jueves, 26 de noviembre de 2009

Otra forma de festejar la na(vida)d

Compilado de textos de Hakim Bey y textos libres de www.argentina.indymedia.org

El Potlatch
El propósito principal del potlatch es por supuesto dar regalos. Cada jugador debería llegar con uno o más regalos y marcharse con uno o más regalos diferentes." "Los regalos deben ser hechos por los jugadores, no prefabricados.""Los regalos no tienen por qué ser objetos físicos. El regalo de un jugador podría ser música en vivo durante la cena, el de otro podría ser una actuación. Sin embargo, habría que recordar que en los potlatches amerindios se esperaba que los regalos fueran soberbios y aún ruinosos para quienes los daban." "Nuestro potlatch, sin embargo, es no-tradicional en el sentido de que, teóricamente, todos los jugadores ganan –todo el mundo da y recibe por igual. No se niega sin embargo que un jugador aburrido o tacaño perderá prestigio mientras que un jugador imaginativo y/o generoso ganará “nombre”. En un potlatch verdaderamente exitoso cada jugador será igualmente generoso de forma que todos los jugadores quedarán igualmente satisfechos. La incertidumbre del resultado añade un gusto de aleatoriedad al evento.
P otlach, una práctica antes que un concepto, un lenguaje perdido en la Historia, pero aun vivo en nuestros más bellos ritos: el sexo, el banquete y la embriaguez de la danza, "donde se ve que la dispersión no va hacia el sin sentido, sino que es una modalidad de encuentro con el sentido que pasa a través de la pérdida de centralidad del sujeto". Una economía ya no basada en la acumulación sino en el derroche, en el goce de lo producido. Las sociedades como la nuestra viven de la acumulación de lo que producen, vigilan este excedente de forma celosa. En cambio, cuando hablamos de Potlach nos referimos a los experimentos históricos basados en el gasto improductivo, donde el disfrute deviene general, en ellos nadie puede apropiarse de él, o para decirlo de otra manera, nadie puede privarnos de este goce.
Buscamos otras formas de pensar/hacer prácticas culturales que se diferencien del espectáculo de masas, y de las miradas reduccionistas y elitistas que piensan que la experiencia cultural es signo de la profesionalización de la propia vida en saberes específicos, aislados unos del otro. Pretendemos romper con una cultura separada de nuestra vida cotidiana, una cultura agotada, cosificada y mercantilizada en la cual no podemos reconocernos ni en sus movimientos más triviales.
El festival, este banquete llamado Potlach, es una forma de crear zonas autónomas, donde el exceso, la intensificación y el derroche generan una vida consumida en vivir en lugar de sobrevivir. Un espacio de ruptura en un contexto regido por la mercantilización de la cultura que no deja lugar al deseo y el don. Un espacio de intercambio de experiencias, saberes y prácticas comunes, entre personas y colectivos, resistiendo a la dispersión atomizante a la que estamos expuestos. Queremos encontrar una forma de producción diferente, colectiva, creativa, basada en el apoyo mutuo, entrelazada en una red difusa y diversa de grupos, organizaciones, colectivos e individuos.
Dar para ser. Sólo desde esta perspectiva podría explicar como una maestra, jaqueada por las dudas sobre la pertinencia de los contenidos que trasmite, constreñida a un presupuesto que la paraliza, frente a un aula famélica, cada mañana retoma su puesto y su porfía. Y así, da para ser, el que sostiene una olla popular, el que cura, el que consuela, el que calla en la tortura o el que lucha. Casi todos, cuanto más los despropiados, solidarios, impropios para la propiedad, dan para ser.
Proponemos un intercambio ligado a la pasión, fundamentado en la presencia de otras conciencias y en el placer de dar(nos), simultáneo a la satisfacción de recibir. Vivimos en un período de taquicardia, de discontinuidades rítmicas (trabajo-ocio, producción-consumo, etc.) que crean un sin sentido del cual nos apropiamos individualmente y reproducimos en forma incesante, necesitamos un sentido que haga saltar por el aire a todas las garantías que poseemos en busca de una subjetividad que permita reconocernos.
Este espacio es un simple laboratorio, un don que se da sin percibir sus límites, una práctica que derrochamos y que esperamos que se esparza como un virus, sin limitarse a espacios y tiempos de excepción. Solo en el dar podemos encontrarnos.

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