martes, 5 de mayo de 2009

Número 20 -TRES AÑOS-

Editorial

Revolviendo en viejos textos me encontré con algunas historias que escribí hace mucho. Reconforta encontrarse con escritos que gracias al tiempo adquieren y enriquecen sus significados. Ojalá con esta revista, que hoy comienza a transitar sus tres años, pase lo mismo. Aquí les comparto una vieja historia. Espero les guste:

Lux est Umbra Dei*

El sol salió por las puertas del amanecer como lo hacía desde que el tiempo es tiempo. Los primeros rayos brillaron contra el tapiz verde de los pastos cargados de rocío, y las flores comenzaron a abrir sus capullos lentamente, como desperezándose. Dios, levantándose de su descanso, quizá de horas, quizá de eones, abrió sus oscuros ojos y disfrutó de la calidez de la luz del sol, que también era su luz.

Sobre la colina donde había elegido dormir, las aves gorjeaban dulces cantos, y Él ya los conocía a todos, porque sus voces eran también su voz. Se desperezó como lo hacían los humanos, y su cuerpo desnudo, brillante y dorado como el oro refulgía como el vacío en el tiempo. Miró largamente todas las cosas de su creación y se sintió satisfecho por la seguridad de saber que todo estaba como lo había dejado, pero inmediatamente cuando pensó eso un escalofrío recorrió su cuerpo. Nunca había sentido un escalofrío; era don de los humanos sentir escalofríos, pero Él, sentir escalofríos?

Algo comenzó a ir mal. Volvió a mirar todo su universo en busca de algo que no estuviera bajo su conocimiento o control, pero no encontró nada... todo era perfecto, tal como lo había hecho Él. El pasto siempre estaba verde, las flores siempre estaban radiantes, las aves siempre cantaban y los humanos siempre vivían. Nada se marchitaba y nada estaba bajo ningún designio oscuro. Todo estaba atado a su voluntad, y por primera vez se sintió incómodo con su omnipotencia y su poder. Se dió cuenta de que la capacidad de sorpresa de los humanos Él nunca iba a poder disfrutarla, ya que no había nada que no supiera.

Dejó pasar quizás unos días, quizás milenios pensando en todo eso, hasta que llegó a una conclusión: nada iba a cambiar a menos que él introdujera el cambio; y así decidió hacerlo.

Durante un tiempo sin nombre recorrió su universo buscando rocas, gemas y metales que los humanos usaban para agradecerle la sabiduría de sus determinaciones, y con ellos construyó un fabuloso altar en el monte donde dió por concluída la creación del universo, y arrodillándose frente a las piedras, gemas y metales incorruptibles por el tiempo, comenzó a rezar.

*LUX EST UMBRA DEI: la luz es la sombra de Dios.

El editor

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