lunes, 30 de agosto de 2010

Microrelatos

Y todo por ser tan grande
José Luis Enciso

Érase un Dios tan grande, tan, tan grande, que desde la tremenda altura en la cual se hallaban sus ojos y sus oídos, le resultaba imposible ver y escuchar las imágenes y las voces de algunos hombrecitos que se arrastraban acercándose a Él —llenos de fe y esperanzados en rozar siquiera los pies de su Señor—, mientras que Éste, al caminar, aplastaba a tales hombrecitos sin darse cuenta, con una indeferencia de la cual no era culpable, sino víctima.

El peor de los acuerdos
Juan Carlos Muñoz

Domingo Faustino Andradas, natural de la ciudad de Famatina, harto un día de su pobreza y a punto de perder lo único que le quedaba, su equilibrio mental, le ofertó su alma al Diablo. (En toda la región del noroeste argentino, sólo se tiene memoria de un hecho similar, acontecido a mediados del siglo XIX, cuando un paisano vendió su alma al diablo a cambio de un tesoro de valor incalculable.)
Éste, confiando en la eterna codicia de los hombres, le concedió un deseo que cumpliría inexcusablemente a cambio de su alma. Un único deseo. Domingo Faustino Andradas, ni lerdo ni perezoso y avariento como ningún otro, eligió ser el diablo.
Desde aquel nefasto día en que hizo su peor trato, el demonio anda entre nosotros intentando recuperar su integridad.

Disolución
Andrew Bernal Trillos

Un hombre escribe una historia. Se esfuerza tanto en escribirla, que muchas veces se ha quedado dormido sobre los papeles. Pronto comienza a encontrar en la historia pasajes que no recuerda haber escrito; éstos, sin embargo, responden al plan de la obra. Se dice entonces que no recuerda haberlos escrito porque lo hizo más allá del umbral de la fatiga. En esos pasajes, algunos de sus personajes defienden, y otros refutan, la existencia de un Creador Supremo. El hombre vuelve a quedarse dormido sobre los papeles en una madrugada nebulosa, pero esta vez lo hace con el corazón tranquilo. Al despertar, descubre con alegría que su historia ya está concluida. Los personajes que no creen persiguen ahora a los que sí creen. Los van exterminando. Cuando el hombre lee que el último creyente ha sido asesinado, cae muerto.

De cómo responder bien a las malas preguntas
Miguel Ibáñez de la Cuesta

Aquella mujer cogió su tristeza, la dobló cuidadosamente, la metió en la bolsa de la basura, cerró la bolsa —no sin alguna dificultad, puesto que no todas las tristezas caben en una bolsa de basura de tamaño normal—, salió a la calle y tiró la bolsa en el contenedor.
Brillaba el sol y su vestido parecía nuevo. Curiosamente, el mundo también le parecía nuevo a ella. La calle relucía con un esplendor de cuadro recién pintado, los perros de la calle orinaban chorrillos de luz en las farolas y las viejecitas de la calle se encorvaban como un signo de interrogación trazado temblorosamente por un niño que estuviera aprendiendo a escribir.
Y ella misma se sentía resplandecer. ¿Qué te has hecho?, le preguntaban sus amistades. Pareces otra.
Nadie formulaba la pregunta correcta: ¿de qué te has deshecho?
Pero si la respuesta es buena, la pregunta es lo que menos importa.

1 comentario:

  1. Excelentes! Les recomiendo un sitio especializado en microrelatos que me gusta mucho!
    www.cuentosymas.com.ar
    Suerte!!

    ResponderEliminar