros se los comieran! Cada vez que el hombre pasaba a su lado rumbo a la balanza con los brazos rebalsando mandarinas, le susurraba al oído: "¡Caníbal!". El verdulero soñaba con verla hervida.
Pero más la odiaba por todo lo que sucedía después.
Esta vez, como otras veces, la aldovranda empezó con su rutina:
-¡AY, ESAS TRISTES ZANAHORIAS DESENTERRADAS!
Al rato:
-¡POBRES PEREJILES MUSTIOS! ¡POBRES ESPINACAS PRISIONERAS!
La gente se puso muy incómoda.
El verdulero miró al carnicero con furia acusadora por tener semejante cosa entre sus parroquianos. El carnicero la defendió con el alma en los ojos.
Ella siguió:
-¿CUÁL FUE EL PECADO DE ESOS ZAPALLITOS PARA QUE LOS ARRANCARAN TIERNOS DE SU MADRE PLANTA?
Arreciaron los comentarios. La cola de la verdulería defendió al verdulero. La de la carnicería se sintió en el deber de ser fiel al carnicero aunque la aldovranda no fuera santa de su devoción.
Discutieron. Se juntó más gente, que tomaba partido por uno u otro bando.
-¡Hagan callar a ésa! -gritaron los verdes apuntando a la planta.
-¡La gente tiene derecho a opinar! -retrucaron los otros.
A todo esto la aldovranda papaba moscas y aullaba:
-¡INFELICES REMOLACHAS MANIATADAS, ALGÚN DíA LES LLEGARÁ LA LIBERTAD!
El verdulero avanzó como para apretarle el pescuezo. Lo sujetaron entre varios.
-¡No se meta con mis clientas! -bramó el carnicero.
-¡Vivan las proteínas! ¡Arriba el asado con cuero! -respondieron sus leales, y arrancaron con un malambo.
Una mujer contó a voz en cuello cómo se había hecho vegetariana el día que sono que comía una vaca viva entre dos rodajas de pan. Lloró a mares recordando cómo la miraba la vaca. Muchos la apoyaron con gritos de "¡Aguante la fruta!", "¡Vitaminas sí, otras no!". La discusión se hizo tan violenta que algunos llegaron a las manos.
La aldovranda vociferó:
-¡PELADAS, CORTADAS, HERVIDAS Y APLASTADAS! ¡QUÉ DESTINO EL DE LAS PAPAS!
Entonces se produjo el desbande.
Unos se fueron a sus casas protestando porque cada vez que aparecía la planta se armaba el mismo pandemónium. Otros se quedaron para ver una vez más el gran duelo: el carnicero y el verdulero frente a frente, uno con la sierra de separar costillas y el otro con la de cortar zapallo.
En medio del mercado, como dos gladiadores del futuro, quedaron trenzados en combate feroz. El destello azul de las sierras al cruzarse iluminaban la ganchera en la penumbra del atardecer.
Entre los alaridos de los dos ninjas, se oyó la voz de la aldovranda:
-¡HERMANAS VERDURAS, VOLVERÉ!
Y se fue. Esta vez con una pierna de cordero porque a la noche tenía visitas.

Poesía porque sí

VOLVERÁ
de Gildardo Gutiérrez Isaza ©

La indiferencia de la noche con su
carcajada siniestra...volverá.
Solo a través de ti pude negarme,
pude romper la esfinge de mis labios,
llegar al puerto de tus besos.

El mar en llamas con su faro siniestro
incitando las nubes de mis miedos...volverá.
Solo a través de ti puedo negarme,
volar en ti como halcón,
ascender como lumbre herida hacia la tarde,
Sombras plateadas,
olvido eterno del lenguaje del silencio...

Traicionado por los espíritus,
curvando la gruta milenaria de tus senos;
solo a través de ti puedo negarme...
Segando mi pasado de esperanza
bajo los muros sangrantes del crepúsculo...
volverá.

Del horizonte de los dioses
donde terminan las noches
hasta el alba de las estaciones,
solo a través de ti puedo negarme.
Imagen de la obra trastocada,
holocausto ofrecido
solo en ti puedo negarme,
trasmutar las estaciones.
Silencio...volverá


CONDENADA
de Gildardo Gutiérrez Isaza ©

Labios de fuego fragante,
oh palpitante augurio, cruz de espinas,
soledad que bebo en las mañanas,
has penetrado mis sombras,
deslindado mis caminos.
Has marcado la senda,
escarcha azul sobre mi piel.

Vertiendo en mí el signo incandescente de tu verbo,
el archipiélago naufragante de tu ayer
me has dejado volar sobre el horizonte
y en la oscuridad de mi piel condenada.

Celeste sueño donde vaga mi niebla,
la ansiedad del olvido es un grito,
mancillado otoño, panal crujiente de tus ojos.
Cierra tus labios en los míos,
duerme tus ojos en mis ojos;
claridad de tu piel a la mía condenada.

Desciende en mi tu voz,
intangible en mi sueño;
serpiente milenaria en tu cuerpo
quiero navegar, dejar que el remolino
de tus senos ahuyenten mi dolor

La tempestad se agita y
como un relámpago te viste de tibieza...
diurna, taciturna, volátil, fuego de noche dormida.
A mi piel ardiente te adhieres, a mi piel condenada,
a la tuya celeste, condenada la mía.

Microrelato

Un sueño. de Jorge Luis Borges


En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mi escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular…El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.

viernes, 3 de mayo de 2013

Monserrat Cultural Nº 60

Imagen de Tapa: “En la cima del árbol”, de Martin Tomsky.

Editorial


Otra vez palos, y balas, y gritos y más palos. Parece que esa es la forma de hacer política. Las palabras van siendo el refugio del silencio, de los que esperan, desean y anhelan algo mejor. A simple vista, parece que las palabrasno pueden hacer nada. Pero las palabras guardan ideas, sueños y esperanzas que cruzan y se mueven en la eternidad; mientras que los que mandan a pegar palazos y armar montañas de miedo y mentira son tan mortales como cualquiera de nosotros. Al final, “La pálida muerte lo mismo llama a las cabañas de los humildes que a las torres de los reyes.” (Horacio (65 AC-8 AC) Poeta latino).
Y menos mal que es así.
El editor

Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas.
Bob Dylan. Cantautor, compositor y músico estadounidense.

Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.
Julio Cortázar

Lucas, sus largas marchas



Del libro “Un tal Lucas”, de Julio Cortázar.

Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol.
Al principio pensé que se trataba de años tortuga, pero he tenido que abandonar esa unidad de medida demasiado halagadora. Por poco que camine una tortuga, yo hubiera terminado por llegar a Margarita, pero en cambio Osvaldo, mi caracol preferido, no me deja la menor esperanza. Vaya a saber cuándo se inició la marcha que lo fue distanciando imperceptiblemente de mi zapato izquierdo, luego que lo hube orientado con extrema precisión hacia el rumbo que lo llevaría a Margarita. Repleto de lechuga fresca, cuidado y atendido amorosamente, su primer avance fue promisorio, y me dije esperanzadamente que antes de que el pino del patio sobrepasara la altura del tejado, los plateados cuernos de Osvaldo entrarían en el campo visual de Margarita para llevarle mi mensaje simpático; entre tanto, desde aquí podía ser feliz imaginando su alegría al verlo llegar, la agitación de sus trenzas y sus brazos. 
Tal vez los años luz son todos iguales, pero no los años caracol, y Osvaldo ha cesado de merecer mi confianza. No es que se detenga, pues me ha sido posible verificar por su huella argentada que prosigue su marcha y que mantiene la buena dirección, aunque esto suponga para él subir y bajar incontables paredes o atravesar íntegramente una fábrica de fideos. Pero más me cuesta a mí comprobar esa meritoria exactitud, y dos veces he sido arrestado por guardianes enfurecidos a quienes he tenido que decir las peores mentiras puesto que la verdad me hubiera valido una lluvia de trompadas. Lo triste es que Margarita, sentada en su sillón de terciopelo rosa, me espera del otro lado de la ciudad. Si en vez de Osvaldo yo me hubiera servido de los años luz, ya tendríamos nietos; pero cuando se ama larga y dulcemente, cuando se quiere llegar al término de una paulatina esperanza, es lógico que se elijan los años caracol. Es tan difícil, después de todo, decidir cuáles son las ventajas y cuáles los inconvenientes de estas opciones.

Pensamientos



Ideas de afuera para imitar acá adentro

"Entramos en un pequeño café, pedimos y nos sentamos en una mesa. Luego entran dos personas.:
- Cinco cafés. Dos son para nosotros y tres "pendientes".
Pagan los cinco cafés, beben sus dos cafés y se van. Pregunto:
- ¿Cuáles son esos “cafés pendientes”?
Me dicen:
- Espera y verás.
Luego vienen otras personas. Dos chicas piden dos cafés - pagan normalmente. Después de un tiempo, vienen tres abogados y piden siete cafés:
- Tres son para nosotros, y cuatro “pendientes”.
Pagan por siete, se toman los tres y se marchan. Después un joven pide dos cafés, bebe sólo uno, pero paga los dos. Estamos sentados, hablamos y miramos a través de la puerta abierta la plaza iluminada por el sol delante de la cafetería. De repente, en la puerta aparece un hombre vestido muy pobre y pregunta en voz baja:
- ¿Tienen algún "café pendiente"?
Este tipo de caridad, por primera vez apareció en Nápoles. La gente paga anticipadamente el café a alguien que no puede permitirse el lujo de una taza de café caliente. Allí dejaban en los establecimientos de esta manera no sólo el café, sino también comida. Esa costumbre ya ha salido de las fronteras de Italia y se ha extendido a muchas ciudades de todo el mundo.
"El café pendiente" - Tonino Guerra, contó la historia de uno de sus directores Federico Fellini y Vittorio De Sica. Incidente que, según él, puede traer lágrimas a cualquiera.
Hay muchas maneras de ayudar y ser más solidario!

Convierte en milagro el barro
(Extraído de www.rulos-porra.blogspot.com.ar/)

Siento que me caigo, que pierdo el equilibrio. Que afuera llueve y pienso. Pienso que el barrio está todo inundado, que mañana va a ser complicado entrar, que lxs pibxs no van a ir, que si se larga más fuerte entra agua por todos lados. Y vuelvo, y siento que me caigo. Que caigo en una grieta y me quedo entrampado, entre el allá y el acá, entre el corazón y la cabeza, entre la institución y la transformación. Caerse en una grieta y dejarse entrampar, llenarse de bronca, de tristeza, de impotencia. Nada funciona, los que deben hacer funcionar el día a día no quieren que funcione. Sé que no es ingenuo, la ingenuidad no existe en este sistema tan macabro. Yo tampoco soy ingenuo, y sin embargo me quedé entrampado en la grieta. Solo. 
Solo. 
Y llegan lxs compas. Y las cosas cambian. Las ideas se renuevan, el alma vuelve a nacer. Y la grieta, la institucionalidad resquebrajada, deja de ser un obstáculo, una trampa, un cúmulo de arena triste y estancada para convertirse en oportunidad. Le quebramos las piernas, le quebramos los brazos, le quebramos cada parte que sea necesario quebrar, ponemos los dedos en las grietas y jugamos. Jugando aprendemos que la grieta es oportunidad: oportunidad de cambio, de volver a empezar, de transformar. De amar de vuelta.
Lo que educa son las relaciones. La forma, el calor, la alegría compartida, el juego, la apertura, acompañarnos. Con cuánto amor se transforma el mundo.
La única manera de revolucionar es revolucionándonos. A no bajar los brazos...
¡Agrietemos con felicidad!

Los tigres escritos



por Ema Wolf

Hay unos pocos tigres en el mundo que tienen la cabeza escrita.
Las rayas que les cruzan la frente, como pinceladas negras, se relacionan con los caracteres de la escritura china, de modo que la cabeza del tigre puede leerse. Algo dice en el tigre.
No aparece con frecuencia un ejemplar de ésos, apenas uno en muchos años, cada vez menos, ya que al haber menos tigres de todas clases también hay menos de los escritos.
En la antigua Mesopotamia se creía que los pájaros eran animales sagrados porque las huellas que dejaban sobre la arcilla blanda les revelaban fragmentos del pensamiento de los dioses. Algo parecido ocurría en China con estos tigres: se consideraban animales dignos de veneración, portadores de un mensaje secreto del más alto valor, grave y esencial.
El mensaje contenía el extracto de un conocimiento oculto de orden superior que abarcaba lo terrenal y lo divino, pilar de todas las verdades, el mensaje de los mensajes, el perfecto. El día en que fuera comprendido, nada iba a ser igual en el imperio. Siglos atrás, ya algunos decían leer el futuro en las marcas de los caparazones de las tortugas, pero no eran más que adivinos comunes ocupados en pronósticos domésticos de poco alcance, como la caída de la lluvia o el éxito de la cosecha. La cabeza del tigre representaba mucho más que eso.
Descifrarla era una tarea de dificultad extraordinaria.
Los emperadores la encomendaban a un puñado de sabios, de los pocos que entonces podían aventurarse en los enigmáticos pasadizos de la escritura china, siempre inabarcable y plagada de ambigüedades, contradictoria, perfectamente capaz de afirmar algo y desmentirlo al mismo tiempo, de confundir al lector con triples y cuádruples sentidos.
Mientras tanto, el tigre permanecía cautivo en una jaula regia viviendo a cuerpo de tigre en uno de los pabellones del palacio. Cada mañana los sabios se instalaban al lado de la jaula, consagraban su esfuerzo a Wen Chan, el dios de todo lo escrito y de los papeleros, y pasaban el día entero mirando la cabeza del tigre. El tigre miraba a los sabios y bostezaba.
Este ejercicio podía extenderse a lo largo de una vida entera, que podía ser la de los sabios, la del emperador o la del tigre. Para cosas como ésta los chinos desconocen el apuro.
El desciframiento del tigre era algo que debía ocurrir con seguridad alguna vez, pero era una vez sin fecha. Antes de morir —es decir antes de atravesar las puertas del Divino Jardín Celestial— desde su cama de jade —el jade es jabonoso— el emperador preguntaba a los sabios si habían comprendido el mensaje. Le contestaban que no. Moría satisfecho, sin embargo: eso sería considerado una prueba de que había sido paciente en su reinado.
De modo que el ejercicio se extendía en el tiempo, pero no se completaba. De hecho, nunca se supo que un tigre hubiera sido descifrado. Lo que de ninguna manera significaba un fracaso sino apenas una demora, prueba excluyente de la enorme dificultad de la misión.
El último emperador de la remota dinastía Sung tuvo su tigre escrito.
Se cuenta que una primavera marchó con un pequeño ejército a la provincia de Leao-tong y que allí, precedido por el estrépito de cientos de trompetas y atabales, llevó a cabo una cacería memorable en la que se mataron mil ciervos, cientos de osos y de jabalíes, y noventa tigres comunes. En esa cacería la fortuna también premió al joven emperador con un tigre escrito, que fue sorprendido en su guarida de cañas y conducido con mucho cuidado al palacio.
Seis sabios se ocuparon de la lectura.
Los seis vivían largamente a cuerpo de sabio sin otra tarea que la de observar las famosas rayas y pensar. Por la mañana observaban la cabeza del tigre desde todos los ángulos posibles, aprovechando la luz más límpida. Trazaban pictogramas en tinta sobre papel de arroz, mordían preocupados el cabo del pincel y vuelta a pensar. A veces el emperador y su séquito, músicos incluidos, los honraban con una visita. Fuera de eso, los únicos que perturbaban el trabajo de los sabios eran los sirvientes que les traían la comida y los limpiadores de jaulas.
Una vez al año los seis celebraban consejo para intercambiar impresiones, hipótesis. Razonaban hasta que les sudaban las sienes y los párpados se les volvían de plomo. Avances y retrocesos se producían con idéntica lentitud. Tenían miedo de precipitarse, dar un paso en falso imperdonable, desbaratar por ligereza o chambonada, la importancia del mensaje.
En cierta ocasión uno de ellos estuvo a punto de emitir algo.
El esfuerzo le trajo fiebre. La inminencia de la traducción provocó mucha ansiedad en el emperador y en la corte. Los honorables, muy altos dignatarios perdieron el sueño. La vez había llegado, se dijo. A último momento el sabio desistió de hablar. Por lo visto nuevas reflexiones lo habían puesto a salvo de cometer un error grueso. La tranquilidad se acomodó otra vez en el ánimo de todos, enroscada como un gato.
Hasta que ocurrió un hecho impensado, insignificante de cualquier modo que se lo mire.
Un jovencito recién llegado al palacio, el último de los sirvientes menores, entró una tarde por casualidad, correteando, al pabellón de la jaula. Se detuvo delante del tigre, miró con atención las rayas de la frente y soltó una carcajada estrepitosa. Durante un minuto largo no paró de reírse, doblado en dos, agarrándose la panza. Después siguió de largo, meneando la cabeza, hasta que la risa y él se perdieron por los pasillos.
El emperador lo supo. Como no hizo preguntas, nadie más las hizo. A los sabios los despidieron de manera discreta y definitiva.

Poesía porque sí


Por: Julio Cortázar




Sueñe sin miedo, amigo.

Poco le quedaría al corazón si le quitáramos su pobre

noche manual en la que juega a tener casa,

comida, agua caliente,

y cine los domingos.

Hay que dejarle la huertita donde cultiva legumbres;

ya le quitamos los ángeles, esas pinturas doradas,

y la mayoría de los libros que le gustaron,

y la satisfacción de las creencias.

Le cortamos el pelo del llanto,

las uñas del banquete, las pestañas del sueño,

lo hicimos duro, bien criollo,

y no lo comerá ni el gato

ni vendrán a buscarlo entre oraciones

las señoritas de la Acción Católica.

Así es nomás: sus duelos

no se despiden por tarjeta,

lo hicimos a imagen de su día y él lo sabe.



Todo está bien, pero dejarle un poco

de eso que sobra cuando nos atamos

los zapatos lustrados de cada día;

una placita con estrellas, lápices de colores,

y ese gusto en bajarse a contemplar un sapo o un pastito

por nada, por el gusto,



a la hora exacta en que Hiroshima

o el gobierno de Bonn o la ofensiva

Viet Mihn Viet Nam.

Proverbios


Secretos, confesiones e inconfensables

Dostoievski, varios años antes que Freud…

“Hay, entre los recuerdos de cada hombre, cosas que no se cuentan a todos, sino sólo a sus amigos.

Hay otras que ni siquiera se cuentan a los amigos, sino únicamente a uno mismo, y además con el sello del secreto.

Hay por fin, otras que el hombre tiene miedo de confesarlas incluso a sí mismo, y de estos recuerdos todo hombre, incluso decente, va almacenando muchos.

Podríamos decir más: cuanto más decente es uno más cosas se guarda.”

Dostoievski, en “Memorias del subsuelo”, sobre los distintos tipos de secretos.

Monserrat Cultural Nº 59

Imagen de Tapa: “Alita”, de Eric Cañete.

Editorial


Otoño. Las hojas acarician el suelo, aparecen bufandas, ilusiones, esperanzas, algo de frío y letras. Por eso, esta revista abre luces y pasos para andar este otoño.

El editor

El breve amor
Con qué tersa dulzura
me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,
me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en el espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente,
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiéndose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo...
¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos?
Julio Cortázar.

Entorno del mito


Capítulo 7
Del libro “Rayuela”, de Julio Cortázar.


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Lorenzo Horizonte



Por: Ángeles Durini

Lorenzo Horizonte tenía el pelo enrulado como si llevara víboras en la cabeza. Es que era un gran matemático. Le gustaban los cálculos: treintaydosmillonescuatrocientosmilveinticuatro por ochocientos veintemillones trecientostreintayocho más cuarentamiluno dividido... y así podía seguir llenando pizarrones.
Pero no era feliz.
Un gong de tristeza le golpeaba el alma por las mañanas: "no soy feliz no soy feliz".
Luego el gong se sumó también a las noches y a las tardes, hasta dejar el alma de Lorenzo convertida en fracciones. Y cuando empezó a recibir ese golpe constantemente, decidió consultarlo con su médico para descubrir la raíz.
—Mire doctor —dijo Lorenzo— tengo un golpe continuo en el alma y me da miedo que se me rompa.
—Ajá —contestó el médico— ¿y cómo suena ese golpe?
—Hace un ruido amargo, doctor —replicó Lorenzo con tristeza.
—¿Lo probó?
—No, no puedo probarlo doctor, pero me hace sentir muy pesado.
—Pero usted es flaco.
—Sí, pero me siento gordo.
—Mjm, no ha probado el golpe y dice que es amargo, se siente gordo pero es flaco. Dígame —el doctor escribía en una hoja blanca la historia clínica de Lorenzo— ¿qué cosas de las que mira lo ponen contento?
—¡Un pizarrón lleno de números todos hechos por mí! Se lo voy a explicar de forma simple: escribir uno más uno y saber que es dos, dos más dos y sumar cuatro, cuatro por tres y ...
—Está bien, está bien. Evidentemente hay algo que anda mal. Urgente, le indico unas vacaciones con mucho paisaje.
—¡Pero no puedo! ¡mi trabajo, mis números!
—Bórrelos, señor Lorenzo. Y por favor, hágame caso.
Como el gong seguía y ya no sólo golpeaba su alma, sino también su cabeza, sus miembros, en fin, todo el cuerpo, Lorenzo decidió obedecer al médico.
Entonces, además de los números, se le empezaron a multiplicar otros sueños.
¿En qué se parece el mar a un pizarrón lleno de números? En que el mar se mueve y los números también.
Y se fue al mar.
Alquiló una casa junto a la playa y pasó el primer día mirando las olas. Pero al segundo día no le fue suficiente con mirarlas: se las puso a contar.
—Una ola más otra ola más otra ola por cinco olas que vienen desde el horizonte menos tres que desaparecieron en la orilla...
Y empezó a escribir cuentas en la arena. Se sentía un creador de tanto paisaje de número, mientras calculaba los movimientos del mar.
Pero el gong de tristeza le seguía poceando el alma.
Probó entonces contar noctilucas en el mar nocturno. En las noches sin luna, era difícil sumar los brillos sobre el borde de las olas, aunque era interesante; pero después, restarle las olas opacas de noches con luna, era más difícil todavía; por lo tanto, para Lorenzo, interesante al cuadrado. Aunque no para ese momento, no había cuenta ni bisectriz que le lograra tapar el pozo que se le iba produciendo por el golpe.
Observaba los ángulos de las estrellas, llegó a calcular la superficie del sol. Ni los caracoles con sus circunferencias, ni las piedras paralelepípedas lograron siquiera medir el peso específico de una tristeza que iba creciendo cada vez más. Llegó al colmo de discutir ecuaciones matemáticas con los berberechos, llamar a una roca "señorita Monomio" (era la roca donde se sentaba por las tardes, a tomar mate y a contar el tiempo).
Toda la arena era un pizarrón gigante que el viento se encargaba de borrar.
Esa mañana soplaba fuerte. Lorenzo había bajado a la playa con campera. Mientras dibujaba los números, ella apareció de lejos, con un vestido azul.
(Ella también fue un encargo del viento).
A Lorenzo se le empezaron a mezclar las curvas de los cosenos apenas la vio. El gong dentro del alma se le paralizó al instante.
Ella, todavía lejos, se sentó sobre "señorita Monomio" y sacó una flauta de su bolso. Se puso a tocar. Las tangentes de Lorenzo se hicieron trizas. Aquel sonido le destruyó el gong definitivamente. Estaba sin cuentas pendientes en la cabeza.
Y poco a poco, poco a poco, como un reptil enamorado, se le fue acercando.


Poesía porque sí



Del libro “La astucia de la luz” de Daniel Gayoso. Imaginante editorial.

  Acercamiento de Narciso


  ¿De quiénes te apartaste, hasta llegar al claro y el río que hace dobles los árboles? Malhumor de dioses, tu olvido sin respuesta. Pero allí estás bien como un simple sin tema o un gran pensamiento que se basta. Hay brisa, y vives, y las aguas te invitan a su orilla. ¿Adónde fue ayer, tanto pasado? Verás –hoy sueñas- tu rostro ondulante. Y lo verás mecido; la leve sonrisa aún eterna… Y allí, contigo… ¡Verás todo eso!
  Pero… ¿si acaso no?

  Caminante

  La fila de hombres vuelve del desierto. Bandera en alto el líder, oculta apenas su sombra el lado ciego de un médano. La sombra que señala y se señala; esa que se alarga hacia el oriente. ¿Quién soy allí? Marchando, los espíritus rondan… ¿O acaso el Mismo mezcla las memorias? Cierro mis ojos, que se abren en otros… No importa: llegaremos. Y al fin la noche sabrá dispersarnos.

El círculo de la fluidez




Por: Moira Nardi 6/16/09

Se ríe Natalia. Imagina que las ideas le brotan con rapidez; poseen una fuerza arrasadora y sabe con la certeza de su megalómano delirio que éstas serán el motor que influya el pensamiento de muchos de sus coetáneos. Intuye la magnífica tarea redentora hacia los demás, sabe que de ella depende que otros puedan entender qué significa con exactitud esta existencia en la gran urbe americana. Continúa fantaseando. A través de su relato, infinito número de seres podrán identificarse con sus historias y lograrán una catarsis renovadora. Natalia está al tanto de esto y mucho más que aún no logra poner en palabras porque las mismas jamás abarcan la experiencia vital. Mientras estas elucubraciones le asaltan la conciencia, Natalia opta por hacer una pausa, saborear un cigarrillo que le deja un familiar e imprescindible gusto a tabaco amargo en los labios y mirar por su ventana de patio interno enfrentada a otras ventanas de patios internos tan grises como la suya.  Más allá de ella, y a solo pocos metros, el callejón trasero que condensa pertenencias de los habitantes sin techo. Un sillón, ropa esparcida, desechos de amores urgentes y protegidos, la pequeña fuente que temprano en la mañana ella colocó junto a la puerta, ahí mismo, junto al resto de los objetos desarreglados en la calle , esperando que alguno aprecie el obsequio que un día le hiciera una enemiga cercana. Natalia sabe que su espacio es sólo un frágil refugio que la ampara del afuera. Cada noche, los ruidos nocturnos le interrumpen el pensar con sonidos familiares de puertas que cierran duramente, de lavadoras que extirpan sedimentos del trabajo diario, de televisoras ruidosas, de madres que hablan a sus hijos sin el lenguaje de la ternura, de coches que arrancan o estacionan y de ocasionales peleas domésticas que exigen intervención de terceros sin que ella decida hacerlo. Intentando resguardarse, Natalia cierra las ventanas y también las puertas, sin que le dure demasiado la maniobra de exclusión. Bajo la excusa de recibir aire fresco, vuelve a abrir todo lo que puede abrir y acepta con resignación su destino de múltiples y anónimas compañías. Como sintiéndose parte vital de un cuerpo orgánico tan ajeno a sí misma, a ellas también se encomienda. Luego procede en busca de respuestas a sus interrogantes, y no puede más que  caminar una y otra vez por el reducido espacio en el que habita. Justo frente a la puerta de la refrigeradora descubre que no llegó ahí por cuestiones alimenticias, sino porque la superficie cuadrada terminaba allí mismo y de golpe fue donde comprendió que no era hambre lo que le acontecía sino un deseo insoportable de acercarse a la ventana y mirar el recortado pedacito de cielo mientras recuerda tiempos antiguos en el que se creía feliz. Dirigiéndose hacia el extremo opuesto, encuentra al lado de la televisión la puerta del armario con la ropa que ya no usa pero que aún retiene y en el reverso de la puerta, la fotografía de la abuela muerta, aquella que espera la bendiga desde el más allá. Le queda sólo el espejo del cuarto de baño para explorar, el mismo donde a veces pega con cinta adhesiva las notas que se escribe y que poco lee. Ha tenido que llegar a ponerlas de tal forma que le impidan ver su reflejo porque de otro modo, se da maña para no leerlas. ¡Justo allí donde cosas tan importantes están registradas y ella sin poder leerlas! Vagamente intuye cuánto se está olvidando de su vida. Inevitablemente, el camino en círculos llega a su fin y Natalia regresa al teclado donde le espera una hoja dispuesta a ser escrita sin ansiedad, insolentemente virgen de palabras. Las palabras. Con la fatalidad de lo irreparable que debe acontecer para cerrar el círculo de la esquiva fluidez, Natalia se acomoda en su asiento para dejarlas brotar en libertad.

Poesía porque sí




Poemas para Niños
Liliana Bodoc

Noche de diablos
                           
        En la noche más noche
        se encienden las antiguas
        hogueras de los diablos.
        Deambula el hechicero
        sobre el caparazón de una tortuga.
        Un antifaz mastica
        la carne de una fruta misteriosa.

        Cara sobre otra cara,
        las máscaras invitan
        a ser lo que no somos,
        lo que jamás seremos:
        cometas emplumados,
        brujos con cinco sombras,
        marionetas de fuego.

        En la noche más noche
        las máscaras batallan
        y bailan por sus vidas.
        Desenvainan espadas,
        escupen luz de pólvora y veneno.
        Un antifaz ovilla
        el largo cuerpo azul de una serpiente.
       
        En la noche más pozo de tan negra
        las máscaras invaden las ciudades,
        se suben a los techos
        y desde alli convocan a la fiesta.
        Que salgan los huraños,
        que ría el que no ríe.
        Que convide el avaro,
        que mientan los honestos,
        que brinquen los ancianos...
       
        Máscara sobre cara,
        en la noche más noche,
        somos otros.
       
        Cuando amanezca
        las máscaras caerán detrás de los bostezos
        a dormir por lo que dure el frío.
        Acabado el festejo,
        para dicha y desdicha,
        volveremos a ser nosotros mismos.