miércoles, 29 de octubre de 2014

2010. Odisea dos, Arthur C. Clarke



Ahora la larga espera estaba terminando. En otro mundo más la inteligencia había nacido y estaba escapando de su cuna planetaria. Un antiguo experimento estaba a punto de alcanzar su clímax.
Aquellos que habían iniciado ese experimento, hacía tanto tiempo, no habían sido hombres, ni siquiera remotamente humanos. Pero eran de carne y sangre, y cuando miraron a través de las profundidades del espacio habían sentido admiración, maravilla y soledad. Tan pronto como poseyeron el poder, se lanzaron hacia las estrellas. En sus exploraciones encontraron muchas formas de vida y observaron los trabajos de la evolución en un millar de mundos. Vieron cuán a menudo lo primeros débiles destellos de inteligencia parpadeaban y morían en la noche cósmica.
Y debido a que, en toda la Galaxia, no habían hallado nada más precioso que la Mente, alentaron su alumbramiento por todas partes. Se convirtieron en granjeros en los campos de estrellas; sembraron, y algunas veces cosecharon.
Y algunas veces, desapasionadamente, tuvieron que desherbar.
Los grandes dinosaurios habían perecido hacía ya mucho cuando la nave de exploración penetró en el Sistema Solar tras un viaje que había durado casi mil años. Pasó rápidamente por los planetas exteriores, hizo una breve pausa sobre los desiertos del agonizante Marte, y finalmente miró la Tierra.
Los exploradores vieron abrirse bajo ellos un mundo hormigueante de vida. Durante años estudiaron, recolectaron, catalogaron. Cuando hubieron aprendido todo lo que les fue posible, empezaron a modificar. Trastearon con los destinos de muchas especies en tierra firme y en océano. Pero el éxito resultante de sus experimentos era algo que no sabrían al menos hasta al cabo de un millón de años.
Eran pacientes, pero todavía no eran inmortales. Quedaba mucho por hacer en aquel universo de cien mil millones de soles, y otros mundos estaban llamando. De modo que se sumergieron nuevamente en el abismo, sabiendo que era probable que nunca más volvieran por aquella zona.
Tampoco lo necesitaban. Los sirvientes que habían dejado tras ellos harían el resto.
En la Tierra los glaciares llegaron y se fueron mientras sobre ellos la inmutable Luna seguía albergando su secreto. Con un ritmo más lento aún que el hielo polar, las mareas de la civilización menguaron y fluyeron a través de la Galaxia. Extraños, hermosos y terrales imperios se levantaron cayeron, y trasmitieron su conocimiento a sus sucesores. La Tierra no fue olvidada, pero otra visita habría servido de muy poco. Era uno entre un millón de mundos silenciosos, pocos de los cuales podrían llegar a hablar alguna vez.
Y ahora, lejos entre las estrellas, la evolución estaba derivando hacia nuevas metas. Los primeros exploradores de la Tierra hacía mucho que habían llegado a los límites de la carne y de la sangre; tan pronto como sus máquinas fueron mejores que sus cuerpos, fue el momento de avanzar. Primero sus cerebros, y luego tan solo sus pensamientos, fueron transferidos a resplandecientes alojamientos nuevos de metal y plástico.
En ellos recorrieron las estrellas. Ya no construyeron más espacionaves. Ellos eran las espacionaves.
Pero la era de las entidades-máquina pasó rápidamente.
En su incesante experimentación habían aprendido a almacenar el conocimiento en la estructura del propio espacio y a preservar sus pensamientos por toda la eternidad en heladas tramas de luz. Podían convertirse en criaturas de radiación, libres al fin de la tiranía de la materia.
Así, se transformaron en pura energía, y en un millar de mundos los vacíos cascarones que habían desechado se retorcieron por un tiempo en una danza de muerte carente de inteligencia, y luego se desmoronaron en herrumbre.
Eran los señores de la Galaxia, y estaban más allá del alcance del tiempo. Podían errar a voluntad entre las estrellas y sumergirse como una sutil niebla por entre los intersticios del espacio. Pero, pese a sus poderes semejantes a los de los dioses, no habían olvidado por completo su origen en el cálido lodo de un desaparecido mar.
Y aún seguían observando los experimentos que sus antepasados habían iniciado hacía tanto tiempo.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario