lunes, 30 de agosto de 2010

Al infinito ida y vuelta

Por: Ernesto Alaimo (www.ernestoalaimo.blogspot.com)

Escenas de un día cualquiera en la ferretería de los poetas

El patrón está solo tras el mostrador, abstraído en sus pensamientos. Mira vagamente los productos de superchería que han dejado los proveedores minutos atrás: ídolos varios, mujeres, tótems, peluches, calendarios, prendas cotidianas de seres ausentes. Los artículos de temor en caja aparte, con las severas advertencias “FRÁGIL” y “ESTE LADO ARRIBA”; las consecuencias de parar sobre su cabeza a tales productos pueden ir de la megalomanía y el optimismo hasta el materialismo dialéctico. Afortunadamente para todos los seres de esta tierra, nunca ha pasado.
Nada perturba el ocio del patrón. Instantes más tarde aparece un joven de mirada cándida y mejillas coloradas, que espera callado a que reparen en él. Esto todavía se hace esperar un tiempo, pero al fin el patrón posa sus ojos distantes en el cliente.
–Hola –nada le responden–. Ando buscando un pituto medio alargado que lleva como engarzada una chapita en forma de L, algo gruesa. Con rosca.
El patrón, que se encuentra algo cínico en este momento y ha olido al pichón, sonríe.
–Sí, sí, cómo no… Acompañame al depósito que te muestro.
Enseguida se incorpora el hombre y se encamina hacia el fondo; el joven se apresura a alcanzarlo, y juntos atraviesan un oscuro pasillo atestado de estanterías con cajones, pilas de mercaderías y peligrosos vértices metálicos. Luego, al costado de una puerta que parece dar a un lugar más claro, quizás con alguna ventana, descienden por una estrecha escalera que da a un lúgubre sótano. Hay en él una lámpara amarilla que cuando no parpadea arroja despojos de luz mugrienta, mortecina, que cansa rápidamente los ojos.
–Por acá, por favor –comenta el ferretero a la vanguardia, como para infundirle seguridad al joven que de todas formas no parece bastante inquieto.
–En casa de herrero cuchillo de palo, ¿no? –dice el joven queriendo bromear.
–¿Por qué lo decís? –repone el patrón mientras atraviesa trincheras, vallas y otros obstáculos para llegar a la puerta del otro lado.
–No, por la lámpara –se acobarda.
–Pero si yo no trabajo esos productos, ¿de qué herrero me hablás? “Los poetas” ¿qué te dice eso a vos? Esto tiene toda una ambientación, un concepto. Un sótano es por definición semioscuro, macilento, angustiante, incluso te diría sofocante, insalubre, maloliente. Tiene que estar mal iluminado. Si no ¿cuál es mi honestidad como comerciante? Es más: nosotros producimos cosas como ésas, tenemos nuestra pequeña industria.
Llegando ya a la puerta como quien llega al fin de un señuelo, el patrón sonríe.
–¿Querés ver?
El joven está completamente acorralado por las normas de una cortesía que jamás se atreve a rechazar.
–Sí, claro –dice y traga saliva.
Cruzan la puerta que lleva a un estrecho pasillo lleno de derivaciones, con el mismo exacto nivel de iluminación que antes. Mientras avanza lentamente, el patrón va enseñando cada puerta con manos, gestos y palabras.
–Ahí producimos paisajes en aerosol; es nuestra elaboración más sofisticada, la última que instalamos. Ése del otro lado es el cuarto de pruebas para las motosierras que estamos tratando de poner a punto y sacar a la venta. Cortan estrofas, versos, prosas, palabras, lo que sea, a diestra y siniestra. Medio a lo bruto, pero se usa, en estilos rústicos, coloquiales. Además, esto es industria nacional, y acá no se hacen más las cintas métricas, en las que elegías la métrica que se te antojara y chau.
Avanzan al siguiente par de puertas.
–Acá a la izquierda hacemos máquinas de escribir, las que usan los best sellers, ¿viste? Tienen varios moldes para elegir la trama y cierto carácter estilístico, y después bancos de palabras: uno de sustantivos, otro de adjetivos, etcétera. Elegís las opciones, la hacés funcionar y se pone a escribir. Las lleva la gente, y no se han quejado.
El joven se anima a asomar al cuarto: se ilumina pálidamente con los destellos de una soldadora; ve a tres hombres trabajando, colocando pilas de tablillas con palabras en distintas cavidades de una gran caja metálica, conectando cables de distintas placas halógenas, armando pieza por pieza una impresora.
–Bueno, también hacemos las piezas para las máquinas, que se venden como repuestos. En ésta otra hacemos tornillos artesanales, hechos a mano uno por uno, con una rosca única que diseñamos nosotros. Calidad superior. Eso sí: cuestan lo que valen. (sigue en página 4)
–¿Y para qué sirven?
El patrón se queda mirándolo fijo unos instantes, en completo silencio, y reanuda la marcha. El joven se siente humillado y guarda silencio por las dos puertas siguientes. Llegan a la última puerta, la frontal, la única con una verdadera puerta de madera y picaporte en vez de un simple umbral.
–Y ahora lo mejor.
Abre sonriente la puerta para entrar a una gran sala aún más oscura que el resto del sótano, ocupada por filas de pálidos sujetos sentados, con tubos cruzándoles el cuerpo, los cuales les introducen y extraen fluidos hacia recipientes erguidos a un costado. El joven se acerca con paso indeciso a ellos, azorado por la terrible visión, como queriendo refutarla al tacto que no tendrá agallas para usar.
–El producto más preciado y vital, la piedra preciosa humana y su savia motriz por excelencia: ¡la sangre!
En efecto, uno de los tubos que se conectan al cuerpo de los hombres inmóviles, huesudos y de mirada de insalvable agonía y agudo espanto, tiene un tono bermellón muy oscuro y espeso; sale del cuello de los desangrados e hincha la bolsa que regula por la presión el líquido extraído, deteniéndose rítmicamente para aguardar una nueva producción. Junto a ésa hay otra bolsa con suero, el cual fluye viscosamente hasta perderse dentro de las ropas.
–¡Alimento y arma de los viscerales, combustible voraz de los apasionados, condimento infaltable de comedias osadas, protagonista más que trillado pero jamás desplazado del terror, la acción, el drama, la sobornable pero insobornable al fin Muerte! ¿Qué podemos hacer sin ella? ¿Qué podríamos ser sin ella? A la vista o por lo bajo, explícita o implícita, literal o figurada, la sangre está en cada verso de un verdadero poeta, es la esencia, la fuerza, la pluma, la tinta y el canto. ¡Lo es todo! ¿Cómo entonces no dedicarse a producirla, para facilitarla a todos los perseverantes creadores que la ansían, que la necesitan como desesperados vampiros?
El joven empieza a oler algo feo en el ambiente, aunque a la vez trata de parecer interesado, y ya no por cortesía.
–Ajá… ¿y ellos la producen? –y se reprende inmediatamente por el comentario inoportuno.
–Desde luego son seleccionados para garantizar la calidad del producto; ahora están algo blanquecinos, gajes del oficio, pero al principio se los escoge por el color de sus mejillas, se ve a primera vista –el patrón toma un grueso palo que estaba apoyado contra la pared, sin ser visto por el joven, absorto en la imagen de los desangrados–, un buen ojo sabe encontrar lo que busca.
Le asesta un mazazo en la cabeza y el joven cae fulminado por el golpe proferido desde atrás. Un empleado que ha contemplado la escena se acerca para arrastrar el cuerpo hasta un asiento vacío del fondo.
–¿Lo ponemo´?
–¿Lo qué?

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