martes, 27 de octubre de 2009

Microrelatos

Aleteo
Por: Alejandro Alonso

Apostaron al caos. Eran idealistas, poetas casi. Les tomó algunos años hacer que el aleteo de una mariposa en Hong Kong pudiera desatar una tormenta en Nueva York. Dos alas tenía la mariposa, dos partículas apareadas, ubicadas en las antípodas del planeta. Una tormenta: la bomba que arrasaría medio continente ni bien provocaran el inocuo cambio de spin.


El jinete hueco
Por: Pablo De Santis

Cuando era teniente del ejército patrio utilicé con frecuencia la estrategia de evitar un jinete al frente, para ver si estaba el enemigo. Como no quería que este peligroso ejercicio me hiciera perder hombres se me ocurrió reemplazar al jinete por un muñeco de trapo relleno con paja y sostenido con varillas de madera, al que dimos el nombre de Soldado Hueco.
En su primera misión, Hueco recibió algunos balazos. Como su presencia nos ayudó a salvar varias vidas, ordené que lo remendaran de inmediato para usarlo de nuevo.
Pronto nos acompañó en otras batallas, siempre en su puesto de vanguardia. Un gracioso prendió de su pecho una moneda a modo de medalla; no castigue la broma, porque creí que el muñeco bien se merecía algún honor. A la noche, en las charlas de los soldados alrededor del fuego, se hizo común oír el nombre del Sargento Hueco, a propósito de hazañas más o menos imaginarias.
Después de algunas heridas y una derrota que pesó más que las victorias anteriores, abandoné el ejercito y me dediqué al comercio de telas. Viajé por Holanda y por Italia para aprender las reglas del negocio, y regresé al cabo de años con telas baratas que vendí como si fueran las mejores.
En el tiempo que me dejaba el negocio, leía la historia de los años recientes; así me enteré de que Hueco fue nombrado General, que venció al enemigo en la batalla de Lema, que fue condecorado por esa victoria y que poco después cayó en una infame emboscada. Un testigo dice haber visto su cabeza en una pica; otro su cuerpo colgado. Sea como sea su cuerpo se perdió entre los escombros de la guerra. El escultor que debía hacer su estatua fúnebre todavía no ha conseguido una imagen del General Hueco, y el pedestal, con su nombre, instalado en un plaza, bajo un jacarandá, aún permanece vivo.


El Cáliz
Por: Oscar Fortuna

La copa escondía los secretos de la inmortalidad. Había cruzado un continente por llegar allí. La tenía en sus manos, lo meditó brevemente.
Le dio de beber a su caballo: lo necesitaba vivo para volver al templo y agradecerle a su dios por ser elegido.


Banquete rojo
Por: Oscar Fortuna
La fiesta avanzaba al ritmo de la música. Los tapices rojos ocultaban las paredes llenas de musgo, y la humedad producía una niebla espesa. Todos los comensales brindaron a la salud de los bailarines, ignorantes de la cena. Una gota de sangre bajaba de cada copa.

1 comentario:

  1. Muy lindos. Algunos los había leído ya en www.cuentosymas.com.ar Se los recomiendo. Es muy bueno!

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