lunes, 31 de marzo de 2014

Microrelatos

Por: Isabel González

Me la pela
Miro mi pierna depilada, la derecha. Mi pierna depilada, la derecha, es tecnología punta. Brilla, resbala, se expone segura, enardecida por la cera. Me acabo de enamorar de mi pierna derecha. Quiero chuparla, voy a lamerla, pero no. No lo hago. Me detengo porque ahí está mi pierna izquierda. Acusatoria y velluda. Todavía hosca, tenebrosa, confusa. El águila y la mosca sobrevuelan la fronda de la rodilla; el sudor y el río cimbrean pantorrilla abajo entre la maleza; hocicos de roedor asoman por los poros y traen noticias desde lo más hondo. Negro en la broza. Lobos en lo negro. Qué boca feroz te besará a ti, pierna izquierda, pierna umbrosa, pierna indómita. La cera borbotea. Amenaza. La pierna izquierda llora su destino pompeyano. La pierna derecha ríe con esa risa fea de los que conocen lo inexorable. Yo estoy hasta las narices. No quiero elegir. Me pongo la falda y salgo a la luz de agosto doblemente mujer.

Pudimos volar
Todos fuimos ángeles. Existen pruebas. Los omoplatos que despuntan por la espalda y esas náuseas del tercer mes de embarazo que los expertos atribuyen a la aparición del vello fetal. “Aquí la cabeza y aquí la columna”, señalan los médicos en la ecografía y silencian, en la borrosa imagen, torsiones imposibles bajo la nuca. Las madres no preguntan por miedo, por no parecer idiotas. Comadronas cómplices a la hora del parto, ajetreo de tijeras, de millones de bebés un grito. Nostalgia crónica de unas aves vestidas con nuestras plumas.

O
Te gustaría verme ahora. Ahora no tengo casa. Ahora me paso el día por ahí, me huelen el culo, me piden la patita y me dan una galleta. Están ricas las galletas. Me gustan aún más que las migas de pan de los viejos del parque. Aunque nada comparado con el sabor del pescado, por supuesto. Por una sardina, cariño, por una sardina, hasta soy capaz de hacer girar balones con la nariz. Algo que antes nunca habría soñado. ¿Recuerdas lo mal que dormía? Yo sí. Mucho. Sobre todo cuando entro en la cueva y me ovillo y pasa el invierno y llega la primavera y otra vez lo mismo. Me desperezo, sacudo las alas y salgo a buscarte. De flor en flor. Vuelo y te busco. Por todo el planeta. Pero no estás. O no te reconozco. O no sé, amor mío. Cambiamos tanto.

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