martes, 27 de abril de 2010

Entorno del mito

El río de barro
Por: Clara Gorostiaga

Su descubrimiento se debe a una casualidad, su nombre a una leyenda y su exploración a un acto de rebeldía.

Tres expediciones mandó el rey de España al sur del continente americano. La primera, capitaneada por Solís, fue sorprendida por el descubrimiento del Mar Dulce, como él lo llamó. Le hizo suponer que estaba en la entrada del ansiado paso entre el Atlántico y el Pacífico. Pero en el curso de la navegación del río lo atacó un grupo de indígenas quienes lo devoraron a la vista de su tripulación.
La segunda la dirigió Magallanes, que pasó de largo y continuó hasta el estrecho que lleva su nombre. Desde allí los barcos siguieron hacia el oeste concretando la primer vuelta al mundo.
El tercer navegante fue Gaboto. Mal informado por náufragos y desertores, creyó estar a las puertas del camino que llevaba a la legendaria Ciudad de la Plata, rica en este metal. Tomó la decisión de desoír el mandato real y pronunció una frase con cierta resonancia fundacional para nuestro modo de ser:
“Diga Su Majestad lo que le den sus reales ganas, que yo haré las mías”.
Remontó el Paraná y fundó el poblado de Sancti Spiritu, cerca de donde hoy está la ciudad de Rosario. Desde allí, uno de sus lugartenientes marchó en busca de una ciudad inexistente por esos parajes. Se dice que llegó hasta las sierras de San Luis y no se supo más de él.
Ciertamente hemos heredado ese carácter individualista que pasa por encima de cualquier autoridad para realizar su parecer. También poseemos una abundante imaginación, que bordea a veces la fantasía, pero con capacidad de empresa para alcanzar los objetivos. Entusiasmados con un proyecto, quimérico o pragmático, insensato o serio, legal o fuera de toda norma, somos capaces de abocarnos a él con todas nuestras fuerzas.
Los resultados son variados, y tanto pueden llenarnos de orgullo como sumirnos en la nube negra del resentimiento y la frustración. En este último caso, las consecuencias llegan hasta el dramatismo, representado sobre todo por la inercia y la inmovilidad.
Pulsar las teclas que nos unan en un emprendimiento común, conlleva la necesidad de un convencimiento individual. Cuando cada uno siente que vale la pena poner su ingenio y su generosidad en algo que le parece que vale la pena, salimos adelante.
Esto está demostrado por la historia. Sólo es posible por un medio que es la base de nuestra energía: tener una educación en común, que aúne y respete al mismo tiempo las diferencias; que nos ayude a coincidir en qué queremos y que esté al alcance de todos.

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