martes, 29 de noviembre de 2011

Editorial

En el contexto en el vivimos la ansiedad y el consumo están íntimamente relacionados: muchas veces se puede sentir un malestar sin saber bien cuál es su causa.
La ansiedad imprime un carácter de apremio y forma parte del abanico de respuestas ante el acontecer de la vida humana, por lo que anida en cada persona. Como agente promotor de avances, permite alcanzar logros difíciles, pero también exige la satisfacción inmediata. Cuando la inmediatez no es posible, puede actuar como agente generador de huida y dispersión.
Como signo de malestar, la ansiedad describe un movimiento continuo, como el de las partículas de polvo agitándose bajo un haz de luz. Ese tipo de movimiento sin finalidad no quiere decir que esté exento de razones, ya que a nivel operativo es un modo de eludir el peligro que la persona siente. Pero, al mismo tiempo, ese movimiento, igual que el de las partículas de polvo, puede llevar eventualmente al mismo lugar después de haber recorrido un largo e infructuoso camino.
A lo largo de la historia de la humanidad, hemos sido capaces de sobrevivir al hambre, las enfermedades o los desastres gracias a nuestro instinto de desear y buscar siempre más cosas. Nuestra mente está programada para temer la escasez y consumir lo que podamos. Sin embargo, hoy, gracias a la tecnología, tenemos todo lo necesario para vivir cómodamente, e incluso más de lo que podemos llegar a disfrutar o utilizar. Pero esto no detiene nuestro deseo innato de ir a por más. Todo lo contrario, nos vuelve adictos al trabajo, nos ahoga en un mar de información, nos hace atiborrarnos de más comida y nos embarca en una constante, y frustrante, búsqueda de más ‘felicidad. Lo primero que hay que hacer es averiguar el grado de satisfacción que nos producen las cosas, para distinguir una ilusión pasajera de la verdadera satisfacción. Con esta fórmula cada uno puede detectar los valores que le proporcionan bienestar y descubrir de qué puede prescindir, y así alcanzar paso a paso un nuevo equilibrio vital más satisfactorio.
Una de las obviedades que nuestra vida acelerada nos ha hecho olvidar es que cambiamos dinero por tiempo, la única divisa que no se puede reponer. Entregar horas, días y años de nuestra vida a algo que no nos gusta para pagar créditos debería hacernos reflexionar. Incluso hay personas sin deudas que trabajan tanto que no tienen tiempo de gastar lo que ganan.
¿Por qué casi nadie invierte en tener tiempo? Teniendo en cuenta que las mejores cosas de la vida son gratis –la amistad, el amor, la contemplación de la naturaleza…–, deberíamos prestar atención a nuestra escala de prioridades para colocar cada cosa en su sitio, y así, con tranquilidad y confianza, recuperar la alegría de lo cotidiano y alcanzar la felicidad que a veces parece inalcanzable.


El editor

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