lunes, 30 de agosto de 2010

Editorial

“El estado mental del habitante de la ciudad moderna aparece en la tradición mitológica sólo bajo la imagen del Infierno: Sísifo, que por un tiempo había encadenado a Tánatos (la muerte), debe empujar una pesada roca cerro arriba hasta el pináculo del Infierno, y la piedra siempre se escapa de sus manos cuando está a punto de llegar a la cima. Tántalo, a quien los dioses invitaron a compartir la comida olímpica, y que aprovechó la ocasión para robarles el secreto de la preparación de la ambrosía que todo lo cura, sufre hambre y sed eternas, de pie en un río cuyas aguas se le escapan y a la sombra de árboles cuyos frutos no alcanza. Un mundo de demandas siempre crecientes no sólo es malo; el único término adecuado para nombrarlo es "Infierno".
El absurdo de las instituciones modernas se evidencia en el caso de la militar. Las armas modernas pueden defender la libertad, la civilización y la vida únicamente aniquilándolas. En el lenguaje militar, seguridad significa la capacidad de eliminar la Tierra.
El absurdo subyacente en las instituciones no militares no es menos manifiesto. No hay en ellas una palanca que active sus poderes destructores, pero tampoco lo necesitan. Sus dedos ya atenazan la tapa del mundo. Crean a mayor velocidad necesidades que satisfacciones, y en el proceso de tratar de satisfacer las necesidades que engendran, consumen la Tierra. Esto vale para la agricultura y la manufactura, y no menos para la medicina y la educación. La agricultura moderna envenena y agota el suelo. La "revolución verde" puede, mediante nuevas semillas, triplicar la producción de una hectárea -pero sólo con un aumento proporcionalmente mayor de fertilizantes, insecticidas, agua y energía. Fabricar estas cosas, como los demás bienes, contamina los océanos y la atmósfera, y degrada recursos irreemplazables. Si la combustión continúa aumentando según los índices actuales, pronto consumiremos el oxígeno sin poder renovarlo con igual presteza.”

La sociedad desescolarizada, Joaquín Mortiz

El texto citado es del año 1985, y sin embargo nada cambió desde ese entonces. La Humanidad sigue agotando los recursos del planeta, y las corporaciones y multinacionales gobiernan a su antojo mediante coimas y lobby a los supuestos representantes de la gente. El hombre, ciego y sordo de ambición, está automutilándose y no puede hacerse responsable de su destino. Sólo si cada persona es conciente del poder de cambio que hay en cada una y en todas, podremos salir de este pozo.
El editor

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