miércoles, 29 de octubre de 2014

Microrelatos


Los faros remotos

Te había arrojado al mar; y en aquella noche de luna, tan propicia para los raudales de lágrimas, te ibas alejando de la orilla en el féretro en que había escondido tu cuerpo.
Avanzabas lentamente. Con el reloj en la mano, los minutos que iban tras de ti eran eternos, la medianoche estaba próxima; y bajo la gruta marina que iba a absorberte, una mortuoria claridad de basalto acogía el reflejo azulado de tu ataúd.
De pronto, la noche se oscureció y dejé de verte. Ibas a desaparecer. Entonces, levantando en las tinieblas mi brazo que oscilaba de delante hacia atrás, a guisa de faro remoto, brilló la piedra de mi sortija. Y bajo la tempestad que caía sobre nosotros, el fuego sombrío del rubí atrajo lentamente tu ataúd.
Horacio Quiroga, Los arrecifes de coral, 1901.

Espacio

Escribí un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias.
Escribí una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos minados, multitudes errantes que morían y volvían a nacer, cargamentos extraviados, hechos que se enroscaban y desenroscaban como una reina infinita, los temas eran desangrados a conciencia en busca de la última gota, no prosperaba el aire fresco, se sucedían peligrosas estampidas formadas por miles de detalles intrascendentes, el piso de este caos ubicuo y sofocador estaba cubierto con el aserrín de los mismos pensamientos molidos una y otra vez, los árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el lector agónico hasta enterrarlo.
Ángel Olgoso, Astrolabio, Cuadernos del Vigía, Granada, 2007.

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