miércoles, 8 de octubre de 2014

Microrelatos

Elecciones Insólitas.

No está convencido.
No está para nada convencido.
Le han dado a entender que puede elegir entre una banana, un tratado de Gabriel Marcel, tres pares de calcetines de nylon, una cafetera garantizada, una rubia de costumbres elásticas, o la jubilación antes de la edad reglamentaria, pero sin embargo no está convencido.
Su reticencia provoca el inmsonio de algunos funcionarios y de la policía local.
Como no está convencido, han empezado a pensar si no habría que tomar medidas para expulsarlo del país. 
Se lo han dado a entender, sin violencia, amablemente.
Entonces ha dicho: "En ese caso, elijo la banana".
Desconfían de él, es natural.
Hubiera sido mucho más tranquilizador que eligiese la cafetera, o por lo menos la rubia.
No deja de ser extraño que haya preferido la banana. 
Se tiene la intención de estudiar nuevamente el caso.
Julio Cortázar, La otra mirada. 
El cigarrillo

Me encontraba como corresponsal de prensa en uno de esos países que interesan a la opinión mundial. Es decir, se me había ofrecido la oportunidad de asistir a una ejecución.
Fue una como tantas y no puedo afirmar que la más interesante. Un vulgar trozo de paredón en una vulgar localidad, desconocida tanto para el condenado como para los soldados del pelotón de ejecución, a una hora cualquiera de un día cualquiera, bajo vagas condiciones meteorológicas. El condenado era un hombre joven y todos los presentes, es decir, el condenado, los soldados y yo, nos veíamos por primera vez en la vida, siendo mínima la posibilidad de que volviéramos a encontrarnos.
El condenado, ya en el paredón, exigió un cigarrillo. Los soldados accedieron y nos sentamos todos juntos en un montón de escombros que había cerca.
- ¿Usted es corresponsal de guerra? -preguntó.
- Cosas de la vida -contesté.
- Entonces le diré algo.
Las manos le temblaban y su rostro tenía un color verdoso.
- Ellos piensan que éste es mi último cigarrillo, pero es el primero.
A pesar de que su cara estaba cada vez más verde, su voz sonaba triunfal.
- ¿Quiere decir que usted no fue… no es fumador?
- En la vida. Acabo de empezar.
Y vomitó.
Más tarde caminábamos por la senda que llevaba a la carretera.
- Qué desperdicio de cigarrillo -dijo el sargento.
- ¿Por qué? Todo el mundo se marea con el primer cigarrillo -protesté.
- ¡Qué primero! ¿Ha visto usted sus dedos? Amarillos de nicotina. Sentía que echaría la pota del miedo y le soltó ese cuento.
- Pero ¿para qué?
- Para que usted no pensara mal de él.
Y al rato añadió:
- Uno no debería morir cuando tiene tanto miedo.
Slawomir Mrozek, La mosca, Acantilado, 2005.

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