lunes, 3 de marzo de 2014

Fragmentos literarios


No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida nunca volver. Fui feliz allí, el mes pasado, en noche de luna llena, en Los Portales, ni antes ni después de esa noche, en el último mes de julio de mi juventud. Pero no pienso en la vida nunca volver, pues sé muy bien que la nostalgia de un lugar sólo enriquece mientras se conserva como nostalgia, pero su recuperación significa la muerte.

Enrique Vila-Matas, Lejos de Veracruz

Él era un puñado de agua, nunca pude asirle, era como estar con el hombre invisible, era como un grifo viejo, y a mí me tomaba por un fontanero.
Creo que nos quisimos, aunque prefiero olvidarlo, era un embrollo demasiado penoso. Es indudable que me deseaba mucho y confundió deseo con amor. No creo que haya sabido lo que significa amar. Creí que me amaba porque me lo repetía continuamente, pero lo único que quería era que yo dependiera de él, quería reducirme a la esclavitud. Era un sentimental peligroso, enamorado del amor, lo que equivale a decir: no enamorado de una persona sino de una pose, de un gesto, de un principio. Son los peores perversos: los que se creen puros pero prefieren una idea de sentimiento a una persona. Este amor, perfectamente pueril y bonito solo engendra dolor y decepción, nadie le sobrevive.
Lo más terrible es que millones de personas se intoxican de este tipo de sentimientos, y yo desde luego también sucumbí, porque si no, ¿cómo habría podido aceptar pamplinas semejantes? Me enseñó a amar con indiferencia, vida asentimental. Hoy ni siquiera le odio ni le echo de menos, la verdad es que ya no quiero recordarle.
Este tipo de hombre prefiere instalarse en un piso de tres habitaciones con la primera que se encuentran que despertarse solos en la cama, y en cuanto conviven con ella le reprochan que les robe la libertad. Estos hombres incapaces de convertirse en a
dultos son los daños colaterales de la liberación sexual. ¿Qué hacer con los individuos que no pueden quedarse solos ni vivir con alguien?
Son “bombas humanas” en potencia.
Para un hombre, crecer sin un padre, condena a vivir sin saber nunca quién eres ni lo que quieres, aparte de conquistar incesantemente a mujeres a las que nunca consigues soportar. Yo le “envenené” de tal manera su vida que a veces me remuerde la conciencia, pero me equivoco, ¡el deshonesto era él, no yo!.
No creí que fuese capaz de hacerme daño, me equivoqué”.

Frédéric Beigbeder, Socorro, perdón

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